El país de las maravillas.
La UEFA ha sancionado al Atlético de Madrid con el cierre de su estadio por dos partidos en una decisión que compromete la equidad del máximo organismo europeo.Según los realistas norteamericanos, en el fondo los jueces no toman sus decisiones aplicando el Derecho al caso concreto, sino en base a otras consideraciones (tendencia política, condiciones personales, incluso un mal día con su mujer), y después recorren el Derecho para revestir esa decisión de apariencia jurídica. Pues eso, realismo puro y duro el de la UEFA, pero no el natural, sino el doctrinario. Así se imagina uno a estos jueces del mayor espectáculo moderno, desempolvando las arcaicas pelucas y el añorado despotismo. Y es que, a falta de un argumento definitivo, se han dedicado a mezclar churras con merinas en un rebaño de ideas carente de toda lógica.
Dice un proverbio vasco que Zenbat eta ipurdia gorago, orduan eta burua beherago, que viene a ser algo así como: "Cuanto más alto el culo, más baja la cabeza". La imagen es reveladora: al Atlético le han invitado a mover su trasero respingón en su vuelta a la Copa de Europa y, casi sin darse cuenta, se ve con la cabeza gacha, en una postura humillante.
Primero, se acusa a la Policía de brutalidad y se le responsabiliza de los incidentes en la grada. No hay duda, nada como el sano diálogo y el debate sosegado para convencer a una turba de parásitos sociales (franceses, por cierto) de que retiren una pancarta ofensiva y se abstengan de orinar y lanzar asientos al respetable. Incluso hay quien se permite exigir la excarcelación de un delincuente, pasando por encima de la Jurisdicción española, escrupulosa con las libertades públicas y las garantías penales. Hablamos, por cierto, de un asilvestrado con aspecto de no visitar la ducha más que en días señalados y fiestas de guardar, que provoca y agrede a un policía. Con todo mi respeto a los derechos humanos, un porrazo en zona innoble y una temporada entre rejas es lo menos que necesita este angelito.
Pero es que también aparece el argumento de moda y se vuelve a acusar al fútbol español de racista, lo que merece otro tipo de reflexión pues el problema es más sencillo y, a la vez, va más allá de la pura xenofobia. Generalizar siempre tuvo bastante de injusto, sobre todo cuando se trata de ponderar la estulticia. En España cumplimos con nuestra cuota de idiotas patrios, que emiten sonidos simiescos porque es su forma de comunicación. Son orangutanes nostálgicos de la evolución de la especie: se depilan el vello y caminan erguidos, pero tienen por cerebro un cacahuete. Y la proporción es aquí similar a la del resto de lugares del mundo, pues Darwin no introdujo variantes geográficas en su teoría.
Lo que no está tan claro es que se trate de una cuestión de racismo. El problema va más allá y tiene que ver con la falta de educación y de respeto a los demás. Muchos van al fútbol a volcar sus frustraciones cotidianas y a culpar al mundo de sus sueños incumplidos. El fútbol entendido no como expresión cultural de una sociedad que sigue encantada con jugar, sino como opio del pueblo. Por ahí empezamos mal. El rival de cada día como diana improvisada de nuestra falta de brillantez, la confusión de la muchedumbre como cobarde arrebato de valentía.
No sólo se insulta a los negros o a los moros, sino que se utiliza para ello una supuesta tendencia sexual, un defecto físico o incluso se exalta el asesinato de un aficionado del equipo contrario. ¿Racismo? Sobre todo, tontos redomados.
Un relato de Mario Benedetti ("Su amor no era sencillo") nos presenta a dos amantes; como él sufre de claustrofobia y ella de agorafobia, hacen el amor en el umbral. En ese mismo umbral que separa la injusticia de la demagogia fornica a su antojo la UEFA, a medio camino entre la perversión privada y el escándalo público. Nada mejor que una víctima propiciatoria para presentarse como paladines del respeto y el multiculturalismo en el espectáculo de masas: tan conocido como para que dé que hablar, tan pardillo como para que su molestia sea un riesgo asumible, con una candidatura olímpica como chantaje emocional y alguna torpeza individual sacada de contexto (gracias a Luis Aragonés, por ejemplo) como etiqueta colectiva.
Que quede claro y nadie se acompleje: España no es un país racista (al menos, no lo es más que otros), su fútbol no es un claro ámbito de barbarismo y su Policía utiliza la fuerza como las demás. Seremos conocidos como pardillos, señor Platini, pero a estas alturas no nos chupamos el dedo.
Los Piratas- El equilibrio es imposible
Foto: EFE
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