miércoles, abril 23, 2008

Perdiendo el tiempo.

A Amadeo de Saboya le conocía el pueblo español como "Don Macarroni Primero", reflejo de su origen italiano y la escasa trascendencia que revelaba el personaje aun ostentando la Corona de España. Era el tercer hijo de Víctor Manuel II, rey de Piamonte-Cerdeña, lo que unido a su discreta mentalidad política y su nulo interés por la cultura le habría de convertir en uno más de aquel tupido abanico de príncipes europeos sin vocación ni colocación. Sin embargo, la inestabilidad en España y las maniobras del general Prim le reservaron un lugar de privilegio en la Historia que no le correspondía por linaje ni talento adquirido. Sea como fuere, Amadeo de Saboya supo aprovechar la circunstancia y reinó durante dos años, salpicando su matrimonio real con oscuras desventuras junto a damas bellas e intrigantes de la corte madrileña.
Tal vez, uno de los capítulos históricos más claros del éxito desde el manejo de los tiempos y las ocasiones en provecho propio.


Episodios así revelan la ineptitud de muchos en el Valencia, un club al que el propio mérito y las circunstancias del juego coronaron hasta en dos ocasiones y cuya vocación autodestructiva devolvió a un hueco cualquiera entre el pueblo llano. Con un ambiente convulso como capa de ozono y la guerra entre clanes como horizonte habitual, nadie parece recordar las señas de identidad que no hace mucho les hicieron grandes: un modelo basado en el trabajo y el equilibrio colectivo y un entrenador brillante y milimétrico, estudioso del detalle y obsesionado por las distancias. Cuando la renovación parece en marcha, enlazando con solución de continuidad la etapa antigua y la venidera, redoblando la apuesta por el futbolista nacional, el repliegue intensivo y los valores de la casa, se golpea el timón no se sabe muy bien por qué, se detectan focos de crispación no se sabe muy bien dónde y se humilla a los líderes de la caseta no se sabe muy bien hasta cuándo. Lo que no se sabe realmente bien es lo que le va a costar al Valencia recuperarse de todo esto, visto que al timón se le ha vuelto a tratar con violencia y han caído cinco hombres más al agua. Un ejemplo claro de dejarse manejar por los tiempos.


La idea nos da pie a hablar también del Atlético de Madrid, que deja entrever que no continuará su cuerpo técnico en el momento más inoportuno. Después de diez años rindiendo de mal en peor, se plantean saltar todo por los aires justo cuando verdaderamente escalan un peldaño, regresando a Europa por derecho propio (el anterior escalón que muchos le recordamos fue el ascenso a Primera ...). Es curioso lo del Atlético, seguramente la parroquia que más se exige desde el vicio adquirido del victimismo, de las chanzas sobre lo que puede y debe salir mal y desde el mito del "Pupas", creando un gigante monstruoso con pies de barro y zapatos de tacón.
El fútbol español necesita un Atlético de Madrid poderoso, pero antes que todo el Atlético de Madrid necesita saber cómo volver a serlo. Cuando el club mira hacia atrás, repasa una historia brillante que le produce vértigo, si mira hacia adelante sueña con un futuro al que no sabe cómo aproximarse, y cuando mira a los lados, encuentra a un rival ciudadano que devora títulos casi sin apetito y que le vence una y otra vez con una mueca de sarcástica piedad. Sólo le queda, pues, mirar hacia dentro, y descubrir, como en el caso del Valencia, los valores que un día le prepararon un asiento entre los mejores. Como suele decirse, hay veces que estas misiones son como buscar un gato negro en una habitación a oscuras ... en la que no hay ningún gato; lo más preocupante es que todavía hay quien grita "Lo encontré!".
Valga todo esto como claro ejemplo de no saber manejar los tiempos.


"Malgasté mi tiempo y ahora el tiempo me malgasta a mí", se lamentaba Shakespeare, en una frase que encierra tanta enseñanza para unos como temor para otros, pues demuestra que nuestra vida es elástica y que el éxito termina dependiendo del manejo de una dimensión que no conoce rectificación ni vuelta de hoja. Si el tiempo no es más que el espacio entre nuestros recuerdos, uno comienza a entender por qué algunos parecen tan desmemoriados ...
Nine Days- If I Am
Fotos: EFE

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viernes, abril 11, 2008

Los amos del calabozo.

Alguna vez hemos hablado de cuál es la debilidad reverencial en algunos lugares, lo que demuestra ante quién se descubre un mundo cuando sabe que todos le miran: en España adoramos al futbolista como personaje protagonista de un drama tornado en reality show; todo gira en torno a unos ídolos de cera que imaginamos vestidos de corto hasta cuando se meten en la cama. En Argentina, el centro de todo es la pelota como símbolo del azar y la espiral eterna que son el fútbol, la bola del mundo que todos anhelan dominar. Y en Inglaterra, el juego y el espectáculo se postran ante el aficionado, pues toda la estructura y la competición se organiza desde la convicción de que el negocio (premisa material) y los colores (premisa romántica) son de la gente; rehenes emocionales de un juego primitivo y vulgar, guardianes celosos de unos valores que ellos mismos exportaron. Ya lo tenemos claro: puestos a hacer reverencias, los ingleses son los más distinguidos.

La Premier League es, de un tiempo a esta parte, la competición nacional más valiosa del mundo, y para quien no resulten convincentes las cuestiones de estilo, allá van un par de evidencias: tres de los cuatro semifinalistas de la Copa de Europa son ingleses, viviremos la cuarta final consecutiva con, al menos, un representante de la Premier. Así que parece que contamos con un argumento más que tranquiliza a los que prefieren análisis simplistas para aleccionarnos mejor: parece que también los campeonatos en conjunto respetan la teoría de los ciclos. Tras la hegemonía española en el cambio de siglo (el renacer del gigante blanco, la final española en París, las dos gestas inacabadas del Valencia) y una tímida reacción italiana (con el glorioso 2003 y aquel estupendo Milan que se ahogó una mala noche en Riazor), ahora son los ingleses los que marcan el paso en la Europa futbolística.


La globalización y la apertura universal de las sociedades (y con ellas, de la mano, el fútbol) que marca nuestro tiempo es, entre otras muchas cosas, un proceso que difumina identidades y matiza convicciones: el mestizaje cultural nos abre la mente y nos cierra los ojos.
Cuando esta nueva realidad llega al fútbol, cualquiera puede jugar donde quiera y quien quiera puede contar con cualquiera, la mejor de las noticias para los gurús de las finanzas y el espectáculo y una advertencia para todos aquellos que juegan por una ideología.


Los ingleses han sido peculiares incluso para gestionar la obligada mundialización de su fútbol, atrayendo capital y talento extranjero y poniéndolo al servicio de la forma más antigua de entender este juego. No se han desnaturalizado ni han consentido que su invento se convierta en algo exótico ante sus propias narices, sino que han perfeccionado la apuesta enseñando a los de fuera tanto como han aprendido de ellos. ¿Cómo lo han hecho? Mostrando un inquebrantable orgullo de condición y una tradición cultural mostrada en la puerta de entrada a modo de contrato de adhesión: "éstos son nuestros principios y ésta es nuestra atmósfera; ahora enséñanos lo que sabes hacer ..." Claro que todo se complica cuando uno no sabe exactamente de qué sentirse orgulloso.


No nos resistimos a ser suspicaces con los ingleses porque se salen de la fila, no quisieron el euro, viven en su splendid isolation y conducen por la izquierda. Tal vez muchos no sepan que históricamente, el hombre comenzó a guiar a sus primeros caballos y vehículos por la izquierda, por un motivo sencillo de comprender: se prefería dejar pasar por la derecha a quien venía de frente por si había que echar mano de la espada u otra arma ... Lo que era una costumbre de varios siglos se modificó en buena parte de Europa por la proliferación de los carruajes y, sobre todo, por obra de Napoleón, quien extendió allá por donde pudo la obligación de circular por la derecha para diferenciarse de sus enemigos los británicos.
A veces, rechazamos por excéntrico a quien no es más que un centinela de antiguas tradiciones ...
Pulp-Common People
Fotos: Reuters

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miércoles, abril 02, 2008

Por una torta de uvas.

Es sencillo trazar el cordón que une al fútbol y la religión más allá del opio del pueblo, aunque sólo sea por el ejercicio de fe y de identificación simbólica e irracional con una institución humana y sus creencias. Lo que no resulta tan fácil es sostener que sea falso que a la mujer no se le haya permitido desempeñar el papel que merece en nuestros lugares privados de culto, aunque algunos lo intentamos: lo que no nos hemos permitido es el lujo de reconocerlo.
Los románticos soñamos despiertos con una ginecocracia en la que la pureza de espíritu y la belleza objetiva sean virtudes consentidas. El problema del romanticismo es que, al abrir los ojos, choca con la realidad, y sólo la certeza de poder cambiarla con la fantasía lo mantiene con vida. Tal vez por eso (capacidad para admirar, soñar, tener fantasías) siempre hay algo que lo protege ... Tal vez por eso, Dios encarga en el libro de Oseas al profeta que compre una mujer adúltera y prostituta, la ame y le prometa estar con ella por siempre "como ama el Señor a los hijos de Israel aunque ellos se vuelvan a otros dioses y gusten de las tortas de uvas pasas", en un poco disimulado intento de conceder a los soñadores una nueva oportunidad.
La torta de uvas se utilizaba como ofrenda de sacrificio idolátrico por algunas gentes, y se dice que representa el abandono de los valores porque las utilizaban como reclamo las prostitutas a las puertas de las ciudades en aquel tiempo.


El fútbol, que ocupa el lugar de un dios en el culto pagano, es también consciente de que sólo los ideales románticos son capaces de mantener vivo su espíritu en el corazón de la gente, sin dejar de ser un juego mientras las masas inundan el espectáculo y desvirtúan su mito. Así que concede una oportunidad de salvación tras otra a quien mejor lo juega, perdonando sus pecados sin necesidad de salvación. Con el Barça, se le está empezando a agotar la paciencia.


Desde que decidió premiar con la gloria a quienes jugaban con la pelota antes que a los que lo hacían con el detalle no ha sufrido más que decepciones. El fútbol confió en el espíritu libre de los creadores de juego y este grupo lo ha traicionado, perdido en un mundo de ostentación y guerra de celos; el referente del esfuerzo, el hambre y la dedicación cambió por el esparcimiento, los derechos sobre los deberes y el mínimo esfuerzo como seña de identidad de quienes, convencidos de su propia brillantez, consideran una pérdida de tiempo tratar de merecer algo que consideran suyo contemplándose el ombligo. El entrenador pensó en la mano dura una vez y se dio cuenta de los beneficios de la serenidad y en ésas sigue ahora, cuando la autogestión no sirve si el aire está viciado y ya no tiene sentido endurecer la mano.



El ciclo del Barcelona que asombró a todos nació con un audaz grupo de jóvenes yuppies trabajando bajo la cortina de la sonrisa de un personaje diferente. Unos en el despacho y el otro en el campo lograron acercar el romanticismo a la razón: acercar fantasía y realidad sólo con devolver la ilusión. Por eso el fútbol, siguiendo el ejemplo de Dios con Oseas, ha enviado varias misiones de salvamento: ha vulgarizado a sus rivales (Real Madrid, Valencia, Sevilla, Atlético de Madrid), ha encargado a la fortuna alguna aparición estelar y hasta lo ha seducido con un contrato un poco más millonario cada año. Todo para nada.



A Ronaldinho se le ha corrido el maquillaje de tanto sumergirse en un mundo irreal, donde el fútbol también se conjuga en pasado y uno no está sujeto a obligaciones si llega a ser como Ronaldinho. Ya no hay sonrisa ni samba ni algría, no hay esperanza sin cambio traumático para todos, no se han querido escuchar los consejos (http://piterino.blogspot.com/2007/07/el-sombrerero.html), aislado en una cinta para el pelo y enormes auriculares. El fútbol es compasivo pero también implacable, sobre todo con quienes engañan las fantasías con pequeños bocados de realidad, tunantes embusteros que exigen respeto con una mirada de cartón, golosos de tortas de uvas que nos vuelven a abandonar a nuestra suerte.
R.E.M.- Losing my Religion
Fotos: Marca, Deportista Digital

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