martes, enero 30, 2007

Enamorado de la moda juvenil.


Uno de los ejercicios más recomendables para la buena salud del aficionado al fútbol es sentarse a ver un torneo “sub”. Para disfrutarlo en su totalidad requiere dos cosas: normalmente trasnochar (el fútbol intempestivo tiene un encanto especial), y siempre librarse de prejuicios, para que la catadura inmediata sea limpia.

Ayer terminó el Sudamericano sub 20 en Paraguay, y gracias a su intempestividad nocturna y a su suave catadura, lo hemos disfrutado de principio a fin.
Y al final tenemos desconocidos de ayer, que hoy manejan ofertas europeas mareantes, jugadores que ayer eran semi-profesionales, y hoy pueden entrenar bajo el peso punzante de una determinada cifra invertida en él; generaciones de niños con talento que en tres semanas han pasado a adultos responsables del futuro inmediato del fútbol de su país, porque los fracasos endosan la responsabilidad a quien todavía no ha llegado.

Como de ayer a hoy han pasado muchas cosas, pero casi no ha pasado el tiempo, lo más prudente es siempre la paciencia, y lo más sensato, la sensibilidad. Estos niños tienen mucho que mejorar y más aún que aprender. Que ese proceso se lleve con tiento y con calma dirá mucho de la solidez de la apuesta y del futuro del jugador. Sólo dos consejos en forma de intervención: demostrarle que la noche es para dormir y procurar que disperse su vida más allá del fútbol hasta límites razonables.

Si regamos la planta con cariño y tranquilidad, y la alejamos de los vicios externos, ya sólo queda evitar los “vicios internos”, los que ya forman parte del mundo del fútbol: sortear las lesiones, encontrar un proyecto que le integre y le motive, un vestuario que le acoja. Y, lo que es más difícil de evitar, no caer en manos de un entrenador que liquide su libre albedrío y lo integre en el funcionariado multitarea. El talento libre y salvaje, la habilidad específica, están en peligro de extinción por las exigencias modernas de versatilidad: quien no es capaz de hacer varias cosas a la vez no sirve.

Por ello, abstenerse de ayudar a crecer a estos jóvenes talentos quienes ignoren que Sudamérica es la factoría de futbolistas más especializados del mundo, y quienes rechacen a un “10” porque no sea fuerte, quienes posterguen a un “5” porque no tiene llegada, o crucifiquen a un “2” porque tiene una tendencia suicida a irse al ataque.
No todo es cuestión de números.


Foto: MuyBoca

miércoles, enero 24, 2007

La emoción y la huelga.


Llegado el ecuador del Campeonato, parece un momento que empuja al análisis; es curioso cómo todos los que vivimos en torno a una realidad sentimos a la vez el impulso de hacer balance. Como el análisis tiene que ser forzosamente parcial a la luz de los números, tal vez sea preferible hacerlo respecto de las sensaciones.
Nos hablan de un torneo emocionante, nos inundan cifras comparativas con otros años y nos ilustran la pasión con una cabeza de tabla compacta y un ramillete permisivo de supuestos candidatos a la gloria. Muchas veces, confundimos la emoción con la mera igualdad; como quiera que la igualdad puede proceder de un similar nivel de todos cercano a la mediocridad, es posible que un Campeonato sea emocionante por mediocre, y a casi nadie se le ocurre la idea. No se cambian las sensaciones futbolísticas por una distancia de puestos y puntos.

No es el factor desencadenante, pero sí uno de los factores explicativos, la huelga de talentos que vive nuestra Liga. Tal vez por casualidad, o tal vez por desidia o tristeza a la vista del curso de los acontecimientos, algunos de los principales genios de nuestro fútbol han abandonado el puesto desde el que nos maravillaban. Decía Honorè de Balzac que lo que el genio tiene de bello es que se parece a todo el mundo y nadie se le parece. Como el fútbol no entiende de conflictos sindicales, llora de día sin belleza mientras por la noche todo el mundo se parece. Y así nos va.

Mientras Ronaldo ya ha decidido cambiar de cártel para el que ejecutar rivales, Riquelme ha cogido la pelota que no solía compartir con nadie y se la ha llevado a su casa con un gesto que mezcla orgullo y depresión; a la vez que a Ronaldinho le pitan porque ya no desequilibra (y no desequilibra porque no entrena), D`Alessandro desequilibra a su equipo con su egoísmo, y es entonces cuando le pitan.

Como la lista es extensa, lo dejaremos aquí, y volvemos al balance: arranca la segunda vuelta, que acabe la huelga y empiece el fútbol. !Qué emoción! ...

jueves, enero 18, 2007

Un convencimiento.


El fútbol tiene un único fin inmediato: ganar. Los objetivos siempre son agregados, pero nadie puede hacer nada más aparte de jugar partido a partido y tratar de ganarlos. Esta diferencia práctica entre fin y objetivos confunde a muchos, sobre todo en lo que al éxito y al concepto del buen fútbol se refiere. Así que los conformistas, los optimistas y los pragmáticos se conforman en el análisis día a día (o partido a partido), y los soñadores, los románticos y los imperialistas siempre irán más allá y relativizan los resultados puntuales en función de las sensaciones futbolísticas. Todo es cuestión de posicionarse.

Sabedores de esta diferencia, muchos entrenadores prostituyen el lenguaje, haciéndose acreedores de una supuesta etiqueta de ganadores natos. Se les reconoce rápido porque no se les cae de la boca la palabra "ganar" y sólo en contadas ocasiones hablan de fútbol puro. Hay una frase muy común: "A mí me gusta ganar hasta a las canicas"; a éstos Valdano, con su fino ingenio, solía reconocerles que se distinguían claramente de aquéllos a los que les gusta perder a las canicas.

El caso es que, más allá de fines y objetivos, de partidos y proyectos, en la mayoría de casos llevamos el debate a la eterna tensión entre vencer y convencer, cayendo nuevamente en un error. Porque en fútbol sólo se puede vencer sin convencer una batalla; las guerras no entienden de estas discusiones. Y porque se debe tener claro si, además de querer permanecer para siempre en los libros de historia futbolística, se quiere vivir eternamente en el corazón del aficionado, y a éste sólo se le convence de una forma: jugando bien al fútbol.
Volviendo a los entrenadores parlanchines: retorcer las palabras y exprimir las frases para sacar un discurso interesado es relativamente sencillo; pero retorcer las variantes y exprimir un equipo hasta obtener buen fútbol ya es otro cantar ...


Foto: Deportista Digital

domingo, enero 14, 2007

Cosas que pasan.


Un gran club como el Real Madrid (el mejor del mundo durante el único siglo computable en la historia de este deporte) está en horas bajas desde hace algunos años. Tiene una prisa desbordada por llegar a donde acostumbraba pero no atina con el camino ni con los medios. Decía San Juan de la Cruz que para llegar a donde no se sabe, hay que ir por donde no se sabe. Tal vez el Real Madrid debería aplicarse la inversa de esta sabia recomendación: recordar sus valores, sus ideas y su imponente grandeza (lo que todos los madridistas de corazón saben) y a partir de ahí iniciar la peregrinación hacia el triunfo. La urgencia y la necesidad (que son ficticias, que nadie lo olvide) sin la idea memorable de la propia historia conducen por rutas mundanas ajenas a la grandeza.
Algo grave pasa en el fútbol cuando un club tan grande lo pasa tan mal, y los que viven dentro enchufan tantos ventiladores para alejarse la porquería. Entre tanta corriente, siempre se salpica al escudo y la camiseta, que son los que menos culpa tienen y los que más claro explican el origen de los males. Y es una pena.

Puede ser la agitación de los tiempos, la enorme exigencia del fútbol de hoy, o que todos nos seguimos volviendo cada vez más locos, pero la verdad es que asistimos a mucha violencia en algunos partidos. La última jornada de Liga en Ecuador terminó con una vergonzosa pelea callejera entre los jugadores de la Liga de Quito y el Barcelona de Guayaquil en el campo de Casa Blanca. Las imágenes casi herían la sensibilidad y las sanciones han sido ejemplares.
La semana pasada, en nuestra Liga, dos jugadores se enfrentaban a puñetazo limpio (en el doble sentido, pues la mayoría se fueron al aire) y nos sonrojaban a todos. Eso sí, como en España las cosas funcionan así, ambos estarán jugando en veinte días sin ningún problema.
Algo grave pasa en el fútbol cuando no somos capaces de erradicar la violencia y se pierden las formas por un partido. Vale que seamos un espejo de la sociedad en que vivimos, y que ésta no sea precisamente pacífica, pero hay límites deportivos y humanos que no podemos consentir que se violen. Porque es una pena.

Nery Castillo es un hábil e interesante medio ofensivo que juega en Olympiakos y es de origen uruguayo. Como su nivel es bastante bueno y no ha debutado con la absoluta uruguaya, se inició una cascada de ofertas de distintas Federaciones para que Castillo defendiera los colores de varias selecciones nacionales. Parece que la oferta más convincente fue de los mejicanos, y ahora Castillo actúa en consecuencia: declara su amor por Méjico desde años atrás, está cerca de firmar por las Chivas de Guadalajara e incluso hay quien dice que se ha aficionado a los burritos.
Algo grave pasa en el fútbol cuando se monta un mercado persa hasta en el terreno identificativo. Se supone que uno juega por los colores de su país por orgullo y sentimiento de pertenencia colectiva. En el fútbol de hoy en día, hasta se compran y se venden los colores nacionales. Y es una auténtica pena.

P.D. he reanudado la actividad en el otro blog ,La Vuelta al Mundo, con un post sobre Mendes da Silva. Espero mañana lunes recuperar los posts resumen del fin de semana como antes de Navidad.


Fotos: www.marca.com www.eurosport.es

jueves, enero 11, 2007

Ayer, hoy y siempre.


Al fútbol le pasa como a todo en esta vida: cualquier tiempo pasado fue mejor. Así que es recurrente en las tertulias la opinión de que el fútbol de antes era más puro, más casto y más viril, que los jugadores no se quejaban cuando recibían una patada sino que seguían corriendo, que se jugaba al ataque y aquéllo sí era un espectáculo divertido o que todos sentían los colores hasta el tuétano. Está claro: quejarse por recibir una patada desvirtúa el juego, el dominio de la estrategia defensiva no tiene mérito y si el mundo estuviera organizado hace décadas como lo está ahora, ninguno de aquellos jugadores hubiera renunciado a unos colores a cambio de una carrera exitosa y próspera en cualquier rincón del mundo.
Para quien esté inquieto por creer asistir a un fútbol venido a menos, un consejo: nada de preocuparse, dentro de treinta años será estupendo.

Tanto mirar atrás y adelante, tanta comparación, y tenemos al mejor antídoto contra la tortícolis analítica: el Liverpool. El equipo de Rafa Benítez ha perdido dos veces en cuatro días, y en su propio campo, con el Arsenal, quedando eliminado de los dos torneos por KO del fútbol inglés. En la última derrota, cuando el equipo ya había encajado seis goles y el orgullo de los jugadores se desparramaba por la hierba, todo el público se puso en pie, alzó sus bufandas y cantó a voz en grito el mítico "You´ll never walk alone", la canción cuya versión más exitosa grabaron Gerry and The Pacemakers y que pronto se acogió como himno popular adoptado del Liverpool.

Esa reacción va mucho más allá de una mera anécdota o de un detalle fiel. Donde en otros lugares estallarían los pitos, en Anfield suena el corazón y laten las gargantas; cuando en otros casos se arrojarían al campo hasta los asientos, en Anfield la afición lanza al aire un cántico histórico de orgullo que desgarra el alma del Mersey red y envuelve el ánimo de los que lo observamos desde lejos.
Entre el verde del campo y el rojo de la sangre y la camiseta, hay tanta tradición, amor y orgullo incondicional que uno no puede evitar ser seducido por tanta esencia del fútbol de siempre y tener al Liverpool como su segundo equipo. Dentro de treinta años el Pool será, por lo menos, tan estupendo como ahora.


Fotos: web Liverpool FC, EFE

martes, enero 09, 2007

Del ciclo a la crisis.


Hay pocas cosas que cuesten tanto en la vida como romper una dinámica, dar la vuelta en mitad de una espiral sin que el viento lo arrase todo y lleguemos al final. Sobre todo cuando esa espiral es viciosa y negativa. Entre el ruido de la tempestad, el daño sufrido y el cansancio de remar a contracorriente, muchas veces lo más difícil es escuchar a quien tienes a tu lado y caer en la cuenta de lo que se ha hecho mal y lo que te impide mejorar.

Quien no entienda que el fútbol se mueve en función de ciclos, no comprende de qué estamos hablando, ni es capaz de dimensionar muchas de las situaciones que observamos cada domingo (y que escrutamos cada lunes). Por ahí se explica la tendencia de algunos equipos que parecen “tener la suerte de cara” o, por el contrario “se le juntan todos los males”. Revertir los ciclos, en un sentido o en otro, es complicado, de ahí reconocer los méritos y deméritos que suelen esconder detrás.
Ahora bien, pretender reducir todo lo que pase a la dinámica de los ciclos ganadores y perdedores supone una seducción para todos los que se han equivocado y nadan lejos del mar de la autocrítica.

Todo viene porque el Real Madrid naufragó en Riazor y confirmó su enésima crisis en los últimos años, lo que realmente debiera hacer pensar a todos que jamás salió de esa situación. El madridismo se ha dado de bruces con la misma realidad de las tres últimas temporadas: las cosas se han planificado mal, se han ejecutado peor, el equipo no sabe a qué juega, los periódicos se inundan de confidenciales y sospechosos habituales. Decía Aldous Huxley que nunca es igual saber la verdad por uno mismo que tener que escucharla por otro: al madridismo se la llevan diciendo muchos y sólo ha querido escuchar cuando no había marcha atrás.

Que se acierte o no en la elección de un entrenador, que funcione una apuesta en el centro del campo, que la idea de juego sea apropiada para el equipo, … forman parte del propio fútbol, de la naturaleza de las cosas humanas. Menos justificación hay para un grupo de jugadores acomodados en decenas de millones de euros, soberbios ante la crítica fundamentada y constructiva y con un estilo de vida que debería sonrojarles. Cosas de la naturaleza humana, supongo.


Foto: www.marca.com

jueves, enero 04, 2007

Alejados de lo cotidiano, cerca del olimpo.



Recordaba el otro día unas reflexiones mías en uno de mis primeros posts tratando de buscar una explicación para algo que me incomoda: que grandes jugadores, con dotaciones de talento tan grandes como un castillo no alcancen el olimpo futbolístico o queden en la memoria colectiva como buenos detalles (sin más) en vez de tener reservado un departamento allí en exclusiva.
Empezaba describiendo el fútbol como un equilibrio de vanidades y un contrapunto de virtudes (lo siento, el recurrente argumento del punto medio y del equilibrio otra vez); vanidades que deben ser mesuradas y distribuidas por el campo; virtudes que han de ser puestas en común conocimiento y común aprovechamiento.

Entonces y ahora, cuando se añade el ineludible componente del azar, el fútbol resulta tan apasionante, el entrenador tan vulnerable, el jugador tan determinante y el hincha siente lo que podríamos llamar "impotencia solidaria", porque se siente parte del proceso, se ve involucrado a fondo, pero no puede hacer nada más productivo que gritar y agitar bufandas.

Si aceptamos el juego del fútbol así descrito, es natural destacar aquellos jugadores que, por salirse de lo cotidiano, definen y representan un estado de ánimo. De ahí la admiración por Zidane y su eterna sensación de elegancia efectiva, por Ronaldinho y la constante sensación que le acompaña de que nada es imposible, o por Maradona, sin necesidad de decir nada más.
En este punto, me vienen a la cabeza los nombres de Thierry Henry y de Francesco Totti.

Henry escenifica la combinación perfecta de talento y físico, pues uno cree percibir que ningún defensa en el mundo le puede parar sobre el campo si corre con el balón en los pies. Como se siente el líder deportivo y espiritual de un grupo de jóvenes con futuro, vive el presente bajo la obligación de impartir lecciones magistrales en cada una de sus acciones.
Totti ha heredado el espíritu artesano y fantasista de los italianos renacentistas. En un fútbol de corte, él es pura confección; en una ciudad con tanta historia y tantos mundos como Roma, se le considera tan vital como la loba capitolina. Y, entre tanto contraste, juega al fútbol de maravilla.

No he dado más que vueltas y sigo sin entender por qué estos dos fenómenos siguen tan lejos de las deidades paganas de nuestra aldea global. Tal vez he olvidado que un equipo de fútbol, con sus jugadores a cuestas, no sólo vive de talento, física y táctica, sino de mentalidad y estrategia en la orientación de la carrera de cada cual.
En vez de divagar, prefiero disfrutar con estos jugadores: sólo ver impresos sus nombres ya estimula a uno a ver fútbol, le evoca grandes gestas y grandes jugadas, le aumenta la producción salival. Mis vanidades y sus virtudes están igualadas porque es difícil salirse tanto de lo cotidiano.

Fotos: fifaworldcup.yahoo.com, web de Thierry Henry