viernes, marzo 20, 2009

Pinturas de guerra.


El “miedo escénico” es una de tantas expresiones de Jorge Valdano que ha hecho fortuna en el ideario futbolístico popular. Designaba el poder intimidatorio del Real Madrid y su estadio Bernabéu que bloqueaba a los rivales en las grandes noches europeas, abrumados ante un ambiente y una presión majestuosas. Desde entonces, cada vez que un equipo pretende amedrentar a su huésped una noche cualquiera, se recurre a aquel concepto para comenzar la batalla.
Como todo en esta vida, uno debe saber de lo que habla: el escenario a que hacía referencia Valdano no sólo contenía luz y sonido sino, sobre todo, fútbol.

Pone un pie el Real Madrid en Bilbao y cada miembro de la manada tensa sus músculos y comienza a segregar saliva. El anuncio de la llegada del ejército blanco a Tierra Santa suele desatar pasiones y tambores de guerra en una puesta en escena que no por familiar comienza a resultar cómoda. Se crea una atmósfera crispada (lo que tiene el inconveniente de un público inflamado), se chilla y gesticula a cada rato (lo que suele conllevar un árbitro nervioso) y se tensiona al equipo desde el banquillo, que ya para entonces corre como si tuviera pimienta en los ojos. Todo deriva en un ambiente que se corta con un cuchillo y una pelota dando vueltas por medio en la que casi nadie parece reparar.

Seguramente pocos en el Athletic sabrán que las cuestiones estéticas, cuando de ganar o perder una batalla se trata, sólo sirven como recurso defensivo. Suele decirse que el origen del afeitado en los hombres se encuentra en Alejandro Magno, que ordenó a las tropas macedónicas que se rasuraran las barbas para evitar que los enemigos pudieran agarrarles de ellas en el combate.
La intimidación no es la mejor estrategia para quien se mira al espejo antes de jugar y no se reconoce; el ruido no es un buen recurso para el que no sabe escuchar. Tanto ruido y tanta palabrería para nada. Decía Mark Twain que el hombre es el único animal que come sin tener hambre, bebe sin tener sed y habla sin tener nada que decir.
Sólo la pausa precede a la intensidad, se necesita frescura mental para lograr la precisión. Y son armas imprescindibles para derrotar a un enemigo superior en número y tecnología. Tomar aire, atusarse la melena y colocarse bien la camiseta por dentro del pantalón. Hasta aquí, la puesta en escena. Ya toca empezar a jugar un poco al fútbol, que a eso hemos venido. Menos lobos, Caperucita …

Bilbao, más o menos las diez de la noche. El Athletic pierde 2-5 y su rival favorito le ha arrancado hasta el vello de las cejas. San Mamés, puesto en pie, agita sus colores y grita a la luna su entrega y su amor, rasgando el cielo oscurecido en rojo y blanco. Eso es el Athletic. Todo lo anterior, permitidme que lo dude …


Viva el Athletic, siempre fueron mis colores
el rojo, el blanco y el negro oscuro mate
dibujan mi alma, Bilbao y alrededores.

Viva el Athletic cuando fuimos campeones
en los recuerdos de la memoria
la bolsa, la vida, las copas y los goles.

Viva el Athletic, resignados ganadores
no jugamos por grandeza ni por gloria
la baza que jugamos es de corazones.

Viva el Athletic, gran familia de pastores
la sal de la tierra, la sangre que late
mantienen con vida nuestras ilusiones.
“Somos leones, leones con tres cojones!”.

¡Que viva el Athletic, señores!
Viva el Athletic porque somos los mejores

Foto: www.marca.com

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jueves, marzo 05, 2009

Aquí estamos y aquí estuvimos.


Veinte años no es nada para quien lleva más de un siglo siendo uno mismo, desde la melena hasta la cola. Fue el rey de una selva tropical y ahora camina descalzo por las aceras de una urbe cosmopolita. Deambula por los andenes de una estación de autobuses contando anécdotas de su vida a todo el que le quiere escuchar, comparando sus experiencias con los huecos vacíos de una caja de bombones.

Veinte años no es nada, repiten los guardianes de la ilusión, pero tener que hacerlo día tras día para mantener viva una llama sin oxígeno desgasta a quien lo dice y, sobre todo, a quien lo escucha. Por eso son diferentes: se han mantenido todos unidos en torno a una chimenea imaginaria, sin fuego, leña ni calor, fría como el hielo del desamparo y amarga como la hiel de la derrota. Ninguno se atrevía a salir, incapaces de ver la luz del sol, sin abrigo para sobrevivir en una tempestad que arreciaba para arrancarles el espíritu. Los demás difundían insidias y malos augurios al observarles, se tapaban la nariz y prohibían mirar a sus niños. Nada de acercarse a los chalados de la chimenea, que predican blasfemias y respiran hollín por defender un ideal vesánico en el que ni siquiera ellos pueden creer.

Veinte años no es nada … pero veinticuatro tal vez sí. Con la temeraria seguridad de quien vive y recuerda de memoria, los abuelos comenzaron a temer que sus vivencias se perdieran en el cajón de sastre de los recuerdos, difuminadas por la incredulidad del aquí y del ahora; los padres empezaron a pensar que aquellas glorias pasadas no eran más que una ilusión de juventud, una fantasía propia de aquel tiempo en que todo parecía posible. Y qué decir de los niños, educados y criados en la convicción de que podían morir tranquilamente sin rugir hasta desgarrarse la garganta.

Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que alguien dijo haberles visto. Aparecieron de aquí y de allá, llegaron en caravanas de jolgorio, abrieron los sótanos y bajaron de las colinas hasta formar interminables hileras de fieles dispuestas a festejar hasta el amanecer. Todos contemplaron aquella romería de júbilo, navegando por la ría de la felicidad escoltada por millones de almas en cada orilla.

Hoy dicen las noticias que podrían volver a dejarse ver. Nada les distingue en apariencia. Se mueven entre los demás como cualquier otro, sin el menor atisbo emocional, como tantos y tantos que se pierden en la muchedumbre sin levantar sospechas, confundidos entre lo inmenso de la cotidianidad. Viven de lo que creen, pero no pueden creer lo que ven, sabiéndose herederos de una leyenda única que se derrama por el sumidero de los sueños rotos.

Si los quieren reconocer, no les pregunten porque se han quedado sin palabras, ni les miren fijamente porque no han podido dormir. Tendrán aún los pelos de punta y el corazón encogido, pues la reacción ante los sentimientos no se agota con el tiempo. Uno que los conoce ofrece una pista: suelen pintarse las mejillas de blanco y rojo de vez en cuando para colorear sus lágrimas, porque han escuchado que la cara es el espejo del alma ...


Taxi- Tu Oportunidad

Foto: www.marca.com

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