martes, febrero 12, 2013

El camino del maestro




Artículo publicado el 25 de enero de 2013.

Quienes desprecian el valor que aún hoy encierran los estudios clásicos no suelen ser conscientes ni siquiera de lo que dicen. Un mínimo conocimiento del latín nos haría reparar en que la palabra “maestro” proviene de “magister”, que designa al líder o jefe, o a aquel que destaca por su sabiduría o habilidad, mientras que “ministro” tiene su origen en “minister”, que refería a aquél subordinado sin apenas conocimientos o habilidades. Lo que sucede es que hemos respetado poco el origen clásico de nuestra cultura, al menos en lo que se refiere al reconocimiento que la mayoría otorga a los términos. Por ahí se explica la famosa anécdota del Profesor y Rector de la Complutense, Adolfo Muñoz Alonso, a quien en cierta ocasión el ministro de Trabajo franquista José Solís Ruiz, natural de Cabra (Córdoba), discutía la utilidad de la enseñanza y uso del latín. El sabio Profesor le respondió: “Por de pronto, señor ministro, para que a Su Señoría, que ha nacido en Cabra, le llamen egabrense y no otra cosa”.

Moldear el talento de otros requiere firmeza en el pulso, finura en los dedos y cierta amplitud clarividente de miras. Es decir, el moldeador no improvisa ni siente una repentina inspiración mientras maneja el objeto de su arte, cual figura de arcilla húmeda que adopta formas sugerentes conforme se retuerce y cobra vida en el torno. Como si de un jugador de ajedrez se tratara, nuestro moldeador es capaz de anticipar diversas posibilidades para sus intenciones, en función de lo que ocurra alrededor de su delicado material. No todos pueden hacerlo.

Estimular la creatividad de otros exige arrojo en el carácter, un discurso tan sobrio como ornamentado y, por supuesto, tener reconocida como propia la capacidad de crear. Es decir, el estimulador no vence ni convence, tampoco seduce ni hipnotiza cual flautista crápula y desengañado que condujera a desalmados hacia una sugerente Hamelin. Ha de ser alguien capaz de transmitir el gozo inmenso que produce crear algo, no tanto por lucir el resultado del arte donde antes no existía nada, sino por la realización personal que supone el camino recorrido hasta aquél. Sólo unos cuantos reúnen las cualidades.

Ahora bien, estimular la creatividad de otros moldeando talentos ajenos está al alcance de muy pocas personas. Excitar en quien ha dependido de ti en la vorágine de una competencia la necesidad de embarcarse en tu misma aventura sólo pueden hacerlo personas muy especiales. Más aún cuando los excitados son individuos con el ego y el prestigio convenientemente saciados. Más aún cuando la aventura es larga, el destino mediato, y el camino encierra recodos donde se ponen en juego más cosas que se pueden perder de las que se ofrecen para ganar.

Tal vez porque los párrafos anteriores reflexionan sobre cualquier grupo humano que exista, sea cual sea su medio de vida en sociedad, ocurre que, en equipos de fútbol que han trascendido en la historia más allá de sus (habitualmente virtuosos) resultados competitivos, uno observa que el líder envejece hoy con barro indeleble bajo las uñas y un rostro ajado, de serena y fatigada experiencia vital, sonriendo ante un molde de estuco en el que guarda los recuerdos del camino que recorre cada uno de sus pupilos.

Tal vez porque el fútbol no es más que un extracto de nuestra sociedad, muchos futbolistas del gran Milan de Arrigo Sacchi se convirtieron en entrenadores: Ancelotti, Donadoni, Rijkaard, Van Basten o incluso Ruud Gullit, que trató de explorar vías ignotas con aquella moda del entrenador-jugador. Igualmente, el FC Barcelona de Johan Cruyff puede describirse hoy, entre otras muchas formas, como vivero de técnicos: Eusebio, Koeman, Laudrup, Stoichkov, Bakero, Sergi,… Y sí, por supuesto Pep Guardiola, que nos sirve de pretexto para seguir descubriendo tipos especiales de personas: las que despiertan por sí solas en los demás la vocación de ser maestros en la escuela de la tierra antes que ministros en el reino de los cielos.

La necesidad del periodismo


Artículo publicado en www.masliga.com el 18 de diciembre de 2012.

Son tiempos convulsos y suelen invitar a la reflexión más profunda. O más preocupada, según se mire. Aunque sólo sea porque todo parece puesto en almoneda y cunde la sensación de que nada es para siempre, de que no existen refugios infranqueables. Son tiempos así los que acostumbran a cobrarse más víctimas, reales y figuradas, pero también a hacer evolucionar las cosas. Y se trata de una teoría más sociológica que evolutiva…

Si uno abre una ventana, escucha mucho ruido. Todos hablan, gritan, reprochan, suplican. Lo hacen en solitario, por temores propios, o a coro, por derechos adquiridos colectivos. Un día habrá que hablar de la peculiar forma que tenemos de construir la sociedad a partir de sacralizar esos derechos adquiridos. A lo que iba, entre tanto estruendo no resulta complicado distinguir las numerosas voces que se plantean la situación y el papel del periodismo en el mundo de hoy. En estos tiempos.

Acotando ya razonamientos tan difusos en el ámbito futbolístico, el periodismo deportivo participa de esta ceremonia de la confusión. La progresiva muerte del papel le exige una cierta digitalización, mientras que un mundo cada vez más digital convierte cada persona en un potencial competidor, en un cierto foco de contenidos. La ventaja que tiene es que no puede dejar de ser periodismo, así que tiene una función social que cumplir. Toda sociedad necesitará un periodismo que se precie, dicho de otra forma. Y la sociedad futbolística, tanto como la que más.

La célebre teoría del huevo y la gallina adquiere un acento peculiar en la relación entre periodismo y sociedad. Porque no hay duda de que aquél nació de ésta y sin atributos sociales un periodista no es tal y un periodismo muere tal cual. Pero cuando algo se considera “el cuarto poder” es que ha jugado un papel muy particular en este mundo, incluso si despojamos el apodo de los matices literarios que sin duda conlleva. Los medios de comunicación no sólo informan: también ilustran, dan forma a la sociedad; los datos no sólo fluyen: los medios los convierten en información de valor e influyen en la conciencia social. El periodismo decide de qué hablan los ciudadanos, qué les escandaliza, qué les preocupa y atemoriza, con qué dulce señuelo se les distrae. Total, que a la sociedad le han salido pico y plumas y el periodismo se representa con forma ovoide… Una vez más, entre tanta desilusión, el periodismo tiene una ventaja: puede elegir.

Por poner un ejemplo, formamos parte de un país en el que más de la mitad de los ciudadanos reclaman una reforma de la Constitución, al mismo tiempo que el 52% de los mismos reconocen no haberla leído. O hablamos exactamente de la misma gente o el dato nos retrata en nuestra capacidad crítica. Y cuando uno escribe tiene a desconfiar de las casualidades, seguramente porque siempre prefiere ser causa de lo que se lee. Sin ser del todo ingenuos, pareciera que parte de la sociedad exhibe una capacidad de juicio sólo a partir de lo que ha escuchado y leído como consumidor.

Aterrizando otra vez en el fútbol generalidades a vuela pluma, resulta que como al Athletic de Bielsa le han eliminado de la Copa del Rey y de la UEFA Europa League en diciembre, la conclusión de los analistas y los medios, en general, es que el sistema defensivo de persecuciones al hombre es un defecto en sí mismo, algo que describe por sí solo los problemas del equipo. Sucede que la temporada pasada esos mismos medios consideraban al Athletic de Bielsa el colmo del fútbol meritorio y espectacular, cuando basaba todo su comportamiento sin balón en esas mismas persecuciones al hombre que, según parecía, nadie percibió. Si hubiésemos contado con estudios sociológicos como los del párrafo anterior, sospecho que los resultados nos habrían llevado a conclusiones similares.

No debemos atribuir al periodismo la responsabilidad de instruir a la sociedad pero tampoco permitirle aprovecharse de su pasividad mental. Sólo la sociedad, cada uno de nosotros, será capaz de comprender su tiempo, sea convulso o no, pero desde luego lo podrá hacer mejor con un periodismo digno. Necesitamos como sociedad al periodismo porque su función más propia, la de proveernos de herramientas para pensar con el mayor volumen de información disponible, la sabe hacer mejor que nadie.

El fútbol, por su parte, es la joya de la corona del opio popular. Así lo ven desde notables esferas de poder y así lo desean conservar. Como una forma de ocupar nuestro tiempo mental. Como una gallina de los huevos de oro, por más pérdidas materiales que ocasione. Pero el huevo no es el dinero, no fue el poder ni una vocación de opio. El huevo somos cada uno de nosotros, dibujados con una pelota en los brazos. El huevo fue un juego popular elevado por el éxito de su sencillez y el componente de azar a expresión cultural. Y para que no se nos rompa del todo, también el fútbol necesita como sociedad al periodismo, porque su función más propia, la de ayudarnos a que todos sepan qué significa el fútbol, la sabe hacer mejor que nadie.

En un mundo femenino




Artículo publicado en www.masliga.com el 15 de enero de 2013.

En un momento especialmente duro para la mujer en algunos países, no está de más subrayar el indiscutible sustrato femenino del fútbol. Y no es tarea sencilla. Delinear el perfil que une al fútbol con lugares comunes del culto público está al alcance de cualquiera: la religión, el opio del pueblo, la profesión de fe, la emoción ante los símbolos de la cultura asumida. Sin embargo, vincularlo con los altares del culto privado requiere ser demasiado sensible y sincero. Y, en ellos, la mujer ocupa la posición más elevada porque es la que merece y le corresponde, por más que quienes más se postran en público por su propia miseria no nos permitan darnos el lujo de reconocerlo.

Sólo el romanticismo sueña con los ojos abiertos con un mundo en el que la pureza de espíritu y la belleza objetiva sean virtudes consentidas, con la contradicción permanente y la extrema sensibilidad mensual como rasgos de humanidad aceptados. Un mundo de astucia y valor antes que de fuerza, de superar obstáculos sin derribarlos, que ponga en valor el lado femenino sin ningún género de duda. Aún subsiste cierta polémica entre los historiadores sobre el presunto carácter matriarcal de los pueblos del Norte de la Península en la España prerromana. El hecho de que la mujer transmitiera los derechos sucesorios, algunos derechos políticos o cierta interpretación de la “covada” llevaron a Estrabón de Amasia a hablar del matriarcado como régimen socio-familiar de estos pueblos cántabros.

Fuere así (hoy la gran mayoría de historiadores sostienen lo contrario) o no, lo cierto es que el fútbol sólo lograría ventajas en un mundo predominantemente femenino. Sabiendo que ocupa el lugar de un dios en el culto pagano, ha de ser consciente de que sólo los ideales románticos son capaces de mantener vivo su espíritu en el corazón de la gente, sin dejar de ser un juego mientras las masas inundan el espectáculo y desvirtúan su mito. Si el mundo fuese suficientemente romántico, reconocería que sabe ser femenino; si fuese capaz de parecerse demasiado a sí mismo, en el fútbol siempre ganaría el Athletic.

Una de las mujeres más brillantemente representadas hoy, la condesa viuda de Grantham, de la serie “Downton Abbey”, dijo en un capítulo a propósito de la muerte de un diplomático turco en la casa familiar: “A ningún inglés se le ocurriría morir en la casa de otro, especialmente en la de alguien que ni siquiera conocen”. El Athletic, de nombre de pila inglés, fundado por inspiración inglesa y especialmente preocupado por las tradiciones, parece empeñado en asistir a su propia muerte e invitarnos cortésmente a todos, para así poder deambular por las plazas antiguas y contar con lunática expresión de asombro la grandeza de su singularidad a quien se apiade de su soledad. Eso sí, morirá en su casa, faltaría más, aunque haya ido dejando retazos de vida allá por donde ha pasado.

El Athletic es ese lugar desde el que se filtra al público las intimidades más obscenas mientras sus habitantes pasean preocupados por el recato impoluto; esa familia empeñada en que la acusen de no tratar bien a su hijo más brillante cuando no se sabe comportar, que vive en una casa con ventanas opacas y doble verja pero el techo y el alféizar de cristal; esa idea única convertida en valor que deslegitima con vaivenes en la captación de cachorros; esa ciudad encantada en la que no se deja jugar en el césped pero nadie se acuerda de regar la hierba por las mañanas. La Arcadia feliz habitada por poetas de la nadería y escultores del aire en verso.

Todo para darnos cuenta de que importa poco cómo sea el mundo en el que vivimos mientras nos disfracemos de faranduleros con la pretensión de pasar desapercibidos, o insistamos en seguir haciendo lo mismo con la esperanza de obtener un resultado distinto. Ya lo decía lady Grantham en otra célebre escena de la serie: “Soy una mujer. Puedo ser tan contradictoria como me plazca”.

Algo que merece la pena




Artículo publico en www.masliga.com el 30 de octubre de 2012.

Marcelo Bielsa es un humanista. Lo es porque persigue sin rubor el éxito y el prestigio más allá de consideraciones morales, aunque no nos referimos a eso. Lo es también porque acude a las fuentes más primarias del saber, apelando a una espiritualidad más humana e interior que material. De ahí que las ideas nazcan antes por repetición que por valoración. Pero no, tampoco a esto nos referimos. Bielsa es un humanista, fundamentalmente, porque obliga a tener fe en el hombre. Cada ser humano es importante porque los valores surgen y se aglutinan de uno en uno; la realidad se estiliza porque somos capaces de convertirla en algo mucho mejor. Todo ello conduce al optimismo desmedido, al estado de ilusión permanente, al esbozo petrificado de una sonrisa inocente, porque se tiene una fe desproporcionada en el hombre, en que merece la pena luchar por ser feliz y alcanzar la gloria emulando a los grandes hombres del pasado. Merece la pena ser feliz.

Esta reflexión que delinea el perfil del entrenador del Athletic adquiere volumen y color con la observación práctica. El equipo no parte de una premisa colectiva y unas señas de identidad preconfiguradas que acojan el talento individual de cada futbolista, matizándose en el proceso; al contrario, el equipo parte de cada uno de los individuos, con su talento y sus circunstancias, y sólo se convierte en algo colectivo cuando consigue unirlos y enlazarlos. Dicho de otro modo, el coro sale a escena y eriza las emociones cuando actúa, pero si uno asiste a un ensayo o se fija en cada intérprete de manera aislada, dan ganas de salir corriendo. Es cuestión de fe, como tantas veces. Somos humanos. Merece la pena esperar.

El viejo y honrado Athletic se fue a dormir una noche, en pleno otoño de su existencia, tras compartir mesa y mantel con un druida argentino con el que conversó animadamente. Absorto en su placidez, revivió gestas del pasado y soñó que se despertaba joven y lozano, que la fe en sí mismo le había devuelto la felicidad que da el prestigio y el color de la primavera. Cuando amaneció, el mismo druida le esperaba para desayunar, agachado y en cuclillas en el comedor, recogiendo los pedazos de una urna de cristal que contenía el secreto de la eterna juventud.

Hemos pasado por esto, estaremos a la altura. Pasado el estupor de una noche de desenfreno nos toca mirar hacia adelante. Todos los hombres que hacemos el Athletic sabemos lo que nos toca hacer en estos casos. Pondremos nuestro valor al servicio de la fe que profesamos a nuestra antigua condición de humanos. Te toca a ti, Marcelo. Toma la batuta y convierte este aparente despropósito en una buena obra de los hombres. Lo has hecho tantas veces… Lo hemos recordado tanto… Merece la pena intentarlo.

Dejar de ser sin dejar de estar




Artículo publicado en www.masliga.com el 7 de febrero de 2013.

Una de las figuras más glosadas de la Historia es la de Alejandro Magno. De todos los episodios que de su vida se han escrito o idealizado, es recordado aquél en que, estando Alejandro practicando deporte en cierta ocasión, se le acercó alguien y le preguntó si pensaba participar en los Juegos Olímpicos, a lo que el Magno respondió: “Si mis rivales fueran reyes, por supuesto que sí”. Evocando esa situación, resulta sencillo imaginarse a uno mismo como aficionado del Athletic, encontrándose a Fernando Llorente en pleno esfuerzo y recibiendo una respuesta idéntica.

Y ese aficionado cualquiera en que uno se siente encarnado, le recordaría a Llorente lo que cantaba Alejandro Sanz en una bella y atípica canción: “no es lo mismo ser que estar, no es lo mismo estar que quedarse, ¡qué va!”. Estás aquí, porque afortunadamente te podemos ver, aunque tristemente te tenemos que escuchar. Estás aquí pero ya no eres, Fernando, de ninguna manera. No eres nada ya. Pero no tiene que ver con que no te quieras quedar, ¡qué va!

No es lo mismo recibir cariño que sentir presión, nos dices. Por supuesto que no. Cariño es todo lo que has recibido en el Athletic desde que eras niño. Entrenando, jugando, creciendo, renovando, fallando, progresando, volviendo a fallar, fallando mejor… Un cariño familiar, sincero, incondicional. Un cariño desmedido. Tanto, que cuando te has dado cuenta de que no era suficiente para sentirte realizado, te has ruborizado y no te has atrevido a reconocer que ibas a medir tu bienestar en términos monetarios y tu porvenir con otros horizontes. El Athletic no es millonario y Bilbao es pequeño. Pero es que no has sido capaz de decirnos esto.

No es lo mismo un argumento que un pretexto. El primero es razonado a lo largo de un proceso y el segundo es creado al final del mismo. Si algunos medios locales y un sector de la afición han despertado en ti la necesidad de marcharte, no debería haber existido ese largo período de negociación. Decir eso a estas alturas, con gesto grave y postura desairada, es un pretexto. Es consecuencia, y no causa. Tampoco es edificante, ni seguramente justo, y por eso te aprovechas conscientemente. Pero es que tampoco has sido capaz de decirnos esto.

Y no, claro que no es lo mismo lo que está sucediendo con Víctor Valdés en el Barcelona que lo que habéis provocado tú y el resto de desafortunados protagonistas en el Athletic. Si el año pasado nos hubieses contado cómo te sentías y lo que creías necesitar, antes de escuchar una oferta del club y de entrar en una negociación pura y dura, no estaríamos discutiendo estas líneas. En esa misma canción, decía Alejandro Sanz que “no es lo mismo tú que otra, entérate no es lo mismo, que sepas que hay gente que trata de confundirnos, pero tenemos corazón, que no es igual, lo sentimos… es distinto”.

No es lo mismo ser rey que ser león. Deberías saberlo mejor que nadie pero no pareces ser consciente. Tal vez porque has sido ambas cosas, y lo has sido a la vez. No es lo mismo, hay una diferencia. Ocurre, Fernando, que cuando uno deja de ser rey, pierde la corona y deja al aire la cabeza, sintiendo en pleno rostro el frío de la vulnerabilidad; pero cuando uno deja de ser león… Cuando uno deja de ser león pierde su ser, aunque los demás sólo echen en falta la melena, las fauces y las garras, y queda desnuda su alma, sintiendo en el corazón el vacío del olvido.