lunes, noviembre 19, 2007

Más que fútbol, frenesí.



Desde hace ya algún tiempo, cada jugador nuevo que aparece se asoma a un fútbol que en poco se parece al de antaño, se incorpora a un mundo peculiar que vive una profunda transformación que arranca cuando su enorme volumen popular comienza a generar un similar volumen económico. Lo moderno es lo multifuncional, la polivalencia es virtud y la versatilidad condición general de eficacia. El especialista es un profesional estancado para la modernidad, que exige hacer muchas cosas a la vez aun a riesgo de no hacer realmente nada. En el fondo, el argumento es el de siempre: como el fútbol huye de la pelota e imperan las consideraciones físicas y tácticas sobre todas las cosas, las consecuencias prácticas son previsibles.
Estas tensiones actuales son conflictivas para todos, salvo que seas un portento atlético, un talento privilegiado y te llames Sergio Ramos.

Es fuerte, potente, dinámico, profesional, implicado y elegante. Quien exhibe tanto adorno natural ha de ser cuidadoso para saber lucirlos todos sin perder la compostura ni resultar enojoso al buen gusto. Sergio tuvo una impaciencia descomunal para llegar a la élite (debutó en la adolescencia, obligó al Real Madrid a donar un riñón con poco más de dos docenas de partidos en Primera y llegó a la selección cuando debía estar aprendiendo con Santisteban) y desde entonces se ha cuidado mucho de encontrar equilibrios químicos entre todos sus atributos físicos. Tal ostentación de virtudes suele ocultar algún vicio yacente: Ramos ha de aprender los encantos de la serenidad, porque el juego sin balón es igualmente importante y hay ocasiones en que resulta más provechoso preguntar antes de pegar.

Estamos ante un inconformista, carácter imprescindible para que quien alcanza la fortuna antes de tiempo, pueda mantenerla y alimentarla hasta la gloria. Se ha propuesto un plan de jubilación inexcusable: observar desde los altares toda su carrera al repasarla cuando llegue a su fin; y para ello ya es consciente de que el único antídoto contra el vértigo durante la dura y apasionante escalada consiste en que el orgullo mantenga intacto el apetito y jamás mirar hacia abajo.


La hiperactividad define su talante y el ansia infinita su tendencia. No ahorra un esfuerzo, no escatima una gota de sudor y muerde y se retuerce panza arriba antes de llorar por un fracaso.


Corre, choca, roba, progresa por banda, ayuda en el fondo, asiste, remata, amenaza, distribuye y golea; el mismo ritmo frenético que ha transmitido a este artículo desprende al espectador, que se debate entre la admiración entregada y la envidia pretendidamente sana en función de los colores de su bandera. Siempre procuró ser un pilar defensivo, aprendió después a serlo en el inicio y desarrollo de la jugada y ahora también lo es en su culminación. No debe andar lejano el día en que llegue a rematar un balón que él mismo haya centrado.


Cualquier valoración de su verdadero nivel es transitoria, pues está en permanente crecimiento. Sergio Ramos es una esponja de virtudes que se añaden a su figura poco a poco, parece tener una capacidad innata para vivir al lado de los mejores e ir absorbiendo aquellas cualidades que mejor aprovechan a su fútbol. Así, de Raúl ha aprendido que uno sólo está entre los elegidos cuando su identificación con un escudo, unos valores y una cultura es absoluta, cuando nadie los imagina sin recordar su entregado rostro elevado al cielo; de Roberto Carlos debió quedarse con la capacidad de adueñarse de los dos carriles de la banda: el de bajada, cerrando el paso hasta el área sin renunciar a la intimidación, y el de subida, derrochando tanta fuerza y talento que hablar de la necesidad de extremos se percibe como un lujo para paladares exigentes; ahora nos demuestra que de Beckham le dio tiempo a hacerse de la precisión en los centros y hasta Van Nistelrooy parece haberle enseñado a definir con maestría ante la meta del rival. Como duerma un par de noches con Casillas, se me ocurre un portero polaco que puede ir ya preparando las maletas ...
Fotos: Marca, Deportista Digital

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lunes, noviembre 12, 2007

La conjura de los necios.

Nuevamente al fútbol lo han teñido del negro de las crónicas de sucesos y del rojo de la sangre derramada, y nuevamente el tinte se lo han aplicado desde Italia y Argentina. En un partido de la Segunda división de este país, donde la vida humana parece tener el mismo valor que la bufanda de un club, un aficionado murió apuñalado en plena grada por un sujeto que, al parecer, era su primo, en lo que parece ya el colmo de la barbarie y el asilvestramiento.



Mientras, en Italia, la fatalidad quiso que se encontraran en una gasolinera dos grupos de "tifosi" de Juventus y Lazio y discutieran sobre la grandeza de uno y otro a golpes. En la intervención policial, un disparo accidental mató a uno de ellos, y lo que parecía un gran drama personal derivó en una oleada de violencia que arrebató el fútbol y el descanso a medio país, paralizó varias ciudades y volvió a ofrecer imágenes dantescas a las que uno, afortunadamente, nunca llega a acostumbrarse por más que el triste hábito quiera hacer al monje. Nos quedamos sin Calcio, y a cambio hemos tenido que soportar que se vuelva a unir al mundo del fútbol lo más bajo de la condición humana.

Bastó una chispa para que se creyeran depositarios del voltaje nacional, capacitados para decidir si merecemos o no vivir en paz un domingo haciendo lo que nos gusta, nos divierte, nos une y nos evade de una vida diaria con suficientes problemas como para soportar a estos degenerados.
Cualquier excusa vale para que las hordas del parasitismo social se comuniquen unas con otras para extender el miedo: ayer, por toda Italia se unieron en una conjura de necedad selvática, una auténtica cena de los idiotas a la que concurrió lo más granado de la estupidez colectiva.


A estos despojos de una sociedad que respira de espaldas a su salvajismo, las gentes del fútbol les tenemos que aplicar la Ley del Talión: "Ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie", reza la fórmula bíblica del principio de retribución. No les deseamos la violencia física (por más que estemos seguros de que muchas veces es lo más eficaz), pero sí que quienes manejan el Derecho les impidan hacer lo que más les divierte: acabar con las fiestas ajenas como reveladora forma de entretenimiento impúdico.

Si no fuera porque avergüenzan y aterran a partes iguales a sus semejantes, darían hasta pena. Son violentos, indocumentados, criminales, asesinos; desechos morales sin escrúpulos ni actividad cerebral reconocida, adalides de la desintegración de algunas familias y residuos prescindibles del fracaso escolar, representantes de la más supina estulticia y del salvajismo impune. A lo que vamos, unos gilipollas.
Fotos: Sky Italia, http://www.marca.com/

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miércoles, noviembre 07, 2007

La aldea global y los aldeanos.




Aprovechando que el mundo se globaliza, es más fácil para todos ver rodar la pelota en cualquier rincón del planeta, hacemos nuestros los ídolos entronizados en otros reinos y manejamos mercados ajenos como nuestra propia cesta de la compra; aprovechando que el globo se mundializa, los grandes buques lanzan sus robustas redes relativizando el concepto de frontera como artilugio trasnochado y el de infancia como mera fase previa a la presa adulta.

El planeta es ahora una aldea global en la que no hay secretos ni tesoros ocultos, caladero común de quienes pervierten una inocencia interrumpida a la que queda por delante todo un proceso de madurez física y mental para aparecer como el abajo firmante. Así que la costumbre terráquea ofrece alternativas: oferta de trabajo al padre de la criatura, nueva casa, coche y colegio para la familia, ...


Ahora que todos se asombran ante el florecimiento futbolístico del trabajo de captación y educación de jóvenes talentos del Arsenal de Arsène Wenger, Michel Platini se ha decidido a defender la esencia del fútbol, a salvo de acusaciones aprovechadas. El presidente de la UEFA ha criticado el fichaje indisciminado de niños y adolescentes como base del trabajo de cantera porque es injusto, fomenta la desigualdad e incluso se nos plantea que encierre cierta ilegalidad, salvaguardada por la incierta normativa aplicable. Seducir con el brillo del dinero, el humo de la gloria prematura o el anzuelo del mundo desarrollado es insostenible ética y deportivamente y ataca a los principios más elementales del fútbol. Como la ética causa risa porque no está de moda y el deporte huye de textos enrevesados, habrá que sentarse a regular.




Podrán justificar todo esto quienes no ven en el fútbol más que un espectáculo. Si sólo me vengo a divertir, entreténganme y muestren todo lo que tengan. Pocas cosas tan espectaculares como la llegada de nuevas y jóvenes atracciones, cuanto más exóticas mejor.


Tampoco pediremos comprensión a los que sólo entienden al fútbol como un negocio. Las inversiones arriesgadas y los depósitos de renta variable con la salsa de su vida, no entienden de almas sino de números y están en este mundo tan sólo de paso.

Solamente quedamos quienes vivimos el fútbol como un juego; un juego que representa mucho de lo que somos y casi todo lo que sentimos, una batalla pacífica de ideas, la forma de una pelota manchada con unos colores que no sabemos por qué nos acompañan desde que nacemos, pero sí sabemos que estarán con nosotros hasta que muramos.



Dos imágenes llamativas nos ha dejado el fútbol europeo en las últimas semanas: la de un equipo campeón de su país y súper profesionalizado, arrodillado ante su público después de una derrota sonrojante; y la de un maduro y aterrado aficionado turco, llorando a lágrima viva ante la humillación que estaba sufriendo a miles de kilómetros de su casa.

Quien dedica su tiempo a esto es perfectamente capaz de dedicarlo a otra cosa cuando se aburra o encuentre una diversión nueva; quien invierte su dinero es perfectamente capaz de llevárselo sin dar explicaciones ni sentir remordimiento; pero quien ofrece su corazón es incapaz de desentenderse porque los sentimientos no se adquieren con el tiempo ni a cambio de dinero.

La aldea global gira en torno al fútbol, cierto; pero sólo unos cuantos aldeanos cuidamos verdaderamente de él.



Fotos: http://www.eskoriatza.com/, AFP

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jueves, noviembre 01, 2007

Que pase el siguiente.



España tiene un problema fundamental (en realidad, tiene varios, pero éste es curioso): ante cada tema de conversación que se nos ocurre, se forman dos bandos opuestos e irreconciliables, y todos procedemos sigilosamente a ubicarnos en uno para toda la vida. La costumbre rige siempre, en política, economía o cultura, y el fútbol no podía ser menos: Madrid o Barça, Torres un fenómeno, Torres un invento, “raulistas” y “anti-raulistas”, … La vida diaria del país consiste en un constante debate nacional sin sentido, pues nadie se siente desprevenido ni capaz de corregir su criterio, por lo que no hay a quién convencer ni, en muchos casos, hay siquiera qué debatir.

El equipo más español de los grandes no podía resistirse a esta política de facciones. Acomodado a la automutilación en busca de un criterio único que no termina de encontrar (y empieza a parecer que no existe), el Valencia ve desfilar entrenadores, ostentar el palco presidentes y deambular directores deportivos incapaces de trabajar por el club, conformando todos ellos los correspondientes bandos a partir de un punto de fricción siempre sencillo de determinar. En el medio, una afición tan fiel como exigente, tan entregada como osada, dudando entre buscar cobijo en una de las facciones u optar por taparse los ojos con las alas, como ya ha hecho “Lo rat penat”, incapaz de soportar desde el escudo la egoísta incompetencia de quienes se refugian detrás. Muchas veces, el peor ciego es el que prefiere no ver lo que tiene delante.

En un amago de apuesta sincera, el presidente del Valencia purgó a Carboni y a todo aquel que suponía algún obstáculo a la autoridad suprema de Quique en el ámbito técnico del club. Cuando siente que el ardor de la batalla empieza a irritarle el trasero, muestra su rostro verdadero: arroja al entrenador a las llamas que él mismo ha propagado y desvía la atención a un preciado tulipán.
Una de las múltiples fábulas de Esopo se titula “La vieja y el médico”, y narra algo así:
una vieja enferma de la vista contrató a un médico para que la tratara en su casa. Cada vez que el doctor la visitaba y mientras le aplicaba el ungüento, iba robándole los muebles de su casa. Cuando terminó la cura, el médico reclamó su salario, y la vieja se negó a pagarle, por lo que el médico la llevó ante los tribunales. La vieja declaró que, en efecto, había prometido pagarle, pero que su estado, después de la cura, había empeorado: “Porque antes- dijo- veía todos los muebles que había en mi casa, y ahora no veo ninguno”.

Esopo extraía la moraleja de que a los malvados sus propios actos los delatan. En el caso del Valencia, diríamos que quien pretende maniobrar amparado en la oscuridad deja un inconfundible rastro luminoso hacia la intención de sus actos.
Soler tiene las manos manchadas de ceniza que delatan su implicación en la quema indiscriminada de profesionales tratando de conservar su juguete. Son escudos humanos improvisados en una guerra fratricida sin vencedores ni vencidos, “ninots” de carne y hueso abrasados por el fuego amigo. Víctimas de un club incapaz de disfrutar la década más prodigiosa de su historia.
Fotos: www.penyesvalenciacf.com, El País

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