martes, mayo 27, 2008

Cuestión de estilo.

Las hipótesis personales son un lugar común en las tertulias de paso, por muy lógica y extendida que esté una explicación definitiva. De algún modo, todos nos sentimos con derecho a dudar de la versión oficial. Siendo esto así, es sencillo deducir qué sucede ante un dilema para el que no logramos unificar una solución. Dicho de otra forma, si todavía hay quienes creen que Elvis vive, imaginen las teorías peregrinas sobre los sucesivos fracasos de España en las grandes citas internacionales. ¿Se acuerdan de la célebre frase del conde de Romanones? "Ustedes hagan la ley, que yo haré el reglamento". Pues eso: la selección que adolezca de sus defectos estructurales, que yo contaré lo que me dé la gana para vender más o por pura pereza intelectual.


La eterna cuestión acerca de por qué la selección española cosecha una desilusión tras otra cada dos años se agudiza a la vista de nuestro lustroso palmarés en las categorías inferiores (desde los sub'21 hacia abajo, España es la mayor potencia del mundo) y el nivel privilegiado de nuestra Liga en el panorama internacional. Se ha dicho que la peculiar configuración política del país termina reflejándose en el rendimiento del equipo nacional, pero no parece un factor que pueda en buena lógica justificar tantas décadas de frustraciones prodigiosas y, además, buena parte de los mejores jugadores de nuestra historia han sido vascos y catalanes. Se ha mencionado también la falta de competitividad del futbolista español más allá del abrigo de su entorno, pero el rendimiento de Torres, Xabi Alonso, Arteta o, en su día, Ferrer y Guardiola, desmonta el argumento. No han faltado los exégetas de la disculpa, que han mencionado la mala suerte o el arbitraje conspirativo como barreras infranqueables, lo que a todas luces se rebate por sí solo.


Últimamente, y dado que el aficionado tiende a sentirse cada vez más refinado, se nos ha ocurrido que, a diferencia de las grandes naciones, no tenemos un estilo que nos defina. Pues bien, no sé en qué agujero se esconderán estos distinguidos opinadores si nos marchamos apresuradamente para casa, porque a Luis se le ha ocurrido dotarnos de uno incuestionable: muchos jugadores de toque en la media para circular la pelota, búsqueda de la victoria desde el dominio y la posesión, disposición de partida 1-4-1-4-1, diagonales de interiores y toda la banda para el lateral, ...


Tomando como punto de partida el anhelado bautismo de España como miembro de la comunidad de equipos con estilo propio, el equipo plantea algunas dudas.
Siendo como es el fútbol de hoy en día un juego de transiciones, nos lo jugamos todo a la baza de una sola dirección de juego; nuestra apuesta será tener la pelota y atacar en estático pero todos nuestros delanteros brillan con espacios y jugando a la contra; cuando perdamos una pelota, habrá por lo menos media decena de jugadores por delante del balón y no tenemos falta táctica; en un torneo tan corto y de urgencias imprevistas no contamos con un plan B ni con reservas que planteen un escenario diferente al rival.


En fin, sintiendo que empezamos a unirnos al coro de teorías más o menos peregrinas, parece que nadie se atreve a decir lo que los datos históricos y las sensaciones sugieren: que, hasta el día de hoy, España no tiene nivel como selección para competir con los mejores y ganar un gran torneo. Quien nunca (repetimos, nunca) ha llegado a unas semifinales en un Mundial no puede rasgarse las vestiduras ni sentir como un fracaso caer en octavos de final ante la selección finalista; un equipo que nunca (de nuevo, nunca) ha conseguido eliminar a una selección histórica en un partido decisivo de una fase final no puede exigirse hacerlo, sólo luchar y soñar con ello.


La ilusión es sana y recomendable siempre que sirva para generar interés y apoyo en torno al equipo y no se convierta en humo de colorido estrafalario. Creernos los mejores no nos dará un gramo de ventaja pero quien lo necesite para levantar la voz, allá él. Otros pensamos que la mejor forma de crecer es ser consciente del nivel de uno, para saber en qué aspectos debe incidir y dónde se coloca la delgada línea que separa el elogio merecido de la crítica discutible. ¿Admitir como punto de partida que España no puede exigirse estar en el primer nivel porque no lo tiene? Desde luego, no es nuestro estilo.


P.d. tratar de ser objetivo y realista no me hará bajar los brazos animando a la seleción como siempre. ¡Vamos España!
Eagle Eye Cherry- Save Tonight
Fotos: juegalaroja.com, Eurosport.

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jueves, mayo 15, 2008

Algunos hombres buenos.

El gran éxito del fútbol radica en que todos lo disfrutamos convencidos de su sencillez cuando en realidad es verdaderamente complejo. Para seguir dormitando en nuestra pequeña sabiduría, construimos esquemas simplistas con los que creemos explicar el devenir del más aleatorio de los juegos. Uno de tantos es analizar el crecimiento y la caída de un equipo así: el fútbol se mueve por ciclos, lo que es casi tanto como no decir nada.
Pretender que existe una inercia inasequible que encumbra y después desnutre a los equipos por el solo paso del tiempo es una forma como otra cualquiera de mirar hacia otro lado. Cuando lo razona un aficionado, sucede que no se le ocurre nada mejor que decir; si quien teoriza así es un dirigente, lo que intenta es que a nadie se le ocurra un motivo para pedirle explicaciones.


Reflexiones de este tipo se han llevado por delante a Frank Rijkaard, primer cadáver identificado entre los escombros de un castillo de naipes. El gran Barça ha muerto después de una penosa enfermedad interna: la pérdida de valores, la autocomplacencia, el olvido del esfuerzo como referente diario ... y nocturno.
En "Cartas del diablo a su sobrino", C. S. Lewis reúne una colección de misivas de un viejo diablo a un sobrino, tentador principiante, para adoctrinarle, en un ingenioso índice del panorama de la vida moral y religiosa del hombre de nuestro tiempo. En una de las cartas, le dice al joven aprendiz acerca de su paciente: Supongo que el matrimonio de mediana edad que visitó su oficina es precisamente el tipo de gente que nos conviene que conozca: rica, de buen tono, supercifialmente intelectual y brillantemente escéptica respecto a todo. Deduzco que incluso son vagamente pacifistas, no por motivos morales sino a consecuencia del arraigado hábito de minimizar cualquier cosa que preocupe a la gran masa de sus semejantes, y de una gota de comunismo puramente literario y de moda. Esto es excelente.


La molicie y la pereza holgazana tientan a todos, pero con más fuerza que a nadie se acercan a los virtuosos. Quienes se dejan seducir a causa de su ligereza dejan una hilera de migas de pan a un diablo que ya sabemos que sabe más por viejo que por diablo.


Ostenta Frank un importante grado de culpa: el que le corresponde por no haber sabido acallar los cantos de sirena con voz firme y responsable; ni siquiera ha acertado a comerse las miguitas de pan para despistar al demonio. Pero ha sido el primero en purgar sus penas cuando realmente merecería ser el último. Ya hemos dejado claro lo que nos indignan los chivos expiatorios: el foco de la culpabilidad alumbra a unos pocos, dirigido con esfuerzo a la vez por muchos brazos interesados. Esa luz siempre oculta en la sombra a decenas de falsos inocentes.


Rijkaard construyó un equipo ganador y bello, ético y estético, de un romántico pragmatismo que convenció a todos. Supo integrar en los principios del credo del Barcelona las exigencias del fútbol moderno: presión arriba, búsqueda del robo, intensidad, trabajo físico, contras letales. Hizo crecer a talentos desorientados y llevó al paroxismo el vértigo ofensivo desde la disciplina defensiva. Conviene recordar sus méritos profesionales (sobre todo, para los descreídos del verso, sus dos Ligas y la segunda Copa de Europa en la historia del Barça) ahora que todos le despiden pañuelo en mano aplaudiendo sus virtudes personales.
La valía de una persona se demuestra mejor en las duras que en las maduras, y ha sido precisamente ahora cuando más ha brillado Frank, un solitario cuerdo entre la locura colectiva, el único que se mantuvo en su sitio mientras el temporal revolcaba a los demás.
Ha supuesto un ejemplo para todos: adecuadamente lejano a todos los medios y al célebre "entorno", ni una palabra más alta que la otra, unido con su vestuario hasta el final, comprensivo con sus jugadores hasta la ingenuidad (que diría Cappa), sabiendo ganar, con su serena alegría, y también perder, con esa última muestra de elegancia caballerosa en el pasillo más retratado del mundo.


Hacen salir a Rijkaard, se marcha un grande. En pie el fútbol español. Siempre he creído que la dimensión de un hombre no se mide por la compañía en una vida exitosa, sino por el número de personas que acompañan entre lágrimas a su féretro.

Coldplay- The Scientist


Fotos: Europa Press, EFE

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jueves, mayo 08, 2008

Gurpegui zurekin gaude!

Cuando algo que se aparta de lo usual ocurre a quien no es atacable por los privilegios de la estirpe, nuestra sociedad tiene la costumbre de organizar dos juicios: el "oficial", previsto para depurar culpabilidades y resarcir derechos, y el "paralelo", abrupto por espontáneo, que gusta de la estrategia de tierra quemada sin hacerse responsable de las consecuencias.
Alguien se mueve más de lo debido entre la maleza de la vulnerabilidad; el silbato mediático toca a rebato amparado en la cobardía de la multitud. Sigamos el rastro de baldosas amarillas; sospechosos habituales, la presa favorita para la actividad de moda. Ha comenzado la caza.


Gurpegui dio positivo un fatídico 1 de septiembre de 2002 por niveles de 19norandrosterona muy superiores a los considerados fisiológicos. Ahí comenzó su calvario.
Se le secuestró la ficha federativa y se le perdonó hasta dos veces, le fue negado el más elemental derecho de defensa, no admitiendo siquiera pruebas médicas externas a su favor, y finalmente se le impuso una sanción desproporcionada y a destiempo.
Desde la más absoluta ignorancia farmacológica y fisiológica, el positivo existió. No soy tan fanático como para cerrar los ojos ante la evidencia de que algo sucedió y se debe investigar, pero tampoco soy tan flemático como para cerrar la boca ante un trato semejante hacia un jugador de mi equipo por la pureza del deporte. El fin no siempre justifica los medios.


Por eso, me asaltan varias dudas puramente lógicas. ¿Eran habituales las prácticas dopantes en el Athletic? Porque no ha habido ningún otro positivo ... ¿Se dopó a Gurpegui exclusivamente? Porque, puestos a dopar a uno solo, yo lo hubiera hecho con Yeste, por ejemplo ... ¿El jugador tomó algo por su cuenta? Porque entonces no sería coherente la actitud del club ...
Reflexiones vagas pero directas, punzantes pero imprecisas, con la única seguridad de que se ha destrozado la carrera de un futbolista con el tufo político de la nueva Ley del Dopaje al fondo.
Siempre he detestado los chivos expiatorios.
Limpiar la imagen del impío deporte español, incapaz de luchar eficazmente contra la trampa y la droga a ojos de todos, agravado desde la "Operación Puerto"; exhibir una cabeza desfigurada y agarrada por la cabellera, atraer a las moscas ...


En el siglo XVIII los condenados a muerte en Londres eran colgados en público en los muelles del Támesis. En 1740, el ciudadano William Duell corrió esa suerte, pero cuando depositaron su cuerpo en la mesa de disecciones, el forense se dio cuenta de que aún respiraba y tras dos horas de reanimación consiguió resucitarlo milagrosamente. Ante un hecho tan insólito, fue devuelto a prisión pero se le conmutó la pena por la deportación a colonias.


El de Andosilla ha vuelto a la vida, arropado por la gran familia que es el Athletic, que no le ha olvidado un segundo en todo este tiempo. No es cuestión de presentarle como un héroe ni como el símbolo de nada; además de presunto culpable, ha sido víctima de un sistema que le ha tomado como instrumento para un fin y de una sanción fuera de lugar consecuencia de un proceso que sonrojaría a la jurisdicción más bananera.


Hay en todo esto un único motivo de orgullo: comprobar una vez más que el Athletic tiene vida propia y una peculiar forma de defender lo suyo. A diferencia de otros, no se adueña de tus triunfos y se desentiende en tus fracasos; no socializa tus aciertos y te señala en los errores.


Carlos Gurpegui reapareció un 27 de abril de 2008 en pleno Bernabéu y ante un Real Madrid dispuesto a celebrar la Liga a costa del Athletic. Todo estaba preparado para la fiesta, pero el único que vivió un día de gloria fue un resucitado de entre los muertos. Cuando uno bajaba hacia Cibeles, veía a la diosa algo compungida, y a sus dos leones Hipómenes y Atalanta con un guiño cómplice en sus ojos. Tenían motivos para rugir: son leones, son del Athletic.


Podrá decirse que se le ha aplicado a Gurpegui un castigo ejemplar, con todo lo que supone utilizar a una persona; se habrá sido riguroso en la pretendida lucha contra el dopaje y la sacralidad de la competición deportiva, con todo el agravio comparativo a ojos vista; incluso habrá quien piense que se ha sido benévolo. Lo único que no se ha sido sin duda es justo, precisamente lo único que cabe exigir de quien imparte justicia.
Todos somos el Athletic. Todos somos Gurpegui.

Los Planetas- Un Buen Día
Fotos: El Correo

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jueves, mayo 01, 2008

Las bodas de plata de una ilusión.

Tal día como hoy, hace veinticinco años, el sueño de todo un pueblo se hizo realidad. Recién superados los tiempos oscuros, las décadas sin identidad, de cultura y valores reprimidos, las gentes de ese pueblo abarrotaron las calles de su tierra de festejos y los cielos de España de su grito de alegría desgarrado. Volvían a ser ellos mismos, una aldea de irreductibles soñadores frente al implacable avance del imperio del pragmatismo, del juego desvirtuado por el espectáculo y la virtud espectacular de quien no sabe jugar. Un lugar común de recuerdos, de nostalgia por el pasado y contagiosa ilusión por el futuro, hasta ese momento incapaz de ser feliz en presente. Pero los aldeanos más jóvenes y fuertes conquistaron la luz del mañana para aquella gente.

Tal día como hoy, hace veinticinco años, los nobles vascos se unieron para mostrar a todos el lazo impermeable de la sangre, el triunfo de las ideas milenarias, la sal de la tierra como condimento.
Se creían fanfarrones por defecto y ya tenían un motivo para sonreír, se sabían los reyes del mambo pero hasta entonces no podían explicar por qué. Habían escuchado muchas veces el vigor histórico de su espíritu, pero no entendieron hasta aquel 1 de mayo de 1983 el estruendo de un pueblo que estalla unido.

Tal día como hoy, hace veinticinco años, el Athletic era campeón.


Todo lo que ocurrió a partir de las 4.30 de aquella fecha, hora canaria, y en los días sucesivos se merece un recuerdo imborrable. El Athletic necesitaba ganar en Las Palmas a un equipo local que se jugaba la permanencia, pero también era preciso que el Real Madrid perdiera ante el colista de aquella temporada, el Valencia. La familia vasca se enfrentaba a esta carambola de imprevisibles consecuencias aparentando confianza pero, debajo del antifaz, mentalizada para morir en la orilla. Espera lo mejor y prepárate para lo peor, escribía Pessoa.

Las Palmas marcó pronto, pero aquel Athletic tenía poco que ver con lo que hoy conocemos y Sarabia y Dani remontaron justo cuando Miguel Tendillo daba forma al milagro: el Valencia ganaba 1-0 al Real Madrid. Cuando nuevamente Sarabia, Estanis Argote y Urtubi sentenciaron con el 1-5, el alma de los vascos se mantuvo en vilo, conteniendo la respiración sin poder posar los pies en el suelo y las fantasías más cerca de la realidad que de la luna de Valencia.
Después todo acabó, y como cuando suceden los acontecimientos para la historia, nadie era consciente de lo que suponía aquello. Quien mejor lo resumió fue el mítico Piru Gaínza: "No sabéis lo que habéis hecho!". Después llegaría la fiesta, el jolgorio, las memorables imágenes de la gabarra, la ría de Nervión, la basílica de Begoña, ... Aquellos hombres reservaron una butaca perpetua en el corazón de la memoria colectiva: Zubizarreta; Urkiaga, Liceranzu, "Txato" Núñez, De la Fuente; De Andrés, Sola, Urtubi; Sarabia, Dani y Argote. El once de aquella mítica tarde en Las Palmas. Pero también Goikoetxea, Gallego, Guisasola, Elguezábal, Bolaños, Patxi Salinas, Julio Salinas y Noriega.

Me temo que intento escribir acerca de un episodio cuya dimensión, por mi situación personal y emocional, me supera. Uno se imagina dentro de aquella vivencia y no es capaz de medir las distancias ni calcular las emociones, feliz y envidioso a la vez, siendo consciente de que es probable que me sobrevenga antes la muerte que una lluvia tal de sensaciones; dichoso aunque con un punto de lacónica amargura, sabedor de que realmente estuve allí, en brazos de mi madre, pero la Naturaleza no tuvo a bien permitirme ser consciente de lo que estaba pasando.
Supongo que el deseo ancestral del hombre por volar o ser capaz de viajar en el tiempo serán el equivalente a mi anhelo personal de vivir algo parecido. Sólo espero que, si alguna vez logro despegar los pies de la tierra, nada me impida tocar el cielo con los dedos.


Mientras pasa el tiempo, y la cita semanal con el Athletic es más un motivo fundado de temor que la esperanza de vivir una alegría, al menos una convicción nos guía: si seguimos siendo tan auténticos como sabemos, seremos tan grandes como queramos ser.


Era solo un título de Liga para un club que ha ganado 33 torneos oficiales, pero era especial por su significado. Demostraba a todo el mundo, pero a los sentimentales zurigorri en especial, que en la era del color y el fútbol profesionalizado aún había margen para que al Athletic el fútbol le reservara una pequeña porción de gloria. Hoy, 1 de mayo de 2008, en la edad digital y del fútbol globalizado, la duda es aún mayor porque la tarta se la comen los clientes antes que el propio pastelero. Que las lágrimas que derramamos al volver a ver estas imágenes rieguen la ilusión y mantengan vivo el sueño de nuestro Athletic.












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