jueves, marzo 15, 2012

El pueblo perdido

1957. Bilbao amanece cada día bajo un cielo plomizo y entre un paisaje de fábricas y humo condensado, apretándose el cinturón industrial mientras enseña su producción siderúrgica y su crecimiento comercial, y aprende a sentirse urbe en un mundo que no termina de entender. La ciudad conserva el rostro enjuto y la cabeza erguida sobre un tronco metálico que avanza con el chirriar de las máquinas y el ronco bostezo de los barcos.

El fútbol es el motivo de orgullo cultural del señorial Botxo, y su Athletic, tantas veces “txapeldun”, patrimonio de la humanidad bilbaína. En ese año se disputa la recién creada Copa de Europa por segunda vez y el equipo de “los Once Aldeanos” acaba de eliminar al Honved húngaro, base de la selección magiar que maravilló en el Mundial de 1954, debiendo enfrentarse ahora al Manchester United, un conjunto de jóvenes prodigiosos llamado a representar el intento de los inventores del juego por dominar Europa ante el innovador y ambicioso Real Madrid.

Es 16 de enero y la nieve cae en densos copos sobre San Mamés, convirtiendo el campo en una mezcolanza de tierra, briznas de hierba y restos blanquecinos que cuajan en bloques arenosos. Un terreno poco hospitalario para dirimir controversias bajo las reglas del juego y con una pelota de por medio, que invita a argumentos épicos y venturosos.

Lo que aquel gélido día sucedió se evoca en las homilías dominicales del santo, resuena aún hoy en los anclajes del arco que corona la Catedral cuando sopla el viento del Norte, despierta una sonrisa melancólica en los nietos cada vez que los abuelos entornan los ojos para recordar.

Jugaron Carmelo, Orúe, Garay, Canito, Etura, Mauri, Artetxe, Markaida, Merodio, Uribe y Gaínza. El Athletic ganó 5-3, mostrando a aquel mundo desagregado la convicción de su ideal y su vinculación con la aldea y el pueblo, marchándose a los cielos el orgullo de la inolvidable derrota con aquellos malogrados jóvenes prodigiosos una maldita noche en Munich.

2012. Han transcurrido 55 años. Un largo tiempo que ha visto cambiar profundamente las estructuras y sus gentes. Bilbao continúa amaneciendo cada día bajo el mismo cielo, que hoy cobija una ciudad moderna y elegante, que ha aprendido a sentirse y parecer única en un mundo que empieza, ahora sí, a entender, aunque no le termina de convencer.

Se viste con diseños artísticos, se expresa de cara a todos y continúa relatando su historia aldeana a través del Athletic, menos País y más Vasco, de puro rojo y blanco olvidó sentirse “txapeldun”. Sólo ha ganado dos Ligas desde que abandonamos el relato a mediados del pasado siglo y Europa perdió hace mucho la consciencia acerca de la supervivencia de su estirpe. Aquellos aldeanos que parecieron grandes bajo una nevada que se conserva en imágenes color sepia debieron retirarse a sus montañas y botxos a cultivar la tierra o desarrollar otras inquietudes culturales; o tal vez emigraron para no volver a lugares inhóspitos donde conservar su lengua y sus raíces; o quién sabe si se extinguieron como pueblo, engullidos por la inmensa y seductora ola de la globalización.

Es 8 de marzo y el mundo ya no tiene qué cuestionarse. Antes de recibir otra vez la visita del Manchester United, el Athletic les rinde visita. Ha pasado mucho tiempo, pero viaja a encontrarse otra vez con un grupo de jóvenes prodigiosos que ya no persigue el ideal por respetar el honor de los creadores de juego alguno, pero que está acostumbrado a la gloria representando a aficionados y consumidores del mundo entero.

Gorka, Andoni, Javi, Mikel, Jon, Ánder, Markel, Óscar, Ánder, Iker y Fernando. Once emisarios de una epístola olvidada; once aprendices de héroe con un antifaz bordado en casa; once aldeanos con ínfulas cosmopolitas; once evidencias de que aquel pueblo continúa existiendo en torno a una hoguera de vanidades compartidas.

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