viernes, junio 27, 2008

Somos España.

No mostrar ilusión ante la llegada de un acontecimiento ilusionante puede ser consecuencia de las cicatrices de la experiencia o una forma de no bajar la guardia, provocando a la alegría con actitud aparentemente resignada. A veces, la gente cree que cuanto menos esperas la visita de la felicidad, con más interés busca ésta a tu sonrisa.
Un poco de todo ello ha habido en la forma en que muchos se han preparado para la Eurocopa en España; sea por experiencia, temor o convicción popular, el país vive uno de los momentos de mayor alegría colectiva que se recuerdan.

Lo primero que llama la atención es la demostración (una vez más) de la enorme capacidad de este juego para colocar los sentimientos a flor de piel y canalizarlos al exterior sin barreras. Nadie se acuerda de la crisis: miles de españoles volando y volviendo de Viena en el día como si no costara; todo un país plural unido en torno a un estado de ánimo singular y envuelto en los colores nacionales, dejando de lado su atávica manía de dividirse en bandos para discutir eternamente.
Es curioso, porque los mismos que señalan con el dedo al fútbol cuando depuran responsabilidades ante muestras de salvajismo organizado o lo minusvaloran como el opio del pueblo ajeno a la cultura hoy saltan con alborozo rodeados por una marea de millones de emociones gracias a la fuerza social e integradora de este juego maravilloso.
Incluso, hemos descubierto que las altas personalidades son capaces de ser espontáneas entre las reglas de la etiqueta y el protocolo …

España cruzó en cuartos de final el Rubicón de sus frustraciones nacionales para descubrir que, tras esa barrera psicológica, aún hay camino y oportunidades para seguir soñando. Porque precisamente ésa vuelve a ser la principal enseñanza que nos deja este éxito: es magnífico llegar a la cumbre, pero en el corazón siempre perdura el recuerdo del disfrute y la felicidad del camino. Pase lo que pase el domingo, gracias por estas tres semanas inolvidables.

Frente a quienes no lográbamos conciliar el sueño, asustados por los fantasmas del pasado (como en este blog), la más serena y sólida actitud competitiva; frente a los que veíamos una plantilla descompensada y la falta de un “plan B” (como en este blog, y siendo coherentes más allá del éxtasis, uno lo sigue viendo), la más bella y aplastante superioridad que zanja los problemas; frente a quienes ya no creíamos que la gloria era cuestión de tiempo y que España es grande de verdad … fútbol.

Pasarán los años, y los españoles siempre recordaremos el papel de estos hombres en esta Eurocopa; habrá otros torneos, otros equipos y otros triunfadores, pero Europa jamás olvidará la exhibición que ofreció, en una lluviosa noche en Viena, la España más brillante que se recuerda, un equipo disfrazado del dorado de los grandes oropeles. Por primera vez, con una pelota de por medio, orgullosos de España y sus españoles.

Foto: www.marca.es

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miércoles, junio 18, 2008

La esfinge sin secreto.

A veces pensamos que el mundo no se mueve por las leyes naturales y positivas que nos gobiernan desde dentro y desde fuera, sino que lo mueven la leyes ocultas, las reglas no escritas. El mejor ejemplo que se me ocurre es el de un reloj, cuyo mecanismo puede ser calculado y descifrado, pero realmente lo mueve el paso del tiempo.
El fútbol, que de leyes y de tiempo sabe un rato, da la impresión de rendirse a fuerzas que ninguno sabemos explicar. Ni los modernos con sus datos (¿alguien ha visto una estadística que revele menos que los miles de metros recorridos por un jugador?) ni los clásicos con sus versos son capaces de explicar el componente de azar y misterio que decide muchas veces este juego. Por seguir con los ejemplos, basta un error inesperado en las manos más inimaginables (léase Petr Cech) para saltar por los aires toda lógica o predicción derivada del juego.


El domingo se enfrentan dos selecciones que ilustran todo esto a la perfección. Su tradición y palmarés parecen responder a razones secretas que marcan el destino como tendencia, sin importar los demás elementos a la vista de todos: momento de forma, nivel de juego, trayectoria reciente, mejores o peores futbolistas, ... El domingo juegan España, condenada al infortunio en cualquiera de sus versiones, e Italia, ganadora por naturaleza en cualquiera de los casos. No hay más datos que valgan ni versos que adornen: los italianos ganan y después ya explicaremos el cómo, el cuándo y el por qué.


La selección italiana me ha recordado siempre a la esfinge sin secreto de Oscar Wilde, de quien he tomado prestado este título. Es un breve relato en el que un hombre cuenta a otro su obsesión por Lady Alroy, una bella e intrigante mujer de la alta sociedad londinense que parece guardar un secreto apabullante. Va de un lugar a otro esquiva, ocultando su dulce rostro con un pañuelo y con mirada huidiza cada vez que alguien se interesa por su misterio. Tras varias citas, a la muerte de Lady Alroy, el dolorido hombre regresa a donde se citaba con ella y pregunta a la casera cuál era el gran secreto de la mujer. Ésta le dice que no hacía más que leer libros y tomar té. El hombre le explica entonces convencido a su amigo que Lady Alroy no era más que una mujer obsesionada con el misterio, que disfrutaba alquilando habitaciones con su velo y adoraba los secretos, pero no era más que una esfinge sin secreto. Cuando el amigo le pregunta si de veras lo cree, aquél responde: "Sigo teniendo mis dudas".


El equipo italiano es la esfinge más preciada entre la mitología futbolística. Huyen de dar explicaciones, son soberbios y misteriosos, orgullosos hijos bastardos de una patria que rinde culto a la estética pero sólo saben servirla con la gloria del resultado, cubriendo con un velo todo gesto dulce que les pueda distraer. No se angustian ante la adversidad, no se rinden si caen enfermos: triunfan sólo si se sienten capaces de sobreponerse a cualquier cosa.
La valerosa España expediciona los parajes de Centroeuropa, tratando de resolver un misterio que le obsesiona. Ya ha vencido a tres enemigos en el camino y acaba de encontrar la posada de la bella Italia. Se asoma a la ventana con el corazón en un puño y ahí la encuentra, sentada delante de un libro y tomando té, guardando celosamente un secreto que no existe.
The Fray- Look After You
Foto: EFE

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sábado, junio 07, 2008

La Eurocopa de nadie.


Desde hoy, y durante las próximas cuatro semanas, Europa es el centro de la atención del mundo porque el fútbol atrae miradas e intereses como un imán a los polvos ferrosos. No se ruborizará Europa, acostumbrada como está a que todos vivan pendientes de su fútbol, el más lustroso, desarrollado y competitivo del planeta, más aún en los tiempos que corren, de identidades que se atomizan y sociedades que se globalizan; pero sí sentirá una fuerza especial, una pasión diferente pues el fútbol de clubes se ha disuelto y cada uno ha acudido a abrazar su propia bandera.
Cuanto más se trata de integrar al Viejo Continente, cuanto más se empeña la clase dirigente en dar forma al artificio de los Estados Unidos de Europa (lo que el ciudadano de a pie observa con escepticismo y un punto de indiferencia), más crece la sensación de que las naciones más antiguas del mundo, aun compartiendo los valores esenciales, difieren tanto en todo lo demás que no se pueden tratar como hermanas; si acaso, primas lejanas.

La Europa del balón y el colorido se extiende por Austria y Suiza, buscando entre los bellos paisajes y los vestigios imperiales el nuevo depositario de su vieja gloria, el galán más elegante y convincente del baile de máscaras sonrientes que es esta Eurocopa, la joya de la corona bienal, la dama arrebatadora a la que todos quieren rendir con encantos variopintos, nuestra Ítaca clásica (probable patria del Odiseo de Homero) y moderna (objeto de deseo de europeos durante siglos, actual enclave turístico sacudido por terremotos periódicos y devastadores).

En la primera fila de candidatos asoman los hombres que supieron rendir al mundo hace dos años. Infunden respeto entre sus iguales y un pavoroso temor entre los demás. Desde su culto social a la más moderna estética y la vanguardia, entienden el fútbol como un juego de mezquino azar en el que no hay más belleza que la victoria y los designios del ganador son insondables por superfluos.
Junto a ellos, el candidato más heterogéneo que integra razas, culturas y religiones en torno a un elemento común: la pelota. El poder colonial negro y la inmigrante picardía árabe se funden con el orgullo de la nación más soberbia de Europa. Han perdido a su líder, el caballero más elegante y con la cabeza más rápida y despejada que se recuerda pero la enseñanza de su figura les quedó para siempre.


Se dijo una vez que el fútbol era un juego con unas reglas conocidas y otra no escrita: que siempre ganaban los mismos. Son ellos, altos, nobles y fuertes, de rubia cabellera y ojos claros pero inyectados en sangre. Descendientes de los bárbaros pero también de los músicos más sensibles de la Historia. Cuando llegan al final lo hacen por aplastamiento y con las cabezas de sus rivales como trofeo entre las manos.
Completa la nómina de favoritos el país del fado y la casta ibérica. Hablan el mismo idioma que los brasileños y eso, en un campo de césped, es decir mucho. La figura mediática de moda es su arma más poderosa aunque no está claro hasta qué punto les beneficia o no. Con los mejores talentos para idear discursos y requiebros geniales del lenguaje, les falta una viva voz que los lea en público.

Como en toda danza ritual, los antifaces ocultan muchas veces brillantes miradas y bellas sonrisas que sólo descubren algunos afortunados al final de la noche, con la fruta prohibida del amanecer. Así, unos mercenarios de los Balcanes que esconden un talento competitivo y un gran corazón; o el país del gran secreto, que consigue más guerreros distinguidos y apuestos corceles del terreno más pequeño, aunque con ácida frecuencia olvida que algunos desayunos cítricos no son fruta de verano … ; o los pacíficos y ricos anfitriones, neutros de toda la vida hasta que les ponen una pelota en el horizonte, cremosos al tacto y precisos en la distancia como un queso y un reloj.

Dejamos para el final al eterno candidato sin motivo histórico, el eterno perdedor sin nada que perder, la eterna promesa que nada promete. Le adornan su envergadura y su tez morena, sus ojos verdes y su estilo propio, pero tiene la mirada vacía porque se exige más de lo que nunca ha conseguido. Siempre arranca con ilusión, pero termina derrotado convencido de haber luchado y perdido contra nadie, olvidando que Polifemo fue engañado por Ulises, quien le dijo que su nombre era Nadie. Cuando al cíclope le atacan clavándole un palo en su único ojo, pide ayuda gritando “¡Nadie me está matando!” y los demás cíclopes creen que no pasa nada.Siempre se lucha con los demás, y no sólo contra uno mismo. ¡Vamos España!
M-Clan- Llamando a la Tierra
Fotos: El País, Eurosport.

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