martes, febrero 12, 2013

En un mundo femenino




Artículo publicado en www.masliga.com el 15 de enero de 2013.

En un momento especialmente duro para la mujer en algunos países, no está de más subrayar el indiscutible sustrato femenino del fútbol. Y no es tarea sencilla. Delinear el perfil que une al fútbol con lugares comunes del culto público está al alcance de cualquiera: la religión, el opio del pueblo, la profesión de fe, la emoción ante los símbolos de la cultura asumida. Sin embargo, vincularlo con los altares del culto privado requiere ser demasiado sensible y sincero. Y, en ellos, la mujer ocupa la posición más elevada porque es la que merece y le corresponde, por más que quienes más se postran en público por su propia miseria no nos permitan darnos el lujo de reconocerlo.

Sólo el romanticismo sueña con los ojos abiertos con un mundo en el que la pureza de espíritu y la belleza objetiva sean virtudes consentidas, con la contradicción permanente y la extrema sensibilidad mensual como rasgos de humanidad aceptados. Un mundo de astucia y valor antes que de fuerza, de superar obstáculos sin derribarlos, que ponga en valor el lado femenino sin ningún género de duda. Aún subsiste cierta polémica entre los historiadores sobre el presunto carácter matriarcal de los pueblos del Norte de la Península en la España prerromana. El hecho de que la mujer transmitiera los derechos sucesorios, algunos derechos políticos o cierta interpretación de la “covada” llevaron a Estrabón de Amasia a hablar del matriarcado como régimen socio-familiar de estos pueblos cántabros.

Fuere así (hoy la gran mayoría de historiadores sostienen lo contrario) o no, lo cierto es que el fútbol sólo lograría ventajas en un mundo predominantemente femenino. Sabiendo que ocupa el lugar de un dios en el culto pagano, ha de ser consciente de que sólo los ideales románticos son capaces de mantener vivo su espíritu en el corazón de la gente, sin dejar de ser un juego mientras las masas inundan el espectáculo y desvirtúan su mito. Si el mundo fuese suficientemente romántico, reconocería que sabe ser femenino; si fuese capaz de parecerse demasiado a sí mismo, en el fútbol siempre ganaría el Athletic.

Una de las mujeres más brillantemente representadas hoy, la condesa viuda de Grantham, de la serie “Downton Abbey”, dijo en un capítulo a propósito de la muerte de un diplomático turco en la casa familiar: “A ningún inglés se le ocurriría morir en la casa de otro, especialmente en la de alguien que ni siquiera conocen”. El Athletic, de nombre de pila inglés, fundado por inspiración inglesa y especialmente preocupado por las tradiciones, parece empeñado en asistir a su propia muerte e invitarnos cortésmente a todos, para así poder deambular por las plazas antiguas y contar con lunática expresión de asombro la grandeza de su singularidad a quien se apiade de su soledad. Eso sí, morirá en su casa, faltaría más, aunque haya ido dejando retazos de vida allá por donde ha pasado.

El Athletic es ese lugar desde el que se filtra al público las intimidades más obscenas mientras sus habitantes pasean preocupados por el recato impoluto; esa familia empeñada en que la acusen de no tratar bien a su hijo más brillante cuando no se sabe comportar, que vive en una casa con ventanas opacas y doble verja pero el techo y el alféizar de cristal; esa idea única convertida en valor que deslegitima con vaivenes en la captación de cachorros; esa ciudad encantada en la que no se deja jugar en el césped pero nadie se acuerda de regar la hierba por las mañanas. La Arcadia feliz habitada por poetas de la nadería y escultores del aire en verso.

Todo para darnos cuenta de que importa poco cómo sea el mundo en el que vivimos mientras nos disfracemos de faranduleros con la pretensión de pasar desapercibidos, o insistamos en seguir haciendo lo mismo con la esperanza de obtener un resultado distinto. Ya lo decía lady Grantham en otra célebre escena de la serie: “Soy una mujer. Puedo ser tan contradictoria como me plazca”.