jueves, agosto 07, 2014

Mensaje en una botella.

No resulta sencillo ser el Athletic, guiados por convicciones de las que los demás se desengañaron y luchando por ideas que fueron ideadas para olvidar. En un mundo donde todos se preocupan por parecer que saben algo, sabiendo que parecen cualquier cosa, el Athletic sigue hablando de formas de ser. Como es viejo y cascarrabias pero no despistado, el león se siente obligado a presumir arriesgándose a escuchar de qué carece. Pero habla en un idioma antiguo a un espejito sordo que no le entiende, y ni siquiera recuerda quién era la más bella de su reino animal.



Puestos a alardear, una sola cosa distingue al Athletic de los demás: su identidad, la forma en la que decidieron vivir hace 114 años por siempre jamás, la llamada filosofía. No hay duda de que, en el fútbol de hoy en día, constituye una limitación notable, pero se lucha por una idea y con un estilo intocable, y eso une más en la desgracia y alboroza en las pequeñas alegrías porque una gran familia triunfa. Si la vanidad hay que dejarla a los que no tienen otra cosa que exhibir, como decía Balzac, el Athletic camina por la vida con el alma desnuda para que nadie confunda las cosas.
Pertenecer a un grupo siempre fue fuente de realización para las personas, un instinto que ha identificado a los humanos; pero si además ese grupo es familiar y con él se compite contra otros, imaginemos hasta dónde llega la realización y la identificación.




A eso que llaman filosofía se agarran todos los leones y cachorros con los dientes bien apretados y una mirada de soberbia ante los demás, a falta de victorias sonadas y títulos recientes. Al final, el fútbol es también un ejercicio de presunción.
En eso que llamamos filosofía se resume la esencia de lo que es el Athletic, se explica por qué son el club y el equipo quienes viven en la afición y no al revés, qué siente uno al vivir en San Mamés, dónde se esconde la poción mágica de la aldea irreductible. A lo que se ve, se guarda en un cajón bajo siete llaves bien custodiado, para que ningún desalmado la vulnere si no está de acuerdo toda la familia. Decía Wüttenberg que la filosofía significa enseñar a una mosca a entrar por el cuello de una botella. La del Athletic ha de ser tan compleja o más, porque no todo el mundo parece tenerla clara.



Competir con futbolistas nacidos en Euskadi, Navarra o en uno de los tres territorios del País Vasco francés (Lapurdi, Baja Navarra y Zuberoa), o formados y educados en una cantera futbolística de alguno de estos lugares. El primer caso plantea pocas dudas, porque el nacimiento es un hecho natural e incuestionable. Pero la segunda hipótesis da lugar a una rica casuística que depende de situaciones y decisiones personales, familiares y hasta vitales, y que hace imposible alcanzar una única solución mediante una ley de las doce tablas o hacer tabula rasa y empezar a decidir.



Lo que sí es posible, y en cierto modo obligatorio, es ser coherente. El Athletic no envía ojeadores a Sudamérica, ni capta talentos cántabros o andaluces en torneos de infantiles, ni implanta escuelas formativas en África donde, además de cultivar simpatías, forme en valores y construya un relato global que no deje de ser propio. Pero algo se entiende mal cuando a un chico riojano de 16 años no se le puede llevar a Bilbao y enseñarle el estilo Athletic, pero sí se puede esperar a que con esa edad lo fiche Osasuna Promesas, se forme allí, y años después pagar seis millones de euros por él. O cuando a un travieso niño de 13 años de la Borgoña no se le presta atención para rasgarse años después las vestiduras cuando, criado y moldeado en Zubieta, otros pagan treinta millones por él y se debe dejar de soñar en secreto con su fichaje. Deportiva, económica y hasta filosóficamente es un despropósito.



Claro que dejarse embelesar por un prodigioso zurdo de Agen, en Lot y Garona, y llevarle a Lezama por unas comunas de más o de menos es algo así como hacerse trampas al solitario. O jugar uno solo al parchís sobre un tablero de ajedrez apostando todas las fichas contra la banca. O algo así… Porque si abrimos un gran boquete en el lateral de la botella para que la mosca tenga la entrada clara, no es filosofía. No es fácil tampoco convencer a la mosca, estamos de acuerdo, pero defenderse de invectivas después de reconocer cosas así hace despertar un impulso irrefrenable de lanzar la botella a la hoguera y ver como se desmenuza. A una hoguera de vanidades compartidas.

Foto: El Correo

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martes, febrero 12, 2013

El camino del maestro




Artículo publicado el 25 de enero de 2013.

Quienes desprecian el valor que aún hoy encierran los estudios clásicos no suelen ser conscientes ni siquiera de lo que dicen. Un mínimo conocimiento del latín nos haría reparar en que la palabra “maestro” proviene de “magister”, que designa al líder o jefe, o a aquel que destaca por su sabiduría o habilidad, mientras que “ministro” tiene su origen en “minister”, que refería a aquél subordinado sin apenas conocimientos o habilidades. Lo que sucede es que hemos respetado poco el origen clásico de nuestra cultura, al menos en lo que se refiere al reconocimiento que la mayoría otorga a los términos. Por ahí se explica la famosa anécdota del Profesor y Rector de la Complutense, Adolfo Muñoz Alonso, a quien en cierta ocasión el ministro de Trabajo franquista José Solís Ruiz, natural de Cabra (Córdoba), discutía la utilidad de la enseñanza y uso del latín. El sabio Profesor le respondió: “Por de pronto, señor ministro, para que a Su Señoría, que ha nacido en Cabra, le llamen egabrense y no otra cosa”.

Moldear el talento de otros requiere firmeza en el pulso, finura en los dedos y cierta amplitud clarividente de miras. Es decir, el moldeador no improvisa ni siente una repentina inspiración mientras maneja el objeto de su arte, cual figura de arcilla húmeda que adopta formas sugerentes conforme se retuerce y cobra vida en el torno. Como si de un jugador de ajedrez se tratara, nuestro moldeador es capaz de anticipar diversas posibilidades para sus intenciones, en función de lo que ocurra alrededor de su delicado material. No todos pueden hacerlo.

Estimular la creatividad de otros exige arrojo en el carácter, un discurso tan sobrio como ornamentado y, por supuesto, tener reconocida como propia la capacidad de crear. Es decir, el estimulador no vence ni convence, tampoco seduce ni hipnotiza cual flautista crápula y desengañado que condujera a desalmados hacia una sugerente Hamelin. Ha de ser alguien capaz de transmitir el gozo inmenso que produce crear algo, no tanto por lucir el resultado del arte donde antes no existía nada, sino por la realización personal que supone el camino recorrido hasta aquél. Sólo unos cuantos reúnen las cualidades.

Ahora bien, estimular la creatividad de otros moldeando talentos ajenos está al alcance de muy pocas personas. Excitar en quien ha dependido de ti en la vorágine de una competencia la necesidad de embarcarse en tu misma aventura sólo pueden hacerlo personas muy especiales. Más aún cuando los excitados son individuos con el ego y el prestigio convenientemente saciados. Más aún cuando la aventura es larga, el destino mediato, y el camino encierra recodos donde se ponen en juego más cosas que se pueden perder de las que se ofrecen para ganar.

Tal vez porque los párrafos anteriores reflexionan sobre cualquier grupo humano que exista, sea cual sea su medio de vida en sociedad, ocurre que, en equipos de fútbol que han trascendido en la historia más allá de sus (habitualmente virtuosos) resultados competitivos, uno observa que el líder envejece hoy con barro indeleble bajo las uñas y un rostro ajado, de serena y fatigada experiencia vital, sonriendo ante un molde de estuco en el que guarda los recuerdos del camino que recorre cada uno de sus pupilos.

Tal vez porque el fútbol no es más que un extracto de nuestra sociedad, muchos futbolistas del gran Milan de Arrigo Sacchi se convirtieron en entrenadores: Ancelotti, Donadoni, Rijkaard, Van Basten o incluso Ruud Gullit, que trató de explorar vías ignotas con aquella moda del entrenador-jugador. Igualmente, el FC Barcelona de Johan Cruyff puede describirse hoy, entre otras muchas formas, como vivero de técnicos: Eusebio, Koeman, Laudrup, Stoichkov, Bakero, Sergi,… Y sí, por supuesto Pep Guardiola, que nos sirve de pretexto para seguir descubriendo tipos especiales de personas: las que despiertan por sí solas en los demás la vocación de ser maestros en la escuela de la tierra antes que ministros en el reino de los cielos.

La necesidad del periodismo


Artículo publicado en www.masliga.com el 18 de diciembre de 2012.

Son tiempos convulsos y suelen invitar a la reflexión más profunda. O más preocupada, según se mire. Aunque sólo sea porque todo parece puesto en almoneda y cunde la sensación de que nada es para siempre, de que no existen refugios infranqueables. Son tiempos así los que acostumbran a cobrarse más víctimas, reales y figuradas, pero también a hacer evolucionar las cosas. Y se trata de una teoría más sociológica que evolutiva…

Si uno abre una ventana, escucha mucho ruido. Todos hablan, gritan, reprochan, suplican. Lo hacen en solitario, por temores propios, o a coro, por derechos adquiridos colectivos. Un día habrá que hablar de la peculiar forma que tenemos de construir la sociedad a partir de sacralizar esos derechos adquiridos. A lo que iba, entre tanto estruendo no resulta complicado distinguir las numerosas voces que se plantean la situación y el papel del periodismo en el mundo de hoy. En estos tiempos.

Acotando ya razonamientos tan difusos en el ámbito futbolístico, el periodismo deportivo participa de esta ceremonia de la confusión. La progresiva muerte del papel le exige una cierta digitalización, mientras que un mundo cada vez más digital convierte cada persona en un potencial competidor, en un cierto foco de contenidos. La ventaja que tiene es que no puede dejar de ser periodismo, así que tiene una función social que cumplir. Toda sociedad necesitará un periodismo que se precie, dicho de otra forma. Y la sociedad futbolística, tanto como la que más.

La célebre teoría del huevo y la gallina adquiere un acento peculiar en la relación entre periodismo y sociedad. Porque no hay duda de que aquél nació de ésta y sin atributos sociales un periodista no es tal y un periodismo muere tal cual. Pero cuando algo se considera “el cuarto poder” es que ha jugado un papel muy particular en este mundo, incluso si despojamos el apodo de los matices literarios que sin duda conlleva. Los medios de comunicación no sólo informan: también ilustran, dan forma a la sociedad; los datos no sólo fluyen: los medios los convierten en información de valor e influyen en la conciencia social. El periodismo decide de qué hablan los ciudadanos, qué les escandaliza, qué les preocupa y atemoriza, con qué dulce señuelo se les distrae. Total, que a la sociedad le han salido pico y plumas y el periodismo se representa con forma ovoide… Una vez más, entre tanta desilusión, el periodismo tiene una ventaja: puede elegir.

Por poner un ejemplo, formamos parte de un país en el que más de la mitad de los ciudadanos reclaman una reforma de la Constitución, al mismo tiempo que el 52% de los mismos reconocen no haberla leído. O hablamos exactamente de la misma gente o el dato nos retrata en nuestra capacidad crítica. Y cuando uno escribe tiene a desconfiar de las casualidades, seguramente porque siempre prefiere ser causa de lo que se lee. Sin ser del todo ingenuos, pareciera que parte de la sociedad exhibe una capacidad de juicio sólo a partir de lo que ha escuchado y leído como consumidor.

Aterrizando otra vez en el fútbol generalidades a vuela pluma, resulta que como al Athletic de Bielsa le han eliminado de la Copa del Rey y de la UEFA Europa League en diciembre, la conclusión de los analistas y los medios, en general, es que el sistema defensivo de persecuciones al hombre es un defecto en sí mismo, algo que describe por sí solo los problemas del equipo. Sucede que la temporada pasada esos mismos medios consideraban al Athletic de Bielsa el colmo del fútbol meritorio y espectacular, cuando basaba todo su comportamiento sin balón en esas mismas persecuciones al hombre que, según parecía, nadie percibió. Si hubiésemos contado con estudios sociológicos como los del párrafo anterior, sospecho que los resultados nos habrían llevado a conclusiones similares.

No debemos atribuir al periodismo la responsabilidad de instruir a la sociedad pero tampoco permitirle aprovecharse de su pasividad mental. Sólo la sociedad, cada uno de nosotros, será capaz de comprender su tiempo, sea convulso o no, pero desde luego lo podrá hacer mejor con un periodismo digno. Necesitamos como sociedad al periodismo porque su función más propia, la de proveernos de herramientas para pensar con el mayor volumen de información disponible, la sabe hacer mejor que nadie.

El fútbol, por su parte, es la joya de la corona del opio popular. Así lo ven desde notables esferas de poder y así lo desean conservar. Como una forma de ocupar nuestro tiempo mental. Como una gallina de los huevos de oro, por más pérdidas materiales que ocasione. Pero el huevo no es el dinero, no fue el poder ni una vocación de opio. El huevo somos cada uno de nosotros, dibujados con una pelota en los brazos. El huevo fue un juego popular elevado por el éxito de su sencillez y el componente de azar a expresión cultural. Y para que no se nos rompa del todo, también el fútbol necesita como sociedad al periodismo, porque su función más propia, la de ayudarnos a que todos sepan qué significa el fútbol, la sabe hacer mejor que nadie.

En un mundo femenino




Artículo publicado en www.masliga.com el 15 de enero de 2013.

En un momento especialmente duro para la mujer en algunos países, no está de más subrayar el indiscutible sustrato femenino del fútbol. Y no es tarea sencilla. Delinear el perfil que une al fútbol con lugares comunes del culto público está al alcance de cualquiera: la religión, el opio del pueblo, la profesión de fe, la emoción ante los símbolos de la cultura asumida. Sin embargo, vincularlo con los altares del culto privado requiere ser demasiado sensible y sincero. Y, en ellos, la mujer ocupa la posición más elevada porque es la que merece y le corresponde, por más que quienes más se postran en público por su propia miseria no nos permitan darnos el lujo de reconocerlo.

Sólo el romanticismo sueña con los ojos abiertos con un mundo en el que la pureza de espíritu y la belleza objetiva sean virtudes consentidas, con la contradicción permanente y la extrema sensibilidad mensual como rasgos de humanidad aceptados. Un mundo de astucia y valor antes que de fuerza, de superar obstáculos sin derribarlos, que ponga en valor el lado femenino sin ningún género de duda. Aún subsiste cierta polémica entre los historiadores sobre el presunto carácter matriarcal de los pueblos del Norte de la Península en la España prerromana. El hecho de que la mujer transmitiera los derechos sucesorios, algunos derechos políticos o cierta interpretación de la “covada” llevaron a Estrabón de Amasia a hablar del matriarcado como régimen socio-familiar de estos pueblos cántabros.

Fuere así (hoy la gran mayoría de historiadores sostienen lo contrario) o no, lo cierto es que el fútbol sólo lograría ventajas en un mundo predominantemente femenino. Sabiendo que ocupa el lugar de un dios en el culto pagano, ha de ser consciente de que sólo los ideales románticos son capaces de mantener vivo su espíritu en el corazón de la gente, sin dejar de ser un juego mientras las masas inundan el espectáculo y desvirtúan su mito. Si el mundo fuese suficientemente romántico, reconocería que sabe ser femenino; si fuese capaz de parecerse demasiado a sí mismo, en el fútbol siempre ganaría el Athletic.

Una de las mujeres más brillantemente representadas hoy, la condesa viuda de Grantham, de la serie “Downton Abbey”, dijo en un capítulo a propósito de la muerte de un diplomático turco en la casa familiar: “A ningún inglés se le ocurriría morir en la casa de otro, especialmente en la de alguien que ni siquiera conocen”. El Athletic, de nombre de pila inglés, fundado por inspiración inglesa y especialmente preocupado por las tradiciones, parece empeñado en asistir a su propia muerte e invitarnos cortésmente a todos, para así poder deambular por las plazas antiguas y contar con lunática expresión de asombro la grandeza de su singularidad a quien se apiade de su soledad. Eso sí, morirá en su casa, faltaría más, aunque haya ido dejando retazos de vida allá por donde ha pasado.

El Athletic es ese lugar desde el que se filtra al público las intimidades más obscenas mientras sus habitantes pasean preocupados por el recato impoluto; esa familia empeñada en que la acusen de no tratar bien a su hijo más brillante cuando no se sabe comportar, que vive en una casa con ventanas opacas y doble verja pero el techo y el alféizar de cristal; esa idea única convertida en valor que deslegitima con vaivenes en la captación de cachorros; esa ciudad encantada en la que no se deja jugar en el césped pero nadie se acuerda de regar la hierba por las mañanas. La Arcadia feliz habitada por poetas de la nadería y escultores del aire en verso.

Todo para darnos cuenta de que importa poco cómo sea el mundo en el que vivimos mientras nos disfracemos de faranduleros con la pretensión de pasar desapercibidos, o insistamos en seguir haciendo lo mismo con la esperanza de obtener un resultado distinto. Ya lo decía lady Grantham en otra célebre escena de la serie: “Soy una mujer. Puedo ser tan contradictoria como me plazca”.

Algo que merece la pena




Artículo publico en www.masliga.com el 30 de octubre de 2012.

Marcelo Bielsa es un humanista. Lo es porque persigue sin rubor el éxito y el prestigio más allá de consideraciones morales, aunque no nos referimos a eso. Lo es también porque acude a las fuentes más primarias del saber, apelando a una espiritualidad más humana e interior que material. De ahí que las ideas nazcan antes por repetición que por valoración. Pero no, tampoco a esto nos referimos. Bielsa es un humanista, fundamentalmente, porque obliga a tener fe en el hombre. Cada ser humano es importante porque los valores surgen y se aglutinan de uno en uno; la realidad se estiliza porque somos capaces de convertirla en algo mucho mejor. Todo ello conduce al optimismo desmedido, al estado de ilusión permanente, al esbozo petrificado de una sonrisa inocente, porque se tiene una fe desproporcionada en el hombre, en que merece la pena luchar por ser feliz y alcanzar la gloria emulando a los grandes hombres del pasado. Merece la pena ser feliz.

Esta reflexión que delinea el perfil del entrenador del Athletic adquiere volumen y color con la observación práctica. El equipo no parte de una premisa colectiva y unas señas de identidad preconfiguradas que acojan el talento individual de cada futbolista, matizándose en el proceso; al contrario, el equipo parte de cada uno de los individuos, con su talento y sus circunstancias, y sólo se convierte en algo colectivo cuando consigue unirlos y enlazarlos. Dicho de otro modo, el coro sale a escena y eriza las emociones cuando actúa, pero si uno asiste a un ensayo o se fija en cada intérprete de manera aislada, dan ganas de salir corriendo. Es cuestión de fe, como tantas veces. Somos humanos. Merece la pena esperar.

El viejo y honrado Athletic se fue a dormir una noche, en pleno otoño de su existencia, tras compartir mesa y mantel con un druida argentino con el que conversó animadamente. Absorto en su placidez, revivió gestas del pasado y soñó que se despertaba joven y lozano, que la fe en sí mismo le había devuelto la felicidad que da el prestigio y el color de la primavera. Cuando amaneció, el mismo druida le esperaba para desayunar, agachado y en cuclillas en el comedor, recogiendo los pedazos de una urna de cristal que contenía el secreto de la eterna juventud.

Hemos pasado por esto, estaremos a la altura. Pasado el estupor de una noche de desenfreno nos toca mirar hacia adelante. Todos los hombres que hacemos el Athletic sabemos lo que nos toca hacer en estos casos. Pondremos nuestro valor al servicio de la fe que profesamos a nuestra antigua condición de humanos. Te toca a ti, Marcelo. Toma la batuta y convierte este aparente despropósito en una buena obra de los hombres. Lo has hecho tantas veces… Lo hemos recordado tanto… Merece la pena intentarlo.

Dejar de ser sin dejar de estar




Artículo publicado en www.masliga.com el 7 de febrero de 2013.

Una de las figuras más glosadas de la Historia es la de Alejandro Magno. De todos los episodios que de su vida se han escrito o idealizado, es recordado aquél en que, estando Alejandro practicando deporte en cierta ocasión, se le acercó alguien y le preguntó si pensaba participar en los Juegos Olímpicos, a lo que el Magno respondió: “Si mis rivales fueran reyes, por supuesto que sí”. Evocando esa situación, resulta sencillo imaginarse a uno mismo como aficionado del Athletic, encontrándose a Fernando Llorente en pleno esfuerzo y recibiendo una respuesta idéntica.

Y ese aficionado cualquiera en que uno se siente encarnado, le recordaría a Llorente lo que cantaba Alejandro Sanz en una bella y atípica canción: “no es lo mismo ser que estar, no es lo mismo estar que quedarse, ¡qué va!”. Estás aquí, porque afortunadamente te podemos ver, aunque tristemente te tenemos que escuchar. Estás aquí pero ya no eres, Fernando, de ninguna manera. No eres nada ya. Pero no tiene que ver con que no te quieras quedar, ¡qué va!

No es lo mismo recibir cariño que sentir presión, nos dices. Por supuesto que no. Cariño es todo lo que has recibido en el Athletic desde que eras niño. Entrenando, jugando, creciendo, renovando, fallando, progresando, volviendo a fallar, fallando mejor… Un cariño familiar, sincero, incondicional. Un cariño desmedido. Tanto, que cuando te has dado cuenta de que no era suficiente para sentirte realizado, te has ruborizado y no te has atrevido a reconocer que ibas a medir tu bienestar en términos monetarios y tu porvenir con otros horizontes. El Athletic no es millonario y Bilbao es pequeño. Pero es que no has sido capaz de decirnos esto.

No es lo mismo un argumento que un pretexto. El primero es razonado a lo largo de un proceso y el segundo es creado al final del mismo. Si algunos medios locales y un sector de la afición han despertado en ti la necesidad de marcharte, no debería haber existido ese largo período de negociación. Decir eso a estas alturas, con gesto grave y postura desairada, es un pretexto. Es consecuencia, y no causa. Tampoco es edificante, ni seguramente justo, y por eso te aprovechas conscientemente. Pero es que tampoco has sido capaz de decirnos esto.

Y no, claro que no es lo mismo lo que está sucediendo con Víctor Valdés en el Barcelona que lo que habéis provocado tú y el resto de desafortunados protagonistas en el Athletic. Si el año pasado nos hubieses contado cómo te sentías y lo que creías necesitar, antes de escuchar una oferta del club y de entrar en una negociación pura y dura, no estaríamos discutiendo estas líneas. En esa misma canción, decía Alejandro Sanz que “no es lo mismo tú que otra, entérate no es lo mismo, que sepas que hay gente que trata de confundirnos, pero tenemos corazón, que no es igual, lo sentimos… es distinto”.

No es lo mismo ser rey que ser león. Deberías saberlo mejor que nadie pero no pareces ser consciente. Tal vez porque has sido ambas cosas, y lo has sido a la vez. No es lo mismo, hay una diferencia. Ocurre, Fernando, que cuando uno deja de ser rey, pierde la corona y deja al aire la cabeza, sintiendo en pleno rostro el frío de la vulnerabilidad; pero cuando uno deja de ser león… Cuando uno deja de ser león pierde su ser, aunque los demás sólo echen en falta la melena, las fauces y las garras, y queda desnuda su alma, sintiendo en el corazón el vacío del olvido.

lunes, agosto 27, 2012

La familia y uno más


(Artículo publicado en Más Liga: www.masliga.com)

El Athletic no es un club de fútbol. Al menos, no es “sólo” un club de fútbol, o no es uno como los demás. Que nadie pretenda descubrir un eslogan con olor a naftalina o una sugestiva demencia colectiva con ínfulas de grandeza autóctona. El Athletic es una familia.

Esto, que hacen palpable con su vida diaria quienes sangran en rojo y blanco y lloran lágrimas tan coloreadas de verde como el tapiz del óleo del País Vasco, no se entiende bien lejos de la hoguera de nuestras vanidades compartidas. Y, sin embargo, es esencial para comprender el sentido de algunas conductas, actitudes y reacciones vitales.

En una inolvidable escena de la saga “El Padrino”, Vito Corleone, ya jubilado, habla con su hijo Michael en el jardín, vuelve la vista cansada hacia atrás y se lamenta de no haber podido vivir su propia vida por haber estado a cargo de la familia.

La familia no exige; concede. La familia no pregunta; responde por ti. La familia no aparece; siempre está. La familia es lo primero y lo último, Fernando…

Fernando Llorente llegó a la familia del Athletic cuando tenía once años, así que nació y creció para el fútbol en su seno, fue amamantado y educado en sus valores, se bautizó en su catedral y es hoy quien es en buena medida por todo eso. Cuando pasea por Bilbao no es venerado como un ídolo o saludado como una estrella; allá donde va es recibido y tratado como un hijo, un nieto o un hermano mayor, según le conozca cada aldeano.

Fernando, te regalamos tu primera pelota, ¿te acuerdas? Tu madrina aún la conserva y con ella juegan sus sobrinos mientras sueñan con llegar a ser como tú. Te compramos tu primera bicicleta y pronto tuvimos que quitarte los ruedines. Te abrigamos, jamás dejamos que te sintieras solo, aparecemos junto a tu desbordante sonrisa en todas las fotografías que dibujan tu memoria. Dimos la cara por ti y te ayudamos a levantarte cada vez que caías (con todo lo grande que eres, en todos los sentidos). Incluso los más revoltosos estaban dispuestos a representar la escena de la cabeza de caballo bajo la almohada de quien amenazara con molestarte. Porque eres tú, Fernando, sangre de la tierra, uno de los nuestros, la parte más emotiva de nuestras vidas.

Para que lo entiendas si te encuentras desorientado, y aprovechando otra secuencia de “El Padrino”, Vito Corleone decía: “… porque no somos asesinos, diga lo que diga ese enterrador …”.

Sabemos que muchas veces el hogar y la tierra tienen límites estrechos para el mundo que merecen conocer nuestros mejores hermanos. Nos sentimos orgullosos de que enseñen en otros lugares la rubia cabellera que nos describe y el rugido de guerra que nuestros ancestros nos legaron. Pero cuando uno se va de casa, Fernando, no lo hace por la gatera, dejando una fría nota en la mesa de la cocina y a sus padres sin desayunar con tu plato preferido humeando.

Ya importa poco, hermano, márchate. Nunca olvides quién eres y que todo lo que te dijimos era de corazón. Estamos honrados de haber compartido todo este tiempo de tu vida y te deseamos lo mejor. Habla a la gente de nosotros pero, por favor, no vuelvas a hacerlo rugiendo y no olvides dejar al salir la peluca que te adornaba el rostro como si de una genuina melena se tratara …

Fernando Llorente se marcha y ejerce su legítimo derecho a llegar tan lejos como se merezca; el Athletic Club mira hacia adelante y medita cómo hacer las cosas para que sus hijos no se conviertan en derechos patrimoniales; pero la familia aún no puede dormir viendo la cama de su hermano ya vacía y llora desconsolada, sin derecho a soñar con volver a jugar con él.

jueves, marzo 15, 2012

El pueblo perdido

1957. Bilbao amanece cada día bajo un cielo plomizo y entre un paisaje de fábricas y humo condensado, apretándose el cinturón industrial mientras enseña su producción siderúrgica y su crecimiento comercial, y aprende a sentirse urbe en un mundo que no termina de entender. La ciudad conserva el rostro enjuto y la cabeza erguida sobre un tronco metálico que avanza con el chirriar de las máquinas y el ronco bostezo de los barcos.

El fútbol es el motivo de orgullo cultural del señorial Botxo, y su Athletic, tantas veces “txapeldun”, patrimonio de la humanidad bilbaína. En ese año se disputa la recién creada Copa de Europa por segunda vez y el equipo de “los Once Aldeanos” acaba de eliminar al Honved húngaro, base de la selección magiar que maravilló en el Mundial de 1954, debiendo enfrentarse ahora al Manchester United, un conjunto de jóvenes prodigiosos llamado a representar el intento de los inventores del juego por dominar Europa ante el innovador y ambicioso Real Madrid.

Es 16 de enero y la nieve cae en densos copos sobre San Mamés, convirtiendo el campo en una mezcolanza de tierra, briznas de hierba y restos blanquecinos que cuajan en bloques arenosos. Un terreno poco hospitalario para dirimir controversias bajo las reglas del juego y con una pelota de por medio, que invita a argumentos épicos y venturosos.

Lo que aquel gélido día sucedió se evoca en las homilías dominicales del santo, resuena aún hoy en los anclajes del arco que corona la Catedral cuando sopla el viento del Norte, despierta una sonrisa melancólica en los nietos cada vez que los abuelos entornan los ojos para recordar.

Jugaron Carmelo, Orúe, Garay, Canito, Etura, Mauri, Artetxe, Markaida, Merodio, Uribe y Gaínza. El Athletic ganó 5-3, mostrando a aquel mundo desagregado la convicción de su ideal y su vinculación con la aldea y el pueblo, marchándose a los cielos el orgullo de la inolvidable derrota con aquellos malogrados jóvenes prodigiosos una maldita noche en Munich.

2012. Han transcurrido 55 años. Un largo tiempo que ha visto cambiar profundamente las estructuras y sus gentes. Bilbao continúa amaneciendo cada día bajo el mismo cielo, que hoy cobija una ciudad moderna y elegante, que ha aprendido a sentirse y parecer única en un mundo que empieza, ahora sí, a entender, aunque no le termina de convencer.

Se viste con diseños artísticos, se expresa de cara a todos y continúa relatando su historia aldeana a través del Athletic, menos País y más Vasco, de puro rojo y blanco olvidó sentirse “txapeldun”. Sólo ha ganado dos Ligas desde que abandonamos el relato a mediados del pasado siglo y Europa perdió hace mucho la consciencia acerca de la supervivencia de su estirpe. Aquellos aldeanos que parecieron grandes bajo una nevada que se conserva en imágenes color sepia debieron retirarse a sus montañas y botxos a cultivar la tierra o desarrollar otras inquietudes culturales; o tal vez emigraron para no volver a lugares inhóspitos donde conservar su lengua y sus raíces; o quién sabe si se extinguieron como pueblo, engullidos por la inmensa y seductora ola de la globalización.

Es 8 de marzo y el mundo ya no tiene qué cuestionarse. Antes de recibir otra vez la visita del Manchester United, el Athletic les rinde visita. Ha pasado mucho tiempo, pero viaja a encontrarse otra vez con un grupo de jóvenes prodigiosos que ya no persigue el ideal por respetar el honor de los creadores de juego alguno, pero que está acostumbrado a la gloria representando a aficionados y consumidores del mundo entero.

Gorka, Andoni, Javi, Mikel, Jon, Ánder, Markel, Óscar, Ánder, Iker y Fernando. Once emisarios de una epístola olvidada; once aprendices de héroe con un antifaz bordado en casa; once aldeanos con ínfulas cosmopolitas; once evidencias de que aquel pueblo continúa existiendo en torno a una hoguera de vanidades compartidas.

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martes, junio 28, 2011

Algo se ha muerto en el alma


Un viajero francés desembarcó en el Buenos Aires virreinal en 1810 y describió la Gran Aldea con el desdén engolado de quien visita para mostrar antes que para observar: "A la hora de la siesta, en las calles no se ven más que médicos y perros". Tratando de menospreciar la holgazanería argentina, ese señor tan viajado nos descubre el que era gran pasatiempo de los porteños, inquietos y vivarachos, a las puertas de su gran Revolución de Mayo.

Si el crítico gabacho visitara hoy Buenos Aires, dos siglos después, nos relataría (intuimos que con semejante desdén) cómo, a la hora del partido de fútbol del equipo del barrio, en las calles no se ven más que perros y algún médico de guardia dispuesto a velar por la pasión incontenible del porteño, que se derrama en corazones al borde del colapso. Y aunque pensara que así dejaba patente la escasa intelectualidad de las inquietudes culturales del Buenos Aires de hoy, nuevamente estaría contando al mundo cuál es el pasatiempo favorito de toda la Argentina.

Escribía Daniel Arcucci en “La Nación” que Argentina tenía tres mitos como referente emocional: Evita Perón, Carlos Gardel y Diego Armando Maradona. Los dos primeros están muertos, pero Diego vive milagrosamente, sentado en solitario en un mausoleo albiceleste donde un radiante sol amarillo ilumina el único icono en movimiento de la idolatría nacional.

Maradona representa bien lo que significa Argentina: cambiante y poliédrico, sublime y autodestructivo, desconfiado con el poder pero ingenuo ante otras tentaciones, pasional hasta el paroxismo, exagerado hasta la exageración. Glosar la figura y trascendencia del Diego llevaría varios tomos de un libro, pero se entiende con sencillez la razón de su ascendente. Así que no extraña (o lo hace menos de lo que debería) su automática conversión en una especie de dios, sobre todo en un tiempo en que el descreimiento en lo que no se ve impide a los sueños revolvernos el corazón.

En el mundo de hoy, Argentina proyecta lo que es en buena medida a través del fútbol. Por eso, en la rivalidad entre Boca Juniors y River Plate, habita la esencia de la gloria y la miseria del argentino. River se nos fue, Buenos Aires se estremece, Núñez muere en vida y el mundo del fútbol siente una especie de orfandad que tiene poco de solidaria y compasiva y mucho de abatimiento sincero. Se nos fue la Banda Sangre, la Máquina, la magia del Monumental, el "Millo", los relatos de Labruna, Pedernera y Lousteau, el recuerdo en color sepia de Di Stéfano, el Principado de Francescoli, las "Gashinas", las gestas a todo color de Alzamendi, Fillol, Bambino Veira, Crespo, Salas, Batistuta, Saviola o Mascherano. River se le fue al mundo y ahora nos cuesta tragar saliva.

Argentina adora a Maradona porque la hizo sentirse la más grande en un mundo que, de otra manera, no la tendría en tan alta consideración. Le ha perdonado sus excesos, sus exabruptos, su adicción a las drogas, su carrera suicida hacia la autodestrucción. El fútbol adora a River porque le dio lustre y grandeza, le dignificó con gestas y le enriqueció con relatos que agrandan el abismo de su leyenda. Ahora necesitamos que le perdone sus excesos, sus exabruptos, su adicción a las drogas y su carrera suicida hacia la autodestrucción.

Volvé pronto, River!


Andrés Calamaro- Mi enfermedad

Foto: Olé

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lunes, abril 25, 2011

El precio de ser uno mismo


El fútbol es una patria rectangular en la que reina el presente, imparte justicia una sacralidad esférica y las fronteras están dibujadas con cal. A sus ciudadanos se les dice que siempre tienen la razón, pero prefieren distraerse a exhibirla, y los gobernantes, elegidos por el dinero que arriesgan, seleccionan al comandante en jefe y al ejército que defenderá un estandarte y unos colores en el campo de batalla. Las más encarnizadas de las luchas siempre enfrentan ideas, convicciones colectivas, formas de entender la sociedad, a fin de cuentas, maneras de vivir. Que nadie se escandalice ni se lleve a engaño: esto es un juego en el que naciones empíricas se baten en sencillo y azaroso duelo por el instinto, la supervivencia, el orgullo de condición. Pura esencia de la historia del ser humano.


El ideario nacional de un equipo de fútbol se forja con el tiempo, se asume por todos y se defiende en un juego capaz de reunir los sentimientos de paz y los impulsos de guerra. Ese juego es cultura, porque cada uno defiende su manera de vivir, la opone a las de los demás y coloca en medio una pelota a ver qué pasa.
Todo esto porque la nación futbolística de más alto linaje vuelve a sentirse superior tras derrotar al enemigo que amenaza su supremacía. La Copa del Rey conquistada por el Real Madrid encierra toda la carga simbólica del tiempo en el fútbol: casi dos décadas y varias generaciones sin un título especial por definición, tres años de sometimiento a un Barça que golpeaba el mentón y el orgullo, cinco meses digiriendo una humillación pública a mano alzada. Tanta carga y tanto simbolismo, que da la impresión de que no ha pasado tanto tiempo, sino que se les ha hecho más largo.


Desde el primer recuerdo y hasta la última nostalgia, siempre hubo algo de reconocible en cada triunfo del Real Madrid. Estandartes erguidos, orgullo castizo de honda raigambre, el blanco sin mácula del enemigo en la contienda que defiende con fervor la honestidad de sentirse superior, y que cuando pierde da la mano como noble y fiel hermano.


En un tiempo en que el fin justifica cualquier medio y cada uno adopta las ideas que escucha en los pedestales, la patria blanca ha temido por su gloria presente y ha vendido su orgullo, su sociedad, sus convicciones y su alma al diablo, a cambio de que le devuelva a los altares y le permita recuperar sus ritos confesionales y sus ofrendas nocturnas a su diosa.


Y ahí les tienen, asomados desde el pedestal, ufanos como quien recupera lo que le han usurpado, convencidos de que el olor embriagador del metal les ayudará a calmarse y recuperar sus valores y principios, venciendo como sólo ellos saben y pueden hacerlo, estandartes erguidos, el orgullo intacto, vestidos de blanco, grandes campeones contemplados desde abajo con envidiada admiración. Hasta hace poco, uno reconocía la patria madridista cuando la tenía delante, pero le costaba identificar su temible grandeza; hoy, todos admiran un ejército blanco grande y campeón, pero cuesta reconocer en el mismo al Real Madrid, que deambula sin alma por los jardines de la gloria.


Amaral- El artista del alambre

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martes, junio 01, 2010

Rezando al Dios de la lluvia


Como las similitudes entre fútbol y religión se nos ocurren a puñados, creemos justificar excesos y explicar sentimientos a partir de las mismas, sin darnos cuenta de que, en ese preciso momento, dejan de ser similares. Pero si algo les define conjuntamente es la importancia de la fe. En todas las manifestaciones culturales caracterizadas por el sonido de la aglomeración, el individuo se siente parte de una idea que ve con el corazón y que siente y sangra con la mirada.

Con los ojos vendados por el fundamentalismo del aquí y el ahora, el madridismo saludó el retorno de Florentino Pérez hace un año con las salvas corales de los desamparados y los vítores de quien siente la grandeza en el recuerdo. Por cerrar la idea introductoria, si a los cristianos nos vino a ver el hijo del Santísimo, los madridistas han visto descender por segunda vez al mismo Dios en persona.

Florentino regresó con un meditado plan estratégico, financiero y de difusión a medio plazo, y con evidente propósito de enmienda ante errores y abusos del pasado. Pero por encima de todo anunció que volvía con una convicción: el Real Madrid había perdido su identidad y olvidado sus valores en algún lugar entre ninguna parte y donde todos sabemos. El proceso degenerativo tenía una serie de causas: búsqueda del resultado hoy sin reparar en qué significará mañana; ineptitud de algunos responsables; falta de respeto o desconocimiento de qué es el madridismo; otorgar más importancia a los egos personales de lo debido, ... Y tenía una consecuencia evidente y peligrosa: el Real Madrid perdía a borbotones todos los intangibles que uno pueda imaginar y que explicaban su proyección y grandeza como entidad. O, lo que es lo mismo, el Real Madrid estaba perdiendo el lugar que un día ocupaba en el mundo.

Con dinero, flashes, repercusión y saturación mediática todos soñaron que el pasado regresaba, se detuvo la hemorragia y se colocó un apósito en forma de compromisos varios: instaurar una idea y unas bases para seguir desarrollándola en el futuro, reinar pero no gobernar (o, lo que viene a ser lo mismo, dejar la profesión para los profesionales), pensar en hoy y mañana al mismo tiempo (el famoso concepto de “las dos velocidades”). El madridismo no ha sido consciente de dónde estaba, lo que le ha despistado buscando la ruta hacia su destino. En el camino, se ha exigido algo que no podía conseguir, agarrándose a lo que le interesaba de esos compromisos y olvidando el motivo por el que se los tuvieron que recordar uno tras otro.

Fue James Russell Lowell quien dijo aquello de que el compromiso hace un buen paraguas, pero un mal techo. Ante la primera situación crítica, el golpe de mando ha devuelto todo el pasado de golpe, en lo que, más que un “dejà vu”, es una agotadora espiral trituradora. Hoy el madridismo siente, escuchando de nuevo la voz del Padre, que ha dejado de llover, pero siguen durmiendo a la intemperie.


The Byrds- Ballad of Easy Rider

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