viernes, diciembre 29, 2006

El fútbol de nuestros días.


No hay duda de que el fútbol es un deporte de ganadores, como buen juego y como pura competición. La alegría del gol, el éxtasis del triunfo, la impotencia temporal, la ansiedad por progresar, el miedo a perder, … Todos los que vivimos y los que participan en este juego sentimos esta lluvia simultánea de sensaciones sin más paraguas que la victoria. Tal vez por eso, todos los análisis que leemos buscan primero ese paraguas, pasando por encima del diluvio de sensaciones.

Pero si el fútbol fuera simplemente un mundo de vencedores y vencidos no conocería el éxito que tiene: sería un juego de suma cero, sin alimentarse de la sociedad ni universos paralelos. Escribe el doctor Horacio Krell que “los perdedores ven siempre amenazas, observan sus debilidades y crean círculos viciosos; los ganadores dan prioridad a sus fortalezas y transforman sus defectos en virtudes en círculos virtuosos creadores de autoestima”. Esta convivencia elemental, cierta en otros órdenes de la vida, no basta para explicar la dinámica del fútbol, aunque sólo sea porque los círculos (sean como sean) se adjudican e intercambian día a día sin que sea tan sencillo identificar a sus creadores.

A un personaje histórico tan relevante como Rodrigo Díaz de Vivar, “el Cid”, algunas monografías de prestigio le acusan de genuino mercenario, pues luchó del lado de cristianos y moros, cambiando de bando según fueran más favorables las circunstancias. Si cambiamos el terreno de la Reconquista por el campo de fútbol, entenderemos uno de los problemas que rodean actualmente a este deporte: se analiza a partir de un resultado, esto es, sólo miramos si hay paraguas y no nos enteramos de esa lluvia emocional tan importante para entenderlo todo.
La confusión no es menor, pues si el resultado pertenece a la ética intachable, el desarrollo del juego y las sensaciones que deja en la retina son pura estética. Y la mayoría de opiniones invierten incluso esta fórmula, fijándose en la estética visual de los números y dejando de lado la ética visual del fútbol bien planteado y mejor jugado.

Todo parece estar relacionado; cuando algo se populariza al nivel del fútbol, reina la vulgaridad, simplificamos al máximo, buscamos la lógica maniquea de ganadores y perdedores, y sufrimos las consecuencias: no sabemos qué es ética y qué es estética, el presente se impone a la historia y el resultado, como mal inevitable, al propio juego. Por ahora, sigue estando en nuestras manos.


Fotos: fifa.com, Getty

martes, diciembre 26, 2006

En busca de la belleza efectiva.


La verdad es que uno disfruta tanto con la capacidad de síntesis de los grandes jugadores, que a veces sufre dolores de cabeza cuando ve a aquéllos que embrollan cada acción hasta convertirla en una madeja. Tal vez por eso, cuando me siento a ver jugar a Cristiano Ronaldo, me tomo un par de pastillas. Por si acaso, pero me siento.

Y nos sentamos todos porque sabemos del buen momento del Manchester United, y de la calidad superior del personaje. Sabemos que es un futbolista distinto, que convierte cada acción en todo menos rutinaria y cada intervención en nada previsible. Posee tal gama de recursos técnicos que es algo así como el inspector Gadget del uno contra uno, con tantos perfiles y direcciones de arrancada, maniobra y salida que un defensor necesitaría cuatro piernas y dos cinturas para afrontar el duelo con confianza. Como ninguno las tiene, la salida más honrosa suele ser apartarse con aire distraído o recular hasta el siguiente compañero esperando un error improbable.

Pero Ronaldo tiene un doble problema que confluye al final en uno sólo: su carácter indomable y su espíritu aventurero. Disfruta adentrándose en un mar de adversarios, sorteándolos con su potencia de piernas y su habilidad cercana al prodigio; pero sólo parece disfrutar con eso.
Comentaba Valdano durante el Mundial que le ponía de los nervios verle buscar inmediatamente el videomarcador después de cada jugada para seguir la repetición, lo que denotaba un individualismo elevado al cubo.
Ferguson y Scolari trabajan desde hace años intentando pulir esta extraña y valiosa joya, sabedores de que poniendo el inmenso caudal de talento de Ronaldo al servicio de su equipo, la calidad del grupo se eleva a cotas insospechadas.

Y es que Cristiano Ronaldo busca primero dejar boquiabiertos a todos, desde el primer defensa rival hasta el último y remoto telespectador, y después, si hay suerte, que la acción sea provechosa para su equipo. Dada su evolución y su gran momento, parece estar recorriendo un camino adecuado para combinar mejor efectismo y efectividad, porque si bien el fútbol espectacular es una delicia, cuando nunca produce beneficios es como un coitus interruptus: deja buen sabor de boca, pero también un poso de amargura porque nos falta algo fundamental.
Cuando lo práctica empieza a ser bello, disfruta su creador, y todos corremos a felicitarle; cuando lo enormemente bello comienza a servir para algo, disfrutamos todos y todos nos felicitamos.

Foto: Getty Images

miércoles, diciembre 20, 2006

Navidad en un campo de fútbol.


Llega la Navidad, se colapsan los centros comerciales, nos inunda el espíritu promisorio y consumista, se enciende el alumbrado típico … y se apaga el fútbol en España. Esta última jornada previa al parón la juegan algunos con la maleta preparada en la puerta del vestuario, otros con la mujer y los niños embarcando y alguno pensando ya en cómo neutralizar los excesos de la época. Es decir, lo más recomendable en torno a un partido de fútbol. Mientras, en Inglaterra, los aficionados se relamen ante la maratón de jornadas que se les avecina: nada menos que cuatro en ocho días; padres e hijos hacen planes para ir al campo ahora que hay tiempo libre, los estadios se llenan en un ambiente muy especial y los equipos se mentalizan ante una serie de cuatro partidos que será clave en el devenir de la temporada.

La cuestión, como tantas otras veces, es el lugar en que hayamos depositado la esencia de esto. En Argentina, el fútbol gira en torno a la pelota (lo que supone toda una reverencia al talento), en España, giramos alrededor de los futbolistas (toda una reverencia a los ídolos creados), y en Inglaterra entienden que el elemento fundamental es el aficionado (puestos a hacer reverencias, los ingleses siempre son los más rectos y elegantes).

Un partido de fútbol en Inglaterra es todo un homenaje al espectador, desde el vídeo de introducción hasta el saludo final de los protagonistas en el centro del campo, pasando por la forma de entender el juego y sus consecuencias.
Uno ve por televisión un encuentro de la Premier y siente envidia sana de cada persona que está en la grada: el comportamiento de los jugadores, los cánticos, los campos, … Todo huele a fútbol del puro, a hierba húmeda, incluso a tantos kilómetros de distancia.

Ya que necesitamos admirar algo (pues tanto nos apasiona el fútbol), yo me decidí hace tiempo a admirar a todo el fútbol inglés, por tantas cosas que sólo apuntaré a los extremos: desde haber acunado este juego hasta colocarme a mí en el centro de sus preocupaciones.
Para muchas otras cosas, no hay quien los aguante, pero saben que su fútbol es especial y que nos abríamos vivir felices sin ellos. Por eso, a nadie le puede extrañar la respuesta de Michael Caine en “El hombre que pudo reinar”:
- ¿Qué sois, dioses?
- Casi, somos ingleses.

Foto: Getty

domingo, diciembre 17, 2006

La vía de escape.


La verdad es que, a base de repetir la misma cosa, ésta puede perder su significado, pero no nos podemos cansar de decir una y otra vez que el fútbol nace de la sociedad y acaso supone su reflejo en miniatura más preciso y completo. Si nos fijamos en el ejemplo de Argentina, nos encontraremos con una sociedad apasionada y un fútbol pasional, a lo que antecede un país apasionante. La descripción parece referirse a un hervidero constante de emociones colectivas, aderezado con unas venenosas gotas de delincuencia, pobreza y sensación de crisis permanente.

Ante esa situación, muchos pensarían que lo último en que un argentino de a pie se preocuparía debiera ser un mero partido de fútbol: craso error, y demostración de evidente desconocimiento del pueblo de Argentina y la fuerza centrífuga del fútbol. No es cuestión de volver la espalda a la realidad con un juego que nos permita taparnos la nariz, sino de empezar por mejorar todo a través de una vía de escape encontrada en un reflejo de la sociedad misma.

Uno se sienta a ver el decisivo e inesperado Boca- Estudiantes del miércoles y no puede hacer más que maravillarse. Porque ve el cielo de torsos al aire, pintados con los colores de su equipo como en una marejada de fidelidad de vida, y no se cree que afuera de la cancha afloren las bolsas de pobreza; porque se admira de las lágrimas sinceras y las promesas cumplidas y no imagina nada más alejado de la delincuencia organizada; porque escucha los gargantas desgarradas unidas en una sola voz desde las tripas y sabe que no gritan doloridos por la Argentina.
Ya no hay violencia, no hay partidos suspendidos, tampoco "barras bravas" siniestras y mafiosas ni escenas vergonzantes que a todos nos pellizcan la conciencia. No lo hay, al menos por noventa minutos. Esto es el fútbol, señores.


Fotos: Starmedia, Clarín

miércoles, diciembre 13, 2006

Caer en la trampa.


Suele decirse que los ámbitos más reglados de la vida se exponen más directamente al riesgo de burla. La abundancia de obligaciones activa la picardía y acostumbra a subrayar la necesidad. Hecha la ley, hecha la trampa: la excusa preferida de los bandidos de la palabra.
Hay trampas banales, como meter un gol con la mano, y trampas trascendentales, como la que denunciaba Nietzsche: “El sexo es una trampa de la Naturaleza para que no nos extingamos”.
En todos estos casos, lo más coherente es ponerse en la piel del tramposo, como hizo el mismo Nietzsche; lo que ocurre es que éste no parecía tener claro del todo si quien se burlaba era la Naturaleza de nosotros, o los seres humanos aprendimos con el tiempo a engañarla.

Villa se dejó caer ante la entrada de Juanma, el árbitro cayó en la trampa y el partido se desvirtuó. Así que Juanma, cargado de razón moral, no ha dejado de recriminárselo desde entonces, en privado y en público.
Esto es como todo: si uno practica sexo con una sonrisa en la cara, la única extinción en la que piensa es la placentera; así que, al menos en la cama, olvidémonos de Nietzsche.
Del mismo modo, todos los que no se hubieran sonreído si un jugador de su equipo desperdicia un penalti “trampeado” (o reconoce su propia burla y renuncia al premio ilegal), se zambulleron al césped de Mestalla de la mano de Villa.

Una cosa es traicionar el espíritu de un juego, lo que siempre unifica en el rechazo, y otra muy distinta es espiritualizar la traición, haciendo depender el juicio de los colores de la misma. A ver dónde están esos tramposos …

Foto: AP

domingo, diciembre 10, 2006

El fútbol por fuera y la explosión por dentro.


En un fútbol que cada vez se atasca más por el medio, los equipos que buscan abrir el campo en abanico en la generación del peligro y cerrarlo a la inversa en el susto final son, a la vez, un equipo con recursos y un soplo de aire fresco. En los tiempos del doble pivote, hacer cosquillas por un lado, y en la época de la rigidez y el juego sin balón, la flexibilidad eléctrica del fútbol en banda y la pelota al pie. Lo cierto es que reconforta ver aún muestras de equipos que huyen de los atascos de la pizarra y de las urgencias de la zona ancha al iniciar la jugada de ataque.

El ojo menos cualificado siempre buscará detalles y duelos individuales que pueda entender y apreciar mejor que los partidos en su conjunto, con una amplitud de variables (y de cosas que pasan al mismo tiempo) que, realmente, se pueden hacer inentendibles. Por eso, un mano a mano entre un extremo y un lateral en un costado del campo activa nuestros impulsos primitivos porque percibimos el duelo de principio a fin y sentimos la excitación de todo el verde que puede quedar por delante y todo el adversario que puede quedar detrás con el orgullo vencido.

En verdad, el uno contra uno es lo más primitivo del fútbol, lo primero que ensayan una y otra vez dos niños; y ver reflejado el aspecto de la calle en este juego tan alejado por desgracia de ella nos trae a todos recuerdos a la memoria de grandes gestas personales en un parque o ayudados de una pared, la más sincera de las amistades que uno puede hacer al asociarse pues no se cansa de devolverte la pelota alí donde la necesitas.
Ese nervio contenido que sienten los dos rivales con el balón de testigo de cargo y juez supremo se traspasa al espectador, como el de un recortador que espera con el corazón boquiabierto al toro.

Más allá de cuestiones formales, en el mundo de relaciones afectivas que supone el fútbol, hay muchas maneras de vibrar, alguna menos de emocionarse, pero sólo existe una forma de orgasmo colectivo: el gol. Y cuando éste procede de una seducción hacia un costado, un desnudo en la banda y un remate sin pensarlo penetrando por el centro, la explosión tiene difícil comparación. De verdad.

Foto: Deportista Digital