¿Quién ha ganado?
Los clásicos nunca mueren, jamás pasarán de moda porque no dependen de esas trivialidades y además cada año que pasa son más tradicionales.
El de nuestro fútbol es un clásico sencillo y sin complejos: dos polos opuestos de poder, dos idiomas universales, dos maneras distintas de entender este juego, un puente aéreo y las inevitables dosis de rivalidad política que algunos se empeñan en subrayar.
Barça y Real Madrid son dos gigantescos entes que intentan dividir a España en torno a dos colores y símbolos de festejo: se necesitan, se atraen hasta casi rozarse y entonces se repelen, y así una y otra vez, se enfrentan en la frontera del odio pero ambos saben que la grandeza de cada cual depende de la del otro.
Leí una vez sobre Scarlett Johansson que sus labios y su mirada resultaban tan atractivos que ninguno de los encuestados recordaba el color de su pelo. El Barça-Madrid llama tanto la atención que se ve rodeado de millones de ojos incapaces de apreciar un matiz por sí solos, más allá de los goles, los gestos hacia la galería y los caminos del balón.
Hace ahora justo un año, un Real Madrid lleno de buenos jugadores se presentó en el Camp Nou muy junto y ordenado, concedió campo y pelota al Barcelona y trazó un plan tan mezquino como previsible: aprovechar cada error y cada despiste con ese balón y ese espacio aparentemente regalados y confiar en el desasosiego del rival. La cosa salió bien y ganaron 0-1, rivalizando entonces los cronistas y creadores de opinión en desmenuzar el mayor número de detalles del “baño táctico” de los vencedores que todos habían apreciado con nitidez.
Hace unos días, un Real Madrid lleno de ausencias compareció en el Camp Nou de nuevo muy junto y ordenado, concediendo campo y pelota al Barcelona y trazando un plan posiblemente mezquino pero en todo caso previsible: cerrar los espacios, anular el talento individual y las conexiones colectivas y confiar, una vez más, en el desasosiego del rival. Las dinámicas han cambiado, la cosa no les ha ido tan bien esta vez y han perdido por 2-0. ¿Qué han percibido esta vez los millones de ojos ávidos de análisis doctorales? Un planteamiento impropio, un deshonor, una afrenta a la grandeza del Real Madrid.
Esto me ha recordado a “El genio tenebroso”, el libro de Stefan Zweig que describe la figura de José Fouché, un oscuro personaje de la Revolución Francesa. Clérigo de apariencia física desvalida, mostró una despiadada habilidad para desplazarse por todo el espectro político alineándose con la corriente que dominaba en cada momento de aquellos tiempos convulsos. Su falta de escrúpulos le llevó de ser ordenado sacerdote a ordenar la quema de iglesias y de ejecutar los mandatos de los jacobinos a propiciar la ejecución del propio Robespierre.
A lo que se ve, sobrevivir en la Francia revolucionaria no era más complicado que hacerlo en los coros mediáticos del fútbol de hoy. Sentar cátedra enfundado en la chaqueta del resultado dota del ímpetu que aporta la fuerza invariable de los números, imposibles de rebatir con palabras, pero pierde tanto aceite por la falta de coherencia que no hay quien se lo crea. No deja de ser curioso: los paladines del buen juego, los más firmes defensores de la imagen más allá del resultado hacen depender su opinión de quién gane el partido.
El de nuestro fútbol es un clásico sencillo y sin complejos: dos polos opuestos de poder, dos idiomas universales, dos maneras distintas de entender este juego, un puente aéreo y las inevitables dosis de rivalidad política que algunos se empeñan en subrayar.
Barça y Real Madrid son dos gigantescos entes que intentan dividir a España en torno a dos colores y símbolos de festejo: se necesitan, se atraen hasta casi rozarse y entonces se repelen, y así una y otra vez, se enfrentan en la frontera del odio pero ambos saben que la grandeza de cada cual depende de la del otro.
Leí una vez sobre Scarlett Johansson que sus labios y su mirada resultaban tan atractivos que ninguno de los encuestados recordaba el color de su pelo. El Barça-Madrid llama tanto la atención que se ve rodeado de millones de ojos incapaces de apreciar un matiz por sí solos, más allá de los goles, los gestos hacia la galería y los caminos del balón.
Hace ahora justo un año, un Real Madrid lleno de buenos jugadores se presentó en el Camp Nou muy junto y ordenado, concedió campo y pelota al Barcelona y trazó un plan tan mezquino como previsible: aprovechar cada error y cada despiste con ese balón y ese espacio aparentemente regalados y confiar en el desasosiego del rival. La cosa salió bien y ganaron 0-1, rivalizando entonces los cronistas y creadores de opinión en desmenuzar el mayor número de detalles del “baño táctico” de los vencedores que todos habían apreciado con nitidez.
Hace unos días, un Real Madrid lleno de ausencias compareció en el Camp Nou de nuevo muy junto y ordenado, concediendo campo y pelota al Barcelona y trazando un plan posiblemente mezquino pero en todo caso previsible: cerrar los espacios, anular el talento individual y las conexiones colectivas y confiar, una vez más, en el desasosiego del rival. Las dinámicas han cambiado, la cosa no les ha ido tan bien esta vez y han perdido por 2-0. ¿Qué han percibido esta vez los millones de ojos ávidos de análisis doctorales? Un planteamiento impropio, un deshonor, una afrenta a la grandeza del Real Madrid.
Esto me ha recordado a “El genio tenebroso”, el libro de Stefan Zweig que describe la figura de José Fouché, un oscuro personaje de la Revolución Francesa. Clérigo de apariencia física desvalida, mostró una despiadada habilidad para desplazarse por todo el espectro político alineándose con la corriente que dominaba en cada momento de aquellos tiempos convulsos. Su falta de escrúpulos le llevó de ser ordenado sacerdote a ordenar la quema de iglesias y de ejecutar los mandatos de los jacobinos a propiciar la ejecución del propio Robespierre.
A lo que se ve, sobrevivir en la Francia revolucionaria no era más complicado que hacerlo en los coros mediáticos del fútbol de hoy. Sentar cátedra enfundado en la chaqueta del resultado dota del ímpetu que aporta la fuerza invariable de los números, imposibles de rebatir con palabras, pero pierde tanto aceite por la falta de coherencia que no hay quien se lo crea. No deja de ser curioso: los paladines del buen juego, los más firmes defensores de la imagen más allá del resultado hacen depender su opinión de quién gane el partido.
M-Clan- Dando vueltas
Foto: EFE
Etiquetas: Actualidad España.