martes, junio 28, 2011

Algo se ha muerto en el alma


Un viajero francés desembarcó en el Buenos Aires virreinal en 1810 y describió la Gran Aldea con el desdén engolado de quien visita para mostrar antes que para observar: "A la hora de la siesta, en las calles no se ven más que médicos y perros". Tratando de menospreciar la holgazanería argentina, ese señor tan viajado nos descubre el que era gran pasatiempo de los porteños, inquietos y vivarachos, a las puertas de su gran Revolución de Mayo.

Si el crítico gabacho visitara hoy Buenos Aires, dos siglos después, nos relataría (intuimos que con semejante desdén) cómo, a la hora del partido de fútbol del equipo del barrio, en las calles no se ven más que perros y algún médico de guardia dispuesto a velar por la pasión incontenible del porteño, que se derrama en corazones al borde del colapso. Y aunque pensara que así dejaba patente la escasa intelectualidad de las inquietudes culturales del Buenos Aires de hoy, nuevamente estaría contando al mundo cuál es el pasatiempo favorito de toda la Argentina.

Escribía Daniel Arcucci en “La Nación” que Argentina tenía tres mitos como referente emocional: Evita Perón, Carlos Gardel y Diego Armando Maradona. Los dos primeros están muertos, pero Diego vive milagrosamente, sentado en solitario en un mausoleo albiceleste donde un radiante sol amarillo ilumina el único icono en movimiento de la idolatría nacional.

Maradona representa bien lo que significa Argentina: cambiante y poliédrico, sublime y autodestructivo, desconfiado con el poder pero ingenuo ante otras tentaciones, pasional hasta el paroxismo, exagerado hasta la exageración. Glosar la figura y trascendencia del Diego llevaría varios tomos de un libro, pero se entiende con sencillez la razón de su ascendente. Así que no extraña (o lo hace menos de lo que debería) su automática conversión en una especie de dios, sobre todo en un tiempo en que el descreimiento en lo que no se ve impide a los sueños revolvernos el corazón.

En el mundo de hoy, Argentina proyecta lo que es en buena medida a través del fútbol. Por eso, en la rivalidad entre Boca Juniors y River Plate, habita la esencia de la gloria y la miseria del argentino. River se nos fue, Buenos Aires se estremece, Núñez muere en vida y el mundo del fútbol siente una especie de orfandad que tiene poco de solidaria y compasiva y mucho de abatimiento sincero. Se nos fue la Banda Sangre, la Máquina, la magia del Monumental, el "Millo", los relatos de Labruna, Pedernera y Lousteau, el recuerdo en color sepia de Di Stéfano, el Principado de Francescoli, las "Gashinas", las gestas a todo color de Alzamendi, Fillol, Bambino Veira, Crespo, Salas, Batistuta, Saviola o Mascherano. River se le fue al mundo y ahora nos cuesta tragar saliva.

Argentina adora a Maradona porque la hizo sentirse la más grande en un mundo que, de otra manera, no la tendría en tan alta consideración. Le ha perdonado sus excesos, sus exabruptos, su adicción a las drogas, su carrera suicida hacia la autodestrucción. El fútbol adora a River porque le dio lustre y grandeza, le dignificó con gestas y le enriqueció con relatos que agrandan el abismo de su leyenda. Ahora necesitamos que le perdone sus excesos, sus exabruptos, su adicción a las drogas y su carrera suicida hacia la autodestrucción.

Volvé pronto, River!


Andrés Calamaro- Mi enfermedad

Foto: Olé

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