Jaque.
“Diez negritos” es una de las mejores novelas de Agatha Christie, reina del suspense y los crímenes en prosa. En ella, diez personas son invitadas a unas vacaciones en una mansión situada en una isla desierta por un misterioso anfitrión que no hace acto de presencia. Durante la primera cena, una voz grabada les acusa a cada una de un crimen, con datos exactos, y comienzan entonces a ser asesinados uno a uno, siguiendo la aterradora pauta de una canción de cuna que encuentran junto a diez figuras de porcelana que representan los diez negritos del título del libro, y que desaparecen conforme van muriendo los protagonistas.
El hilo conductor de la trama recuerda en parte a lo que le está ocurriendo al Athletic, cada vez más solo y con menos fuerzas, luchando desde una isla a la que se le agotan los recursos naturales, desierta de esperanza y angustiada ante la crecida de unos mares que amenazan con engullirla para siempre.
Esa canción de cuna empieza así:
Diez negritos se fueron a cenar. Uno de ellos se asfixió y quedaron nueve.
La primera víctima de la nana infantil es filosófica: la asfixia de un modelo reducido al absurdo. Un caso único en el fútbol mundial que se enorgullece de su singularidad pero, en vez de potenciar su idea (Lezama, Lezama, Lezama) y convertirse en un referente, se dedica a buscar resquicios para engañar a no se sabe quién.
Nueve negritos trasnocharon mucho. Uno de ellos no pudo despertar y quedaron ocho.
El fallecimiento de un mito como Telmo Zarra, el episodio vivido con Julen Guerrero, la actitud del club con grandes conocedores de la realidad del Athletic de hoy (Valverde) y de siempre (Clemente), como ejemplos de que los símbolos de verdad se alejan, de que el concepto de tradición en algunos está bastante trasnochado.
Ocho negritos viajaron por el Devon. Uno de ellos se escapó y quedaron siete.
La fuga de talentos, con la legislación y el negocio actual del fútbol, hace mucho daño a los clubes de cantera, más aún a quienes reducen esa cantera a su terruño. Se han escapado viajando por Europa decenas de futbolistas que, hace algunas décadas, jugarían hoy en el Athletic.
Siete negritos cortaron leña con un hacha. Uno de ellos se cortó en dos y quedaron seis.
La muerte del Athletic como refugio romántico para muchos, su desaparición como el segundo equipo de medio país, que simpatizaba con su idealismo y mérito añadido. La marea negra de la influencia política, mal entendida dentro de Euskadi y peor aún fuera; el hacha y la serpiente como signos de un crimen organizado al que injustamente nos quieren vincular, apoyados en la torpeza de unos ricos y la cobardía de unos pobres.
Seis negritos jugaron con una avispa. A uno de ellos le picó y quedaron cinco.
El daño irreparable de la gestión de Lamikiz y sus adláteres, culpables de atentar con alevosía contra el mejor proyecto de los últimos tiempos, con resultado de coma inducido. Jamás sospechamos que la incompetencia y el ego personal encontraran tan tardía resistencia. Quien juega habitualmente con fuego, se termina quemando.
Cinco negritos estudiaron Derecho. Uno de ellos se doctoró y quedaron cuatro.
La transformación de las estructuras sociales y políticas también tienen mucho que decir, poniendo en tela de juicio la ventaja comparativa del Athletic: el fútbol como espectáculo de masas, la era digital como fin de las fronteras, la Ley Bosman como cobertura legal al mercado infantil y al riesgo de las factorías.
La canción de cuna terminaba sin negritos a la vista, como el libro de Agatha Christie, como el futuro que muchos vislumbran y demasiados desean al Athletic. Lo peor de todo es que pueden tener razón. Perdemos fuerzas y energías en cada parpadeo, y todavía no nos hemos referido a quienes tienen la responsabilidad de la isla en estos momentos, apoyados por un pueblo santurrón por indulgente: no consigo imaginar un lugar en que los futbolistas estén más protegidos que en Bilbao, indultados de por vida por una afición consciente de su lugar en el mundo, excusados en una debilidad de mercado pero con los bolsillos desbordados de dinero.
Hace unos días, unas imágenes arrancaban una sonrisa a todos y alguna lágrima a los seguidores del Athletic: un grupo de niños del Congo agradecía al club el envío de ropa deportiva cantando el himno en perfecto euskera y con un sentimiento que ponía los pelos de punta. Atended, millonarios, porque así se defiende al Athletic, así se siente el Athletic, así se le agradece tener lo que uno tiene, por más de un siglo de historia que un grupo de cenutrios pijos y malcriados se empeña en arriesgar.
Y ya que nos jugamos la historia al dominó, todos podemos reflexionar. ¿Qué oscura ley no escrita nos impediría criar a niños como los del vídeo en Lezama y enseñarles desde pequeños los valores y la cultura del club y del país?
Como en la nana de la novela, han caído varias piezas en esta partida por la supervivencia: un número indeterminado de peones, un alfil y las dos torres. Jaque al rey de la selva, mueven negras y la partida no ha hecho más que empezar.
El hilo conductor de la trama recuerda en parte a lo que le está ocurriendo al Athletic, cada vez más solo y con menos fuerzas, luchando desde una isla a la que se le agotan los recursos naturales, desierta de esperanza y angustiada ante la crecida de unos mares que amenazan con engullirla para siempre.
Esa canción de cuna empieza así:
Diez negritos se fueron a cenar. Uno de ellos se asfixió y quedaron nueve.
La primera víctima de la nana infantil es filosófica: la asfixia de un modelo reducido al absurdo. Un caso único en el fútbol mundial que se enorgullece de su singularidad pero, en vez de potenciar su idea (Lezama, Lezama, Lezama) y convertirse en un referente, se dedica a buscar resquicios para engañar a no se sabe quién.
Nueve negritos trasnocharon mucho. Uno de ellos no pudo despertar y quedaron ocho.
El fallecimiento de un mito como Telmo Zarra, el episodio vivido con Julen Guerrero, la actitud del club con grandes conocedores de la realidad del Athletic de hoy (Valverde) y de siempre (Clemente), como ejemplos de que los símbolos de verdad se alejan, de que el concepto de tradición en algunos está bastante trasnochado.
Ocho negritos viajaron por el Devon. Uno de ellos se escapó y quedaron siete.
La fuga de talentos, con la legislación y el negocio actual del fútbol, hace mucho daño a los clubes de cantera, más aún a quienes reducen esa cantera a su terruño. Se han escapado viajando por Europa decenas de futbolistas que, hace algunas décadas, jugarían hoy en el Athletic.
Siete negritos cortaron leña con un hacha. Uno de ellos se cortó en dos y quedaron seis.
La muerte del Athletic como refugio romántico para muchos, su desaparición como el segundo equipo de medio país, que simpatizaba con su idealismo y mérito añadido. La marea negra de la influencia política, mal entendida dentro de Euskadi y peor aún fuera; el hacha y la serpiente como signos de un crimen organizado al que injustamente nos quieren vincular, apoyados en la torpeza de unos ricos y la cobardía de unos pobres.
Seis negritos jugaron con una avispa. A uno de ellos le picó y quedaron cinco.
El daño irreparable de la gestión de Lamikiz y sus adláteres, culpables de atentar con alevosía contra el mejor proyecto de los últimos tiempos, con resultado de coma inducido. Jamás sospechamos que la incompetencia y el ego personal encontraran tan tardía resistencia. Quien juega habitualmente con fuego, se termina quemando.
Cinco negritos estudiaron Derecho. Uno de ellos se doctoró y quedaron cuatro.
La transformación de las estructuras sociales y políticas también tienen mucho que decir, poniendo en tela de juicio la ventaja comparativa del Athletic: el fútbol como espectáculo de masas, la era digital como fin de las fronteras, la Ley Bosman como cobertura legal al mercado infantil y al riesgo de las factorías.
La canción de cuna terminaba sin negritos a la vista, como el libro de Agatha Christie, como el futuro que muchos vislumbran y demasiados desean al Athletic. Lo peor de todo es que pueden tener razón. Perdemos fuerzas y energías en cada parpadeo, y todavía no nos hemos referido a quienes tienen la responsabilidad de la isla en estos momentos, apoyados por un pueblo santurrón por indulgente: no consigo imaginar un lugar en que los futbolistas estén más protegidos que en Bilbao, indultados de por vida por una afición consciente de su lugar en el mundo, excusados en una debilidad de mercado pero con los bolsillos desbordados de dinero.
Hace unos días, unas imágenes arrancaban una sonrisa a todos y alguna lágrima a los seguidores del Athletic: un grupo de niños del Congo agradecía al club el envío de ropa deportiva cantando el himno en perfecto euskera y con un sentimiento que ponía los pelos de punta. Atended, millonarios, porque así se defiende al Athletic, así se siente el Athletic, así se le agradece tener lo que uno tiene, por más de un siglo de historia que un grupo de cenutrios pijos y malcriados se empeña en arriesgar.
Y ya que nos jugamos la historia al dominó, todos podemos reflexionar. ¿Qué oscura ley no escrita nos impediría criar a niños como los del vídeo en Lezama y enseñarles desde pequeños los valores y la cultura del club y del país?
Como en la nana de la novela, han caído varias piezas en esta partida por la supervivencia: un número indeterminado de peones, un alfil y las dos torres. Jaque al rey de la selva, mueven negras y la partida no ha hecho más que empezar.
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