miércoles, marzo 19, 2008

Fraude de ley.


No hay duda de que nuestra vida cotidiana vive un proceso de juridificación profundo, también en sus ámbitos más simples. Nos inundan las normas y ordenamientos solapados incluso para bajar la basura y cualquier grupo de personas que se aúnan para algo dicta resoluciones con fuerza vinculante. No tengo claro si es que se desconfía tanto del Derecho que sentimos la necesidad de organizarnos a sus espaldas, o que lo admiramos tanto que sentimos la necesidad de que todo lo que hacemos se parezca a él.
El fútbol, siempre a la vanguardia de cualquier tendencia humana, está en las mismas, dirigido por siglas rimbombantes (reglamento de la RFEF, estatutos de la LFP, decisiones del CEDD, ...) e incluso enfrentado al propio Gobierno y a la Jurisdicción ordinaria. Todo esto se ubica en algún lugar a medio camino entre el mal necesario y el progreso prescindible. No se trata de desterrar todo orden y toda norma, pues no queremos un juego más asilvestrado de lo que ya es, pero decía Baltasar Gracián que las leyes inútiles debilitan a las necesarias, y creo que se trata de una sabia enseñanza. Porque además la primera conclusión que se me ocurre es que, cuantas más normas existen, con menos normalidad se resuelven los problemas y hemos tenido dos claros ejemplos en nuestro fútbol esta semana.


El fin de semana, un troglodita lanzó una botella al rostro de Armando en el campo del Betis, poniendo en peligro su retina y lo que le queda de carrera. El árbitro suspendió el partido y Competición tenía al menos tres normativas disponibles para resolver la cuestión, que es casi tanto como decir que podía decidir lo que le viniera en gana: el reglamento federativo, la nueva Ley del Deporte de 2007 y la llamada "jurisprudencia" de la UEFA. El cierre del campo era una consecuencia sin remedio para el Betis porque soportan la carga de la reincidencia (no ya en el salvajismo, sino en la buena puntería), pero la decisión de dar por terminado el partido puede servir desde "zona cero" (Segurola dixit) a partir de la que edificar un nuevo panorama para los actos violentos hasta un punto sin retorno que dará lugar a situaciones de injusticia.
En cualquier caso, la solución al problema plantea no pocas dudas: qué resultado ponemos si el Athletic fuera perdiendo, cuál si la botella alcanza al árbitro, tener claro si penalizamos el comportamiento violento de lanzar objetos, el buen tino en el gamberrismo o las dos cosas a la vez, ...
Al final, del episodio salimos todos defraudados porque no tenemos seguridad física en un campo de fútbol ni tampoco seguridad jurídica cuando se plantea un conflicto en él.


Días después, en las semifinales de Copa, un jugador del Racing cae al suelo dolorido. El Getafe continúa la jugada que desemboca en el gol definitivo para la eliminatoria y toda una ciudad vuelca su ira disfrazando de exigencia ética el llanto y la impotencia ante una oportunidad histórica. Resulta que el reglamento estipula que el árbitro será el encargado de detener el partido si juzga que un jugador está gravemente lesionado, mientras que si considera que sólo lo está levemente, esperará hasta que el balón no esté en juego. Como no tenemos suficiente con el conglomerado jurídico, introduzcamos también las normas consuetudinarias, elevando a rango de ley la costumbre de tirar la pelota fuera cada vez que un futbolista queda en el suelo.
Detener el partido no deja de ser un fraude al espectador y al propio juego, asumible en situaciones de infracción o fuerza mayor pero inaceptable como costumbre impuesta.
Sólo faltaba que el fútbol nos pretenda hacer creer que se rige por las normas de la deportividad y la buena educación, cuando entre todos lo hemos convertido en el colectivo menos deportivo y peor educado que uno imagina, defectos imprescindibles si se trata de ser modernamente competitivo. Sólo faltaba ...
Guns n' Roses- Live and Let Die
Foto: www.athletic-club.net

jueves, marzo 13, 2008

El minuto de la vergüenza.


Si del Athletic dependiera, al fútbol lo seguirían moviendo los mismos impulsos que cuando nació, porque la historia se habría escrito con otros renglones. Como no es más que un puñado de románticos empedernidos que disfrutan apegados a su terruño, su voluntad no tiene importancia y se busca la vida deambulando por un mundo que cambia a velocidad de vértigo, aceptando las nuevas reglas del juego. Ese nuevo mundo y esas nuevas reglas conducen a todos los análisis a concluir que el amor a un terruño se acabará de tanto usarlo, pero ahí sigue el Athletic, inasequible a la evidencia.
Ser diferente se paga con la desconfianza, y si además miras a la cara a los demás orgulloso de ser tú mismo corres serio riesgo de que te la partan. Sea como fuere, hay muchos que esperan al Athletic con las plumas cargadas y la mala baba relamida, y el episodio del minuto de silencio ha sido la señal de ataque. Lo decían en El Correo: Ahí nos quieren; ahí nos tienen. No se me ocurre mayor pobreza de argumentos que el radicalismo: ahí encontramos a todos los que quieren ser alguien o defender algo sin tener ni idea. Quien desee apuntar, que apunte.

La nueva Directiva del Athletic decidió, con loable intención, que San Mamés guardase silencio por primera vez ante un asesinato. ¿Una muestra de dignidad o una invitación lacrada al escándalo? Posiblemente, las dos cosas, pero estoy convencido de que uno no puede dejar de ser digno sólo para evitar males mayores así que al menos hemos demostrado a todos la fuerza de nuestra institución.

"El Athletic no guarda silencio ante el terrorismo", "San Mamés boicotea el silencio frente a ETA". Son titulares pronunciados en alguno de los medios más importantes del país. ¿Alguien toleraría semejante ofensa a unos valores y a tantos miles de personas? Qué vergüenza.

Lo dije una vez y tengo la costumbre (no sé si defectuosa o no) de repetirme:http://piterino.blogspot.com/2007/12/sonidos-destiempo.html .

Bajo mi punto de vista, sólo se deberían guardar minutos de silencio por cuestiones que atañen estrictamente al fútbol. Pero esta opinión no me impide sentir vergüenza, propia y ajena, por el comportamiento de las decenas de cenutrios que pueblan el Fondo Norte de San Mamés. No son más que indeseables, indignos del lugar que habitan y los colores que visten, el máximo exponente de la idiocia que lleva a tantos borregos a obedecer a unos pocos maleantes. Nada nos identifica a su lado, pero consiguen ser el talón de Aquiles de nuestra honra colectiva.


Tantas veces hemos repetido que el fútbol no es sino un espejo deformante de la vida que algunos sólo miran el cristal. En una sociedad como la vasca, dividida de raíz y con la conciencia mutilada por el miedo, el Athletic es un punto de encuentro reconfortante. Donde se discute qué bandera poner, qué idioma hablar y, aunque parezca mentira, incluso quién teme o no por su vida, saber que todos quieren hacer lo mismo con una pelota es extrañamente alentador porque mantiene viva la esperanza de que todos puedan unirse felizmente en paz.

Se preguntaba Patxi Alonso si el Athletic debía preservar su carácter de lugar de reunión de todos los vascos o era mayor el deber de proclamar su dignidad frente al terror. El verdadero drama es que se vea en la necesidad de elegir porque otros lo consideran así. Es muy sencillo exigir valentía protegidos por la distancia y el anonimato.


El Athletic es un club íntegro, en el que juegan y trabajan muchas personas íntegras y donde depositan parte de sus ilusiones y algunos de sus sentimientos cientos de miles de almas íntegras. Y quien diga lo contrario soportará la cruz de la estupidez, la de ese mundo sin sentido ni valores donde se jalea a criminales y los minutos duran ocho segundos.

Green Day- Boulevard of Broken Dreams.

Foto: EFE

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viernes, marzo 07, 2008

Blanco nuclear.

La cadena de estrategia que une al poder político, el general y los soldados de arriba a abajo ha sido, históricamente, un factor clave para los imperios. Allí donde uno pueda imaginar un tablero y el triunfo consista en pequeñas victorias sucesivas, tener una idea y contar con los elementos para llevarla a cabo es el camino más corto para ello.
En el siglo III a. de C., la guerra de los mercenarios, que culminó con el sometimiento por Roma de los insubros, desveló a Cartago que debía expansionar sus dominios. Aníbal conquistó el norte de África y la Península Ibérica, y se aprestó, tras pactar con los galos, a atacar Italia con todo el peso de su poderoso ejército. Una vez atravesó los Apeninos (donde perdió un ojo), Roma fue consciente de la situación de emergencia, y nombró dictador a Q. Fabio Máximo, cuya estrategia de evitar los grandes enfrentamientos y dificultar el aprovisionamiento de las tropas cartaginesas dio pronto sus frutos. Pero los jóvenes y enardecidos senadores romanos no compartían esta idea dilatoria y no volvieron a elegir a Q. Fabio dictador al año siguiente. Aníbal empezó a masacrar a las tropas de Roma, que lo intentó todo (enterrar vivos a dos galos y dos griegos en el Foro Boario, sacrificar a dos vestales acusadas de estupro, ...) antes de retomar la estrategia de Q. Fabio: evitar los grandes duelos y prolongar la guerra, lo que desmoralizaría a los hombres de Aníbal, mercenarios en su gran mayoría, quienes ante la falta de botines inmediatos empezarían a desertar.


Aun a riesgo de resultar repetitivo, se percibe de nuevo la sencilla analogía del Real Madrid con el imperio romano. Tras el ocaso de los dioses, confió la suerte de sus incursiones deportivas a dos entrenadores que, a grandes rasgos, tenían mucho en común: entendían el juego de ataque a partir del robo y armado instintivo de la transición, entendían la comodidad en el campo teniendo la pelota el equipo contrario. Luxemburgo y Fabio Capello no imaginan la burla y distracción que precede cualquier acción de ataque haciendo circular el balón hasta el momento preciso, sino replegándose y pareciendo un equipo del montón. La idea, como cualquier otra, es válida, pero la falta de coherencia la ha desvirtuado.


Primero, porque se intentaba jugar así con cinco futbolistas sin ojos en el cogote y que sólo sabían pedir la pelota al pie; y después, porque se sustituyó al segundo general en jefe por otro, con la misión de cambiar de idea, pero armándole con soldados que dominan mejor la transición que la posesión, la aparición que la estancia, la sorpresa salvaje que la paciente seducción.


En verdad, este cambio de idea parece impuesto desde fuera: esa nebulosa de intereses e imposturas que nos impiden ver al Real Madrid como un club normal y corriente. De ahí cuelgan quienes medran con la información (el Madrid es tan grande que a cualquier detalle se le llama noticia), quienes presumen de lo que no son (el Madrid ha ganado tanto que se le pegan aficionados de quita y pon, poco proclives a sufrir) y quienes disfrutan careciendo de pasión (el Madrid da tanto juego que algunos imaginaban ya un pasillo deshonroso del eterno rival en enero).


Si rascamos todo eso con la uña, nos encontraremos el corazón de un equipo como cualquier otro, personas convencidas de unos valores y una historia, que exigen mucho porque siempre han dado más y tienen la suerte de estar acostumbrados a la victoria y a no poder recordar todos los títulos que han celebrado. Me hace gracia la confusión de todo esto con prepotencia: la potencia se supone de antemano siempre que uno es grande en competición.


Imaginemos un equipo que no acepta ser segundo, en el que los árboles del ruido mediático no dejan ver el bosque del respeto a un historial; que sólo ha vivido una alegría poco valorada en cuatro años y se siente un poco más lejos de las élites que hasta hace poco dominó; un equipo que, en la derrota, siente sus rasgos desvalidos porque a nadie parece interesarle que existan: los laureles del siglo, el compromiso con el esfuerzo, la brillantez indiscutible, las mocitas madrileñas, la máxima exigencia, el blanco impoluto. Pongamos que hablo del Madrid.
Maná- En el Muelle de San Blas
Fotos: www.elmundo.es, Marca

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