jueves, diciembre 27, 2007

Cuento de Navidad.


Cerró la puerta de casa como si tal cosa, pretendiendo una normalidad rutinaria que no conseguía sentir. Hacía ya bastante tiempo que odiaba las fechas señaladas, ésas en las que todos se reúnen para celebrar algo, porque le obligaban a tomar conciencia de su situación, a recordar dónde estaba y de dónde venía, a caer en la cuenta del baile de máscaras de su día a día como macabra ficción de felicidad. No tenía con quién reunirse, y ni mucho menos había nada que celebrar. Tal vez por eso festejaba lo cotidiano, cuando no podía salir a la luz la oscura gruta en que se había convertido su intimidad. Tal vez por eso no soportaba los días que tenían alguna significación especial.

En un arrebato de dignidad, dejó la comida sobre la mesa del salón, entró en el vestidor y se puso su mejor camisa con la corbata azul de seda del último aniversario. Cuando empezó a peinarse delante del espejo, escuchó la sintonía y se apresuró a terminar: empezaba el discurso del Rey y las tradiciones hay que guardarlas.
Mientras desenvolvía la cena y se desataba el olor a fritura, cerró los ojos y trató de sentir los trazos de normalidad que tenía la situación. El hambre le golpeaba como cada noche, estaba igual de cansado que siempre y si bajaba el volumen de la televisión, reinaba el mismo silencio que le asustaba desde hacía meses. Intentó abrir los ojos, cenar y prestar atención a las palabras de Su Majestad.

Apuraba la segunda hamburguesa y el reloj reveló la hora clave: las nueve y media. No sabía muy bien por qué, quizá para dar los regalos a los niños a medianoche, pero era tradición a esa hora sentarse todos a la mesa, desenfundar la servilleta roja del nudo de Papá Noel y bendecir la mesa. Nada que molestase podía quedarse allí, ni siquiera el móvil de ella, el mismo que había interrumpido tantas noches de amor cuando una urgencia le reclamaba. Pertenecía a su vida anterior, pero no olvidaba ahora tampoco guardar las tradiciones. Cuando aquel pensamiento se convirtió en lágrima, decidió que ya había sido suficiente humillación.

Se sentó en el cabecero de la cama y dejó las gafas lentamente al lado de la foto. No recordaba exactamente el día de la misma; la ubicaba en algún momento entre el primer recuerdo y la última nostalgia, le martilleaba el corazón antes que la conciencia pero le servía a sí mismo para demostrarse que tuvo una vez una vida mejor.
Apagó la luz después de besar el escudo de yeso bañado en plata como cada noche y trató de disfrazar su amargura de pasión, tiñendo sus pensamientos de rojo y blanco, abrazado a su esperanza de un futuro mejor para un equipo que se arruinaba al mismo tiempo que su propia existencia. De repente, le asaltó una reflexión: lo único que conservaba de su vida anterior eran sus colores porque, a diferencia de todo lo demás, no podía decidir sobre ello. Había conseguido quitarse de encima todo lo que significaba algo para él y estaba en su mano, en una autodestrucción más cobarde que suicida. Ya nada dependía de él, ni siquiera una devoción futbolera que permanecía a su lado mientras todo lo demás perdía su sentido sin que nadie se compadeciera de él.
Respiró hondo y pensó qué habría en la nevera para comer al día siguiente.




Snow Patrol- Chasing Cars
Foto: www.andaluciaimagen.com

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jueves, diciembre 20, 2007

El fútbol simplificado y la erótica vegetal.

No corren buenos tiempos para las exposiciones de motivos. Alguien tuvo la ocurrencia de que el fútbol tenía tal éxito por su sencillez y todos los demás lo celebraron: "Estupendo, así no tenemos que dar explicaciones". Si añadimos que el análisis y el estudio no mueven tanto el ánimo de la gente porque al esfuerzo no lo valoran como meritorio, la desafección de la pelota era inevitable.
En el tránsito hacia la modernidad, el fútbol se universalizó en espectáculo de masas y, para acortar el camino, se dejó atacar por la falacia de la practicidad, el resultadismo, "el bacilo de la eficacia" en palabras de Ángel Cappa. El triunfo del cuánto sobre el cómo, la meta como obsesión sobre el camino como diversión, nada nuevo bajo el Sol. Y en el medio, como elemento de inquietud, vuelve la pelota.


Una vez leí a un presunto intelectual en El País que de fútbol nadie entiende ni puede entender porque vive sujeto al elemento del azar. ¿Por qué? Porque la pelota es redonda.
Más allá de las ideas peregrinas de algún sector de la intelectualidad al referirse con desprecio al juego de masas, lo cierto es que el balón es caprichoso, y requiere tantas complicaciones como preocupaciones exigen las cosas de bella factura. La pelota obedece a quien la cuida, y eso necesita precisión, y la precisión necesita tiempo: demasiada excentricidad para el fútbol simplificado de nuestros días.
El fútbol había sucumbido a la seducción del simplismo, así que pasamos de la falsa premisa de que en el centro del campo se ganaban y se perdían los partidos a colocar ahí un par de sujetos de idéntica vestimenta. Sólo importa lo que ocurra en las dos áreas, la del miedo y la del éxito, el fracaso o la gloria, olvidando todo el disfrute que hay en el camino que separa una de otra: por azar o por simplificar, hagamos que parezca un accidente.


En el discurso futbolístico de hoy se analiza la presión, se estudia la debilidad del rival, se perfeccionan las distancias entre líneas, se diseñan segundas jugadas, rechaces y estrategia. ¿Le interesa a alguien la pelota? Casi todos diseñan su juego partiendo de la premisa de que el balón lo tienen los otros, la mayoría se sienten más cómodos si no cargan con la posesión. ¿A qué estamos jugando? No debe de andar lejano el día en que los dos equipos se muevan en perfecto compás mirándose los unos a los otros sin percatarse de que no hay ninguna pelota en el campo.
Voy más allá: propongo eliminar las porterías y colocar dos muros de pared en las bandas para inventar otro juego, a ver si así nos entretenemos algo más.




La era digital permite a un aficionado cualquiera visitar distintos torneos y modos de entender este deporte con un solo movimiento de dedo; es simple: visitamos una decepción tras otra sin solución de continuidad. Por eso es reconfortante encontrar ideas cristalinas y sabrosas como un oasis en un mar de arena. El Milan de Carlo Ancelotti gravita en torno a un genio del pase y la dirección, un futbolista bello y eficaz, que necesita tener la pelota para disfrutar y hacer jugar a sus compañeros y relamerse al personal que observa. Andrea Pirlo representa la apuesta por la lógica y la pureza futbolística, preciso en la entrega corta, milimétrico en el desplazamiento en largo, precioso en el golpeo de balón. El equipo le ha construido una jaula de diamantes para protegerlo de las barbaridades que nos rodean, con dos albañiles por detrás y dos violinistas por delante. Uno imagina a Pirlo en el campo con un esmoquin y una batuta, agitando con vehemencia los brazos y la cabeza mientras hace sonar la orquesta milanista del triunfo.

Decía Jorge Valdano que jugar contra un equipo sin ningún interés atacante es como intentar hacer el amor con un árbol. Si Pirlo dirige la melodía de seducción, hasta una rama seca cobra atractivo y la unión entre especies se hace posible. La belleza siempre supo interpretar la danza del cortejo; la virtud erótica de la precisión hace temblar las raíces de las plantas ardientes de deseo.
Staind-So Far Away
Fotos: AP, AFP

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jueves, diciembre 13, 2007

Sonidos a destiempo.


Decía Parménides que la música que no describa algo no es más que ruido, y la fuga de sonidos en que consiste el fútbol requiere tener claro lo que uno dice y escucha para que las palabras no se las lleve el viento y la música pueda dar forma al silencio en la manera en que el jarrón da forma al vacío. O, al menos, para que no tengamos que oír sinfonías chirriantes.


Primer ejemplo: se ha extendido la práctica de guardar un minuto de silencio simbólico antes del comienzo de los partidos como costumbre vinculante de progresismo. Como hoy en día todo parece ser relativo, progresista es cualquier cosa y populista casi todo. En un momento crucial de la liturgia previa al juego, se rompe el desgarro de acordes para conmemorar sólo unas cuantas almas asesinadas. Viene a ser algo así como sustituir la música por ruido, pues pocas cosas hay tan ensordecedoras como un estadio en silencio. La demagogia es tan descuidada que cae en otras dos contradicciones: si por cada drama que conocemos nos tenemos que callar, no haríamos otra cosa en la vida que guardar silencio; y en todo caso, si el drama concierne al fútbol y decidimos llorar juntos, hagámoslo en silencio verdadero y prescindamos de los tonos lacrimógenos de fondo.


Segundo ejemplo: uno acude al Bernabéu, templo sagrado del fútbol, se marca un gol y comienza a sonar una horrible música festiva seguida del grito desgañitado de un speaker tratando de hacer partícipes a todos de su pasión remunerada. Viene a ser algo así como sustituir el ruido por música, pues pocas cosas hay tan sagradas como el estruendo natural al celebrar un gol. Una vez más, la tradición comienza a resentirse ante una supuesta obligación de ceder ante la modernidad. Si en la ópera a nadie se le ocurriría interrumpir a gritos la escena central de la función, pido el mismo respeto artístico para el fútbol: que no se acalle el momento culminante del juego con música que no viene a cuento.


Este último ejemplo me lleva a una última reflexión: cuando uno entra a un campo de fútbol, tiene más poder del que cree, pues un equipo no deja de ser el espejo del carácter de su afición. Sólo pensar un poco en algunos de los clubes más significativos refrenda esta impresión.
Pues bien, la afición del Real Madrid, coherente como pocas, interioriza el triunfo como algo cotidiano, y a partir de ahí se pone a exigir. El Bernabéu es un foro exquisito, intransigente, que valora el talento y el esfuerzo por encima de todas las cosas. ¿Qué pretenden? ¿Una afición de chirigota, que aplauda cualquier cosa y entone cánticos al margen de los símbolos? Lo hemos dicho alguna vez: miren, esto no es cualquier cosa, esto es el Real Madrid.


Stefan Zweig afirmaba que la mejor táctica que podía utilizar un cazador de faisanes era imitar su grito de celo. Sólo faltaba que el faisán se ponga a hacer el indio y a imitar el grito de celo de su cazador, poniéndose al descubierto. Sólo faltaba ...



M-Clan- Oigo música



Foto: Marca

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domingo, diciembre 09, 2007

Todo lo que soy.

San Mamés recibía a un ilustre huésped o el Real Madrid visitaba una morada histórica: dos maneras distintas de introducir un partido con tanta solera teórica como desigualdad práctica.
Todos coinciden en destacar que se enfrentaban dos formas opuestas de entender el fútbol, dos maneras de vivirlo en la cercanía, dos modelos de club y de equipo que se han separado en su naturaleza tanto como han podido después de compartir una cuna de nacimiento.


Y así es, si lo vemos desde fuera (el orgullo del aficionado del Athletic se alimenta con sabores diferentes al del madridista) y desde arriba (el Athletic representa a un pequeño trozo de tierra y el Real Madrid ya satisface a hinchas de Extremo Oriente), porque si lo contemplamos desde dentro y desde abajo llegamos a una curiosa conclusión: una verdad a medias puede ser la más interesada de las mentiras. Once millonarios contra once aldeanos, dicen algunos, con olvido consciente de que éstos son casi tan ricos como esos millonarios. ¡Caray con los aldeanos! Hasta donde yo sé, el Real Madrid se ha distinguido siempre por su tesón y su sacrificio y en el Athletic nadie juega por amor al arte.


Tal y como hacían sospechar las proclamas de Caparrós un día antes, el Athletic pretendió llevar el partido al terreno emocional antes que al futbolístico y entre tanto gesto y tanto esfuerzo, se fue asfixiando. Cuando a uno le falta el aire ya no sabe transmitir sentimientos, ya llega tarde a cerrar los espacios propios y ya no le da tiempo a aprovechar los ajenos. Sólo cuando fue capaz de añadir argumentos tangibles dio la sensación de tener opciones.



Otras veces la consigna parecía del todo lógica: si son superiores en lo físico, en lo técnico y en lo táctico, ¿qué hacemos? Pongámonos a rugir, y a ver qué pasa. Y lo que pasa es que las rayas rojas y blancas ya no asustan a casi nadie, hasta el último de los debutantes se mide con ellas con sensación de superioridad. Y eso se recupera jugando al fútbol, no rugiendo.



Es curioso cómo funciona el ojo global ciudadano: al Madrid le toca presentarse en San Mamés y al Athletic se le dedican más análisis, páginas de periódicos y minutos de televisión que nunca. Parece que la atención no es de nadie, sino que se desplaza de la mano de unos cuantos alumbrando lo que se va encontrando a su paso. Sea como fuere, una ocasión única para que el mundo admire el singular caso del Athletic y caiga en la cuenta de que los románticos no están condenados al fracaso, precisamente ante el equipo que mejor demuestra la evidencia de que el éxito en fútbol consiste en comprar talento y vender identidad.
El viejo león ha mirado fijamente a los focos de la globalización y parece mascullar ante todos: "En esto creemos, éstas son nuestras armas, todo lo que tenemos". Y mientras volvía a caer mortalmente herido, el fútbol mostró el alma de juego que todavía conserva: siempre da una oportunidad al corazón para que rebata a la razón.
Travis- Sing
Fotos: El Correo

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martes, diciembre 04, 2007

Valor para contarlo.



En una sociedad en la que la forma ya importa más que el fondo, en el mundo de la opinión sin formación por encima de las fuentes de información, conviene olvidarse de aspectos morfológicos y acudir al espíritu de las cosas. En un tiempo en que el fútbol importa más por lo que genera que por lo que simboliza, quienes forman parte de algo más que un club sienten invadida su esfera pasional de intimidad. En definitiva, el Barça atraviesa dificultades y, por ser quienes son, detenerse en lo superficial no conduce a nada.


Pocas insignias representan a Cataluña como lo hace el Barcelona, fruto del trabajo exitoso de muchos, sueño de un estilo inconfundible, señal inequívoca de la capacidad de aprender y progresar de la región sin dejar de mirar de cara al resto del mundo. Para representar a la cultura catalana no sólo hace falta ser culto y catalán, sino que también se requiere un punto de distinción, buenas dosis de brillantez y un aire cosmopolita que seduzca en la distancia corta.


El proyecto de Laporta no olvidaba esta identidad y trazó el camino del éxito sobre la base de la mezcla: un grupo de jóvenes directivos al frente de una centenaria institución, un discurso de humildad y regenerativo, la llegada de un nuevo ídolo para derrocar iconos pasados. En el campo, la base era la misma, pues el Barça mejor que nadie entendió que había que levantar muros de hormigón bajo la vajilla de porcelana para dominar Europa en los tiempos modernos, que el trabajo consistía en mantener un estilo mostrando los relieves en oro sobre un retablo de madera. El mundo se maravilló ante un equipo bello y competitivo al mismo tiempo, que no se mareaba entre tanta combinación ni dejaba de sonreír; y, lo que es más importante, no paraba de jugar al fútbol.


Pero el vicio del conformismo y la autosuficiencia se les contagió pronto, antes aún dejaron de sacrificarse y mucho antes de comportarse como los grandes profesionales que eran. Los "flashes", la molicie y el dinero como distracción común, el talento como hamaca ilusoria ante la pérdida de la cultura del esfuerzo y la sana costumbre de entrenar.


Decía Thomas de Quincey en uno de sus cínicos momentos de inspiración opiácea, que se empieza cometiendo un asesinato, y si uno no controla lo suficiente, se termina por no ir a misa los domingos y no ceder el asiento a las ancianitas. Así que cuando se han hecho tan mal tantas cosas, hablar de problemas tácticos, fichajes invernales o mala suerte es una perversión absoluta, y no una versión de lo sucedido, fuegos de artificio para distraer ante el olor a chamusquina. Quienes duermen plácidamente son los últimos en salvarse de las llamas.
P.d. gracias a Guille (Zaragocista) he superado mis limitaciones informáticas y, aunque tarde, completo el post con el vídeo de Queen "Princes of the Universe". Espero que complemente y amenice la lectura del post.
Fotos: EFE

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