martes, marzo 27, 2007

Un año de blog.

Un año da para mucho, aunque la sensación diaria que rastrea es de una fugacidad vertiginosa. Los días y las noches se suceden tan deprisa que no da tiempo real a disfrutar un éxito ni reflexionar un fracaso porque el siguiente reto asoma el pantalón. Supongo que la vida no se reduce a eso, que lo que importa es lo que hacemos y cómo lo hacemos, y que las penas divagan hasta que encuentran la debilidad, por lo que tener las ideas claras es el primer paso para la felicidad.

Un año da para tanto que a mí me ha dado tiempo a empezar algunas cosas, acabar unas pocas y permitir el derribo, por débil, de muros de contención de mi propia casa. Así que repartir el tiempo entre las obligaciones y las pasiones me parece la mejor receta para el desescombro; sin asideros y con menos apoyos que hace doce meses, sentirme orgulloso de este blog y de la gente que lo leéis y enriquecéis es una buena noticia que necesitaba escribir. En ésas estamos …

(Como es tradición, recupero uno de los posts antiguos como "celebración". Lo escribí en un día muy especial, y además viene a cuento porque la Liga se ha vuelto a parar con partidos internacionales de selecciones y al día siguiente jugaban Brasil y Argentina.)


LA OBSESIÓN NACIONAL

Vuelve el fútbol de selecciones y con él la atención del gran público se gira de nuevo hacia ellas. En el objetivo del telescopio, la Eurocopa de 2008 que, como aún queda tan lejos, da pie a que todavía podamos hablar de otros aspectos alejados del fragor competitivo y del círculo virtuoso de lo que interesa en cada momento. Por ejemplo, tenemos tiempo para hablar de todo lo que representa el fútbol en relación a la identidad nacional de cada país. Si la sociedad se mundializa, va el fútbol detrás y hace lo mismo (¿o empezó el fútbol por globalizarse?).


Roberto Fontanarrosa es un escritor e ilustrador argentino que dedicó su segundo libro, El área 18, a una de sus pasiones: el mundo del fútbol. Cuenta el gran Fontanarrosa la historia de un pequeño país africano, Congodia, carente de historia y tradición y recientemente independizado. Es un conglomerado de tribus, lenguas y ritos religiosos unificado sólo en torno al fútbol: sus calles principales tienen el nombre de los míticos jugadores congodios, sólo existen monumentos dedicados a chilenas y paradas del portero, el Museo Nacional expone un fémur de no sé quién, ... Empezaron a plantear partidos contra países limítrofes para conseguir permisos para cazar en cotos vedados, poblaciones de leopardos y hasta una salida al mar por Kenia. Incluso la independencia la alcanzaron ganando un partido de fútbol.


La linealidad entre fútbol y patria, de la que hoy nos acordamos aproximadamente cada cuatro años, subyace con belleza en este libro. Lo que pasa es que Fontanarrosa todo lo exagera, como buen argentino que es, y para hacer honor al propio carácter exagerador del fútbol. Así, en su novela, el fútbol no sólo se asemeja a la patria y refleja aspectos esenciales de ésta, sino que crea la patria.


El área 18 narra cómo se prepara un partido de Congodia ante un equipo multinacional con el que se juegan la patente para vender Coca Cola en toda África. En ese equipo internacional no falta el futbolista español, ni el italiano ni el alemán ni, por supuesto, el argentino. Cada uno de ellos refleja el perfil estereotípico de cada país, la obsesión de cada uno en el campo y en la sociedad: el español hace continuas alusiones al orgullo y a la "furia", el italiano disfruta defendiendo y hablando de cómo aguantar al rival sin sufrir y el alemán sólo entiende el fútbol en términos de eficacia. ¿Y el argentino? Pues se dedica a contemplar el balón en el centro del campo mientras todos los demás corren y corren.


El futbolista argentino vive obsesionado por el balón, del mismo modo que toda Argentina se queda embobada contemplando uno. En un país donde se admira más desde niño al habilidoso que al que más goles hace o más fuerte le pega al balón, donde quien recibe la pelota en medio campo tiene casi la obligación de jugarla y no devolverla, el balón es la verdadera obsesión y la selección el estado de ánimo de la colectividad.
Yo no aspiro a tanto, pero sí que tengo mis propias obsesiones. Mañana juegan Argentina y Brasil, y muchas de esas obsesiones se me harán presentes. Es sólo un partido, es sólo un amistoso, pero mueve detrás demasiadas cosas como para no verlo.

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jueves, marzo 22, 2007

El Athletic y la locura.



Leí una vez la historia de Istvan Nagy, un humilde pianista que en los años veinte sufrió una repentina enajenación mental después de inerpretar cincuenta tardes seguidas la Sinfonía en Si menor de Schubert, como si de pronto el cerebro se rebelara ante el abuso de dedos inconscientes, rutina melódica y teclas inertes. La contaba García de Cortázar, un catedrático de Historia. No es difícil imaginar el drama de Nagy. En la época del cine mudo, el humilde maestro sentado en la anónima oscuridad acompaña movimientos pendulares con sombras de armonía. Los ojos clavados en las teclas, adivina lo que ocurre en pantalla sin verlo: sabe de antemano, por ejemplo, que el héroe reaparece en escena al final del tercer acto tras una ausencia de acto y medio. Un cierto día empezó Istvan a soñar que el héroe pudiera aparecer antes en pantalla, y entonces lanzarse con un vals de Shostakovich en lugar de la sinfonía en Si menor de Schubert. Pero espera en vano un día, y otro, y otro, y así hasta que enloquece de aburrimiento: la película resultaba

La historia me recordó al instante a los muchos que repiten sin cesar, desde un día cierto, que en el Athletic las cosas no funcionan bien, que los puestos de responsabilidad frecuentan inquilinos irresponsables y que el añejo navío ha entrado en un remolino autodestructivo del que cada vez es más difícil escapar, como en una espiral de vicios, vanidades, defectos y egos enfrentados.
En estos casos, los indicios son reveladores: demasiadas gestiones erróneas, demasiados ilusos que no quieren saber que las fotos en blanco y negro no juegan el domingo, todo lo que no es fútbol dando más que hablar que el propio fútbol (Gurpegui, Zubiaurre, nuevo campo).

No hay ningún club en el mundo que represente a un pueblo como lo hace el Athletic; por ese pueblo juega, con ese pueblo vive en comunión, a ese pueblo se aferra en centenaria tradición elevada a digna filosofía. El fútbol de siempre, la esencia de la lucha, la sal de la tierra batiéndose en la arena. Esto es el Athletic, y esto ha sido siempre, no busquemos más.
Ahora que la realidad es más dura que la épica, sólo hay dos opciones: o nos empeñamos en que la filosofía se coma a la Historia, o la Historia se come a la filosofía, porque el curso de los acontecimientos nos ha demostrado que somos presa fácil del apetito globalizado.

Si dejamos que la Historia nos engulla, nos espera a la vuelta de la esquina la vulgaridad. Dejaremos de ser el Athletic y seremos otra cosa. Pero si de verdad estamos dispuestos a resistir, algo muy importante falla. En los momentos de crisis, siempre es buen síntoma mantenerse apegado a lo que uno es, a lo que uno quiere y a lo que uno representa. Los cambios traumáticos es mejor dejarlos para cuando pase el trauma colectivo.
El tiempo pasa, las notas se repiten, y existe la penosa sensación de que el héroe no va a aparecer de nuevo en escena hasta el final del tercer acto. Si nada lo remedia, los manicomios se pueden llenar de locos vestidos de rojo y blanco ...
Fotos: El Correo

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viernes, marzo 16, 2007

Como todos los juegos.


Mientras los mercaderes del sentimiento no terminen de ganar la batalla por las raíces del fútbol, éste seguirá comportándose como un juego. Y como tal juego, no puede resistirse a la tierna tentación de la mentira: deja en evidencia a los evidentes, aplaca a los confiados y no rescata a los que caen del guindo. Afortunadamente, hay dinámicas que el dinero no es capaz de cambiar.

El arte del engaño en el fútbol se complica porque sólo hay dos herramientas para mentir: el cuerpo y la pelota; y porque a quien no se le ocurre el embuste sobre la marcha, no tiene talento para jugar. Claro que el lado femenino de la pelota ayuda a que todo sea algo más sencillo; como en una película en blanco y negro, siempre se inclina hacia el caballero que más trucos utiliza para seducirla, hacia quien es capaz de embaucar a propios y extraños mientras se adueña del esférico objeto de deseo. La pelota se rinde ante el que mejor interpreta el arte del engaño, y esa debilidad tampoco la compra el dinero.



Decía el pintor Santiago Rusiñol que es más difícil engañar a los hombres de uno en uno que hacerlo de mil en mil; tal vez por eso, tenga más mérito lo de Cristiano Ronaldo, que se disfraza de prestidigitador compulsivo en cada internada y encarna la mentira acrobática mientras los rivales se conjuran para no volver a caer en la trampa. La burla elegante la enseñó Michael Laudrup, que hipnotizaba con su mirada perdida al tendido mientras enviaba el balón al centro de la plaza. Todas estas medias verdades para terminar hablando de Ibrahimovic, talento sutil, salvaje expresión del espíritu del juego de siempre, que dibuja una hermosa mentira con su enorme cuerpo cada vez que toca la pelota.

Foto: elmundo.es

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lunes, marzo 12, 2007

Desfile en soledad.







Un equipo de fútbol puede tomar cualquier decisión menos la de volver la espalda a su gente. Quienes no respetan la tradición de grupo y quienes no respetan a las personas que lo conforman y lo siguen sufren la misma ignorancia irrespetuosa: no entienden la vida y la historia del fútbol.



Un club no deja de ser un desfile de almas, voluntades y talentos, encabezado por el escudo y los valores sustentados y exhibidos por los protagonistas del momento, y seguido de los socios y aficionados que dan sentido al peregrinaje.
Durante el camino, los estandartes hallan dificultades, luchas a vida o muerte y paraísos terrenales tan bellos como fugaces. En la batalla por el éxito y por seguir adelante, quienes portan el escudo vuelven la vista atrás y encuentran siempre el sentido del fútbol y de su propia dedicación en todos aquellos que se sienten partícipes de su existencia. El fútbol consiste en esto y sobrevive con fuerza entre nosotros así. Habrá desfiles modestos, recién iniciado su camino; los habrá opulentos, multitudinarios, otros equivocarán el rumbo en la cabecera y sólo la masa social los reconducirá. Pero los aficionados somos sagrados y quien no lo comprenda pone en peligro nuestra pasión colectiva.






En el fondo, las personas buscamos grupos desde siempre, bajo una bandera que nos defienda e identifique y al calor de la compañía del semejante. La vida sólo se explica a través de desfiles, porque es un desfile ella misma.
Uno inicia su camino y lo guía como sabe y puede entre las vicisitudes que se encuentra; tras él, caminan en procesión todos los que lo quieren y ayudan, mientras los demás observan y los más osados comentan. Hay quien siempre está presente entre la multitud, quien anima el camino y quien lo abandona, gente que se une a la mitad del recorrido y otra que desaparece.
Como nos tememos que el final conocido es de extrema soledad, nos unimos a todo desfile colectivo que nos reconforte, con la remota esperanza de no morir solos.


Por eso, no aceptar así el fútbol es no aceptar así la vida, y por eso también los equipos y las personas corremos un mismo riesgo: si no entendemos que lo único que da sentido al horizonte es la gente que tenemos detrás, podemos convertirnos en coleccionistas de almas y máscaras de quienes nos ayudaban a seguir adelante y ahora, con el estandarte a la deriva, se ven obligados a marcharse para no sufrir más.
Fotos: AP, Getty Images

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domingo, marzo 11, 2007

El defecto apasionante.


Un partido de fútbol nunca puede ser contado del todo, y tengo el convencimiento de que cuantos más ojos se fijan en él, más cosas quedan en el aire. Es el caso de un Clásico, que a fuerza de atraer miradas y pasiones, brinda sabrosos detalles al sol. Uno de tantos, que destaca por su relevancia sobre el desarrollo del partido de ayer, lo ofreció Rijkaard. Nuestros dos colosos llegaban al duelo lamiéndose aún las heridas sufridas en las batallas europeas pero el Barça tenía una ventaja comparativa que lo convertía en favorito indiscutido: un plan, una idea. Desde que comenzó la temporada, se hace difícil saber a qué va a jugar el Real Madrid, ni siquiera cómo y dónde va a defender o qué tipo de medios articularán el juego.

Como Rijkaard renunció a la fortaleza del Barcelona, terminó con la debilidad del Madrid. Cuando los once vestidos de blanco se asomaron al campo y vieron el sistema defensivo del rival, comprendieron que habían hallado un tesoro: les habían dibujado el plan del que carecían, un mapa inconfundible hacia el peligro, las instrucciones precisas para el punto de ignición.
El Barça enseñó al Madrid cómo atacarle, pero no cómo defenderle, y como es un equipo que aprende despacio porque no tiene la costumbre de escuchar, el partido estaba preparado para romperse en una serie de concesiones inauditas para el jolgorio general.

En las innumerables crónicas del Clásico que tendremos que leer y escuchar hoy, habrá frases tendenciosas, medias verdades e incluso magníficas apreciaciones. Pero seguro que encontramos dos adjetivos comunes: espectacular y vibrante.
El aficionado tiende a confundir el ritmo con la precipitación, la motivación con la ansiedad, los espacios con un buen pase y, en general, el fútbol vistoso con el buen fútbol. Como todo depende del cristal con que se mire, quien se sentó a ver el partido esperando una humillación y la caída de Capello como fruta madura sólo sintió alivio al final; quien soñaba con la muerte definitiva del modelo del Barça aún se lamenta pero se mantiene en su discurso; y los que auguraban kilates de buen fútbol a la vista de la nómina de jugadores sobre el césped, sólo encontraron refugio en Messi.
Foto: www.marca.com

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domingo, marzo 04, 2007

La felicidad y el miedo obsceno.


Ya hemos visto dos capítulos que, pese a ser confusos, a fuerza de sucederse resultan reveladores: primero fue Pedja Mijatovic quien reconoció veladamente que Capello pactó con Emerson incluirle en la lista de convocados ante el Bayern pero no alinearle; después, en el siguiente partido en el Bernabéu, ha aducido una molestia de la que todos sospechan y muchos dudan. Hasta quienes no desciframos a tiempo las claves ocultas del mundo del fútbol extraemos una misma conclusión: Emerson huye del Santiago Bernabéu presa de un insuperable miedo obsceno, con un rostro a medio camino entre el despecho y la angustia.

Queda claro que los sentimientos son relativos, pero como el juego es absoluto, cuando un equipo olvida de dónde viene e ignora hacia dónde va, el calcetín se da la vuelta: el "miedo escénico", en genial definición de Valdano, que infundía temor en todo visitante del Bernabéu y una sensación abrumada de de derrota inminente, se vuelve ahora contra alguno de los supuestos anfitriones cuando no se infunde en el rival nada más que esperanzas de sumar en una plaza de primera.

Emerson individualiza alguno de los problemas de este Real Madrid que muchos señalan como estructurales: se le considera un apéndice de Fabio Capello (la apuesta por el técnico italiano), es un jugador veterano que ya ha enfilado la cuesta abajo (la apuesta cortoplacista de urgencias dibujadas) y juega en el centro del campo pero ni juega ni es el centro de nada (las apuestas electorales brindadas al sol: donde todos esperaban a Cesc o a Kaká, aparece él). Como representa tanta apuesta suicida y derrotada, al público del Bernabéu se le ocurre una propuesta: silbarle.

Puede que no sea lo más justo, pero tampoco es justo soportar a un jugador tan lento, tan pesado y tan alejado del compromiso. El Puma no es feliz, pero tampoco rinde ni puede seducir con su escasa aportación y su cara de esforzado incomprendido. Muchos se quejan del dedo acusador de la gente del Bernabéu, que aplasta a algunos y no les deja crecer. ¿Demasiada exigencia? Miren, esto es el Real Madrid ...

Foto: El País