miércoles, noviembre 26, 2008

Jaque.

“Diez negritos” es una de las mejores novelas de Agatha Christie, reina del suspense y los crímenes en prosa. En ella, diez personas son invitadas a unas vacaciones en una mansión situada en una isla desierta por un misterioso anfitrión que no hace acto de presencia. Durante la primera cena, una voz grabada les acusa a cada una de un crimen, con datos exactos, y comienzan entonces a ser asesinados uno a uno, siguiendo la aterradora pauta de una canción de cuna que encuentran junto a diez figuras de porcelana que representan los diez negritos del título del libro, y que desaparecen conforme van muriendo los protagonistas.
El hilo conductor de la trama recuerda en parte a lo que le está ocurriendo al Athletic, cada vez más solo y con menos fuerzas, luchando desde una isla a la que se le agotan los recursos naturales, desierta de esperanza y angustiada ante la crecida de unos mares que amenazan con engullirla para siempre.

Esa canción de cuna empieza así:
Diez negritos se fueron a cenar. Uno de ellos se asfixió y quedaron nueve.
La primera víctima de la nana infantil es filosófica: la asfixia de un modelo reducido al absurdo. Un caso único en el fútbol mundial que se enorgullece de su singularidad pero, en vez de potenciar su idea (Lezama, Lezama, Lezama) y convertirse en un referente, se dedica a buscar resquicios para engañar a no se sabe quién.

Nueve negritos trasnocharon mucho. Uno de ellos no pudo despertar y quedaron ocho.
El fallecimiento de un mito como Telmo Zarra, el episodio vivido con Julen Guerrero, la actitud del club con grandes conocedores de la realidad del Athletic de hoy (Valverde) y de siempre (Clemente), como ejemplos de que los símbolos de verdad se alejan, de que el concepto de tradición en algunos está bastante trasnochado.

Ocho negritos viajaron por el Devon. Uno de ellos se escapó y quedaron siete.
La fuga de talentos, con la legislación y el negocio actual del fútbol, hace mucho daño a los clubes de cantera, más aún a quienes reducen esa cantera a su terruño. Se han escapado viajando por Europa decenas de futbolistas que, hace algunas décadas, jugarían hoy en el Athletic.

Siete negritos cortaron leña con un hacha. Uno de ellos se cortó en dos y quedaron seis.
La muerte del Athletic como refugio romántico para muchos, su desaparición como el segundo equipo de medio país, que simpatizaba con su idealismo y mérito añadido. La marea negra de la influencia política, mal entendida dentro de Euskadi y peor aún fuera; el hacha y la serpiente como signos de un crimen organizado al que injustamente nos quieren vincular, apoyados en la torpeza de unos ricos y la cobardía de unos pobres.

Seis negritos jugaron con una avispa. A uno de ellos le picó y quedaron cinco.
El daño irreparable de la gestión de Lamikiz y sus adláteres, culpables de atentar con alevosía contra el mejor proyecto de los últimos tiempos, con resultado de coma inducido. Jamás sospechamos que la incompetencia y el ego personal encontraran tan tardía resistencia. Quien juega habitualmente con fuego, se termina quemando.

Cinco negritos estudiaron Derecho. Uno de ellos se doctoró y quedaron cuatro.
La transformación de las estructuras sociales y políticas también tienen mucho que decir, poniendo en tela de juicio la ventaja comparativa del Athletic: el fútbol como espectáculo de masas, la era digital como fin de las fronteras, la Ley Bosman como cobertura legal al mercado infantil y al riesgo de las factorías.

La canción de cuna terminaba sin negritos a la vista, como el libro de Agatha Christie, como el futuro que muchos vislumbran y demasiados desean al Athletic. Lo peor de todo es que pueden tener razón. Perdemos fuerzas y energías en cada parpadeo, y todavía no nos hemos referido a quienes tienen la responsabilidad de la isla en estos momentos, apoyados por un pueblo santurrón por indulgente: no consigo imaginar un lugar en que los futbolistas estén más protegidos que en Bilbao, indultados de por vida por una afición consciente de su lugar en el mundo, excusados en una debilidad de mercado pero con los bolsillos desbordados de dinero.

Hace unos días, unas imágenes arrancaban una sonrisa a todos y alguna lágrima a los seguidores del Athletic: un grupo de niños del Congo agradecía al club el envío de ropa deportiva cantando el himno en perfecto euskera y con un sentimiento que ponía los pelos de punta. Atended, millonarios, porque así se defiende al Athletic, así se siente el Athletic, así se le agradece tener lo que uno tiene, por más de un siglo de historia que un grupo de cenutrios pijos y malcriados se empeña en arriesgar.
Y ya que nos jugamos la historia al dominó, todos podemos reflexionar. ¿Qué oscura ley no escrita nos impediría criar a niños como los del vídeo en Lezama y enseñarles desde pequeños los valores y la cultura del club y del país?

Como en la nana de la novela, han caído varias piezas en esta partida por la supervivencia: un número indeterminado de peones, un alfil y las dos torres. Jaque al rey de la selva, mueven negras y la partida no ha hecho más que empezar.

Etiquetas:

lunes, noviembre 03, 2008

Defensa de lo nuestro.

Tal vez a muchos sorprenda saber que la pederastia era una institución social con bastante arraigo en la Grecia antigua. Es cierto que no se entendía en los mismos términos de hoy pero algo nos inquieta al saber en qué consistía el paso a la edad adulta desde el punto de vista social y hasta natural: una relación homosexual, consentida por la familia, entre un joven adolescente (eromenos, el amado) que era acogido por un hombre de mediana edad (erastes, el amante) cuya madurez se transmitía al menor durante una temporada a través de la eyaculación y a cambio de un placer de dominación.
No menos llamativo resulta leer cómo los más reputados adivinos en la Roma clásica eran los esclavos, venidos muchos de ellos de Oriente Medio, con exóticos y desconocidos ritos esotéricos, acaso los precursores de tanto estafador telefónico de nuestros días. En esa realidad se enmarca el curioso episodio del rapto de un joven esclavo de nombre Thallus por Apuleyo, quien se lo lleva a un lugar apartado para visualizar el porvenir mediante hipnosis y engaños.





Así que resulta que el mundo que fue la cuna de buena parte de nuestro sustento cultural y filosófico y de la matriz humanista de nuestro desarrollo social cuidaba y creía en una atroz inmoralidad; y que una civilización tan jerarquizada en clases sociales estancas como la romana atribuía una cierta habilidad sobrenatural a quienes ni siquiera trataban como seres humanos.
Debe ser que toda sociedad encierra realidades tan difíciles de creer que sólo el paso del tiempo nos ayuda a comprender. Así que puede que dentro de varios siglos entendamos cómo en la llamada sociedad de la información tenemos que vivir con unos medios de comunicación tan lamentables.




Una publicación pasada de época trataba de advertir del intento de control sobre el Athletic por parte del entorno de la banda terrorista ETA, con el indisimulado propósito de vincular ambos foros y una portada amarillenta e intolerable que sitúa en la diana a algunos futbolistas. El problema se agrava cuando otros medios en apariencia menos extremistas y más sensatos se han hecho eco del aparente hallazgo, otorgando estatuto de validez a unas elucubraciones malintencionadas.
Y todo porque, en el convulso debate social sobre la necesaria reforma de los estatutos del club, una de tantas propuestas la promueve una abogada de Batasuna junto con otros socios afines a esa agrupación ya ilegalizada. Que nadie se rasgue las vestiduras: los clubes reflejan la sociedad en la que viven, y todos sabemos de qué pie cojean los peores estratos de la vasca.




El daño ya está hecho y sólo queda exigir la responsabilidad que corresponda a estos truhanes de la prosa y el verso, zafios apologistas del sensacionalismo, sinvergüenzas que activan conflictos y gestionan el odio que se han encargado de alimentar. Una forma como cualquier otra de fomentar la violencia, dentro y fuera de los estadios de fútbol, carnaza para las víboras y atracción fatal para las mentes calenturientas. Cada agresión que sufra un aficionado del Athletic por los campos de España correrá de su cuenta, cada vez que se nos grite "¡Etarras!" se apuntarán otra muesca en su haber (sin que por supuesto se cierre ningún campo ni se recoja nada en el acta arbitral, sanciones previstas sólo en caso de racismo ...).
Una cosa es chapotear en el fango del amarillismo y otra acusar a unos profesionales de colaborar con banda armada: eso se llama calumniar, es bastante grave y da lugar a un proceso penal con todas las letras.


En una sociedad tan fracturada como la vasca, en una atmósfera de tanto rencor, encontrar un espacio de unidad debería ser motivo de esperanza. Un motivo personal, algo que celebrar y llorar juntos, un sentimiento compartido, una excusa para abrazar al vecino. Tendríamos que cuidar al Athletic, aunque solo fuera por ser excepción en un mundo que, a veces, da tanto asco.
Desde dentro, manteniendo vivo el gure estiloa ("nuestro estilo", es decir, lo que somos y por qué lo somos), y desde fuera, respetando un caso único en el fútbol mundial que mantiene tenue, aunque aún viva, la llama de lo que un día fue un juego entre lo tuyo y lo mío.




Seremos nefastos marcando goles, cómicos defendiendo nuestra portería, soporíferos ofreciendo fútbol; a lo peor, carne de cañón en una liga millonaria y multicultural. Pero siempre fuimos los mejores del mundo tomando conciencia de lo que representamos para un pueblo y una gente que luce con orgullo valores centenarios.



Porque creemos desde hace siglos en ideas que van mucho más allá de la política, porque nos creemos leones y las fauces están para utilizarlas, porque el Athletic somos todos y entre todos lo vamos a defender. Del intento de control de cualquier grupo político (más aún si nos acecha el radicalismo), en el caso de que llegue a ocurrir, y de los terroristas de la imprenta que, a lo que se ve, ya han iniciado el ataque.


The White Stripes- Seven Nation Army


Fotos: Don Balón

Etiquetas: