miércoles, febrero 20, 2008

El viejo fundador.

Las narraciones y contranarraciones míticas en torno al origen de Roma tenían como fin colocarla por encima de sus vecinas y proporcionarle unas raíces divinas, de manera que ni en el curso ni en el discurso pudiera ser igualada por sus competidoras.
Las leyendas fundacionales más "fidedignas" cuentan cómo los gemelos Rómulo y Remo, tras los duros avatares del inicio de sus vidas, decidieron fundar su propia ciudad, y eligieron para ello la zona donde habían sido salvados por la famosa loba. Pero no se pusieron de acuerdo sobre el lugar exacto, así que acudieron al arbitraje de los dioses. Rómulo subió a la colina del Palatino y Remo al Aventino, y ambos esperaron una señal divina. Remo divisó una bandada de seis buitres, y acto seguido Rómulo otra, pero de doce. Rómulo consideró que la voluntad de los dioses era clara y trazó en la colina del Palatino el surco que delimitaba el recinto sagrado de la ciudad con un arado tirado por bueyes. Luego se proclamaría rey de Roma y su nombre y figura quedarían para siempre unidos a los orígenes de un imperio sin igual.


Pocas cosas laten en nuestros días con tanta fuerza gracias a los mitos y leyendas y a los grandes relatos como la realista ficción del fútbol, donde nada parece lo que es y todos simulan que lo saben. El fútbol es una patria rectangular en la que reina el presente, imparte justicia una pelota y las fronteras están dibujadas con cal. A sus ciudadanos todos les dicen que siempre tienen la razón, pero pocas veces se les hace caso y los gobernantes, elegidos por el dinero que arriesgan, seleccionan al ejército que defenderá un estandarte y unos colores en el campo de batalla.
Las más encarnizadas de las luchas siempre enfrentan ideas, formas de entender la sociedad, a fin de cuentas, maneras de vivir.


El ideario nacional de un equipo de fútbol se forja con el tiempo, se asume por todos y se defiende en un juego capaz de reunir los sentimientos de paz y los impulsos de guerra. Ese juego es cultura, porque cada uno defiende su manera de vivir, la opone a las de los demás y coloca en medio una pelota a ver qué pasa.


Don Alfredo di Stéfano cruzó el charco hace medio siglo (cuando el charco verdaderamente separaba mundos) para hacer realidad los sueños de Bernabéu: dibujar un torneo de clubes en toda Europa y colorearlo de blanco con un equipo campeón. Sólo le faltaba la identidad emocional, y Don Alfredo trazó en la colina de Chamartín el recinto sagrado del madridismo: la camiseta blanca como distintivo, el carácter ganador como seña, el orgullo y la entrega como ruta inevitable. Di Stéfano nacionalizó el sentido común y la inercia ganadora como rasgos que todos reconocían al Real Madrid que, desde entonces, cambió su historia y extendió su imperio en todo el subconsciente de la Europa competitiva.



El equipo más grande que conoce el fútbol tiene en este anciano sabio y pícaro, que reparte bastonazos a quienes se aproximan al Real Madrid por los placeres de la carne, la mirada y el espíritu que un día los hizo grandes para siempre. La patria blanca le debe todo, el mundo del fútbol le ha rendido el homenaje más merecido que se pueda imaginar.



Oasis- Wonderwall

Fotos: EFE, http://www.as.com/

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martes, febrero 12, 2008

Por un futuro mejor.


Se ha escrito que en un partido de la Copa de África cabe, a la vez, todo el fútbol que uno pueda imaginar, y no puedo estar más de acuerdo. Muy posiblemente, en esos contrastes y en esa peculiar diversidad resida buena parte del encanto que desprende el torneo.
Futbolistas de primer nivel mundial (Drogba, Essien, Etoo, Kanoutè, ...) compiten entre errores impensables y porteros de circo; decenas de millones de euros de valor futbolístico real corretean en campos sin las mínimas medidas de seguridad y con un césped tan largo que podría alimentar a varios rebaños de vacas; dictadores y reyezuelos presiden palcos bautizados por la santería y magia negra de los brujos africanos mientras, a sus pies, la más cruda realidad lucha por sobrevivir; representantes de clubes millonarios y marcas multinacionales atraviesan, enfundados en trajes de seda y con escolta, poblados de hambruna y miseria rumbo a los estadios. Cuando el mundo de la prosperidad se sitúa entre tanta barbaridad, a todos se nos revuelve la conciencia.


Conviene no engañarse: África ha celebrado su gran fiesta del juego y la alegría mientras en Europa se lamentaban las largas ausencias o el riesgo de lesiones. Nadie se ha preocupado del fútbol africano en realidad, de su derecho a disfrutar de la lucha por dominar el Continente Negro y a sentirse protagonistas una vez cada dos años, de la vía de escape y elemento de unidad que supone este juego en un mundo con tantos problemas. Tal vez porque a nadie le interese que, en medio de la cruenta guerra civil que sigue desangrando Costa de Marfil, sólo la petición de Drogba de una tregua de dos horas para que el pueblo pudiera vivir tranquilamente el partido logró un alto el fuego, y sólo la celebración del pase a la final de hace dos años unió a todas las etnias por unos días, antes de volver a perder el juicio y retomar los fusiles para matarse entre sí. Quién sabe: si todos los días tuvieran motivos así para unirse, tal vez descubrirían el estallido de la paz.


África también ha vivido, en el campo, una lucha de estilos: la final enfrentó al fútbol físico, anárquico, atlético, de pura fuerza y quilates sin pulir de talento de los países subsaharianos con el juego más pausado, más equilibrado de los norteafricanos, histórica (y futbolísticamente) más expuestos a los influjos europeos. El triunfo de Egipto demuestra que las virtudes de la colocación, el orden y el trabajo táctico sin indispensables para competir en cualquier rincón del mundo.


Sigo convencido de que el futuro del fútbol puede ser negro (en el sentido racial de la palabra), pese a que la pretendida explosión del continente africano se venga profetizando desde hace tres décadas. Dijo una vez un ministro sudanés, respecto de los países del mundo desarrollado que "ellos tienen los relojes, pero nosotros tenemos el tiempo". Si se dedican a aprovecharlo, en vez de intentar fabricar ellos también joyas, aprenderán todos que no siempre se puede satisfacer el gusto por la aventura y la libertad que da el caos. La prudencia y el orden les llevarán a dominar esa pequeña gran parte del mundo que es un balón. Tiempo al tiempo.
Nelly Furtado- Say it Right
Foto: EFE

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miércoles, febrero 06, 2008

Cuando el tiempo se detuvo.

6 de febrero de 1958. 15:04 horas. Aeropuerto de Munich. El vuelo 609 de la British European Airways intenta despegar en medio de un temporal de frío. Las condiciones no son buenas y se pospone. El avión transporta al Manchester United y hace escala en Alemania procedente de Belgrado, donde los “Busby Babes” habían eliminado al Estrella Roja de la Copa de Europa. El segundo intento también es en vano. La expedición, como no podía ser de otra forma, se lo toma con fino humor británico y bromean sobre cómo se tomarán sus mujeres el obligado cambio de planes. Habría que dormir en la fría Munich e incluso algunos envían un telegrama a sus familias para comunicarlo. Pero el club tenía interés en aterrizar esa tarde en Inglaterra pues tenían partido de liga dos días después, así que el capitán James Thain intentó el despegue por tercera vez. Detrás, los expedicionarios ingleses comparten deseos de futuro y ansias de presente mientras el frío hace temblar sus rodillas y la ilusión por llegar a casa les dibuja una sonrisa. Ninguno podía imaginar que el aparato no conseguiría la altura necesaria y se estrellaría en una nube de humo y fuego, segando la vida de veintitrés personas (ocho de ellos futbolistas), dejando herido de muerte al gran Duncan Edwards y calcinando los sueños de un grupo de jóvenes futbolistas y de media Inglaterra.

Hace cincuenta años, un accidente de avión heló la sangre a Europa y convenció al fútbol de su fuerza: había hecho pecar a Dios, quien, presa del egoísmo, se había llevado al cielo a un maravilloso equipo sin importarle que el curso de la historia cambiara para siempre. Pero como sabemos que aprieta pero nunca ahoga, nos dejó a cambio a Sir Matt Busby, para que en poco tiempo reconstruyera las señas de identidad del Manchester United, y a Sir Bobby Charlton, de quien su hermano decía que no volvió a sonreír desde aquel día, para que todos recordemos la personalidad de aquel equipo sobre el campo.

Como Inglaterra es un país que sólo declina ante las tradiciones y los símbolos, aquel drama se convirtió en duelo nacional y todo el país respeta hoy el luto del Manchester United, respirando hondo ante su escudo en memoria de Geoff Bent, Roger Byrne, Eddie Colman, Duncan Edwards, Mark Jones, David Pegg, Tommy Taylor, Liam Whelan y las quince vidas que también se fueron con ellos. Hay relojes en Manchester que no han sido capaces de marcar un solo segundo más desde entonces.
Esto nos obliga a pensar un poco en nosotros como sociedad, como grupo humano unido en torno a una cultura (o a varias, cada vez más). En España, ante una tragedia de tales dimensiones, habría personas capaces de unirse en el recuerdo y el dolor, pero las habría también que crearían varios bandos desde los que discutir y enfrentarse por si aquellos jugadores merecerían una u otra condecoración o incluso si el piloto había bebido o no, según los rumores.

El Señor nunca saldará su deuda con el Manchester United, pero para tranquilizar su conciencia convirtió en mágicos dos minutos de una noche de mayo en Barcelona, en 1998 … Los arcángeles reforzaron a su equipo con ocho ingleses sonrientes e ilusionados, y cuentan las crónicas que no han perdido ni un partido en el cielo desde hace cincuenta años. Cada noche, bajan entre nosotros y se cuelan en Old Trafford para, en su eterna vigilia, cuidar de los Sueños de los fieles llorando en un Teatro de hierba.
Queen- Who Wants to Live Forever
Fotos: www.munich58.co.uk, EFE

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viernes, febrero 01, 2008

150 posts con pena y sin gloria.

Llego al post número 150, y como cada cifra redonda, he decidido "conmemorarlo" recordando un post antiguo, alguno de los que más gustaron. He escogido uno que procede reseñar con la eliminación de la Copa aún caliente, con la última herida con vocación de cicatriz aún sin cerrar, y he añadido un pequeño prólogo en cursiva. Gracias a todos por estar ahí, cuando el blog iba bien, cuando escribía mucho, y cuando las cosas iban peor y escribía menos y sin demasiado corazón. Gracias.



Nada les distingue en apariencia. Se mueven entre los demás como cualquier otro, sin el menor atisbo emocional, como tantos y tantos que se pierden en la muchedumbre sin levantar sospechas, confundidos entre lo inmenso de la cotidianidad.
Pero están llorando por dentro: la carne y los huesos camuflan una fosa común de ilusiones muertas. Viven de lo que creen, pero no pueden creer lo que ven, herederos de una leyenda única que se derrama por el sumidero de los sueños rotos.
Si los quieren reconocer, suelen pintarse las mejillas de blanco y rojo una vez por semana para colorear sus lágrimas, porque han escuchado que la cara es el espejo del alma ...


"EL ATHLETIC Y LA LOCURA" (publicado el 22 de marzo de 2007)


Leí una vez la historia de Istvan Nagy, un humilde pianista que en los años veinte sufrió una repentina enajenación mental después de inerpretar cincuenta tardes seguidas la Sinfonía en Si menor de Schubert, como si de pronto el cerebro se rebelara ante el abuso de dedos inconscientes, rutina melódica y teclas inertes. La contaba García de Cortázar, un catedrático de Historia. No es difícil imaginar el drama de Nagy. En la época del cine mudo, el humilde maestro sentado en la anónima oscuridad acompaña movimientos pendulares con sombras de armonía. Los ojos clavados en las teclas, adivina lo que ocurre en pantalla sin verlo: sabe de antemano, por ejemplo, que el héroe reaparece en escena al final del tercer acto tras una ausencia de acto y medio. Un cierto día empezó Istvan a soñar que el héroe pudiera aparecer antes en pantalla, y entonces lanzarse con un vals de Shostakovich en lugar de la sinfonía en Si menor de Schubert. Pero espera en vano un día, y otro, y otro, y así hasta que enloquece de aburrimiento: la película resultaba.


La historia me recordó al instante a los muchos que repiten sin cesar, desde un día cierto, que en el Athletic las cosas no funcionan bien, que los puestos de responsabilidad frecuentan inquilinos irresponsables y que el añejo navío ha entrado en un remolino autodestructivo del que cada vez es más difícil escapar, como en una espiral de vicios, vanidades, defectos y egos enfrentados.En estos casos, los indicios son reveladores: demasiadas gestiones erróneas, demasiados ilusos que no quieren saber que las fotos en blanco y negro no juegan el domingo, todo lo que no es fútbol dando más que hablar que el propio fútbol (Gurpegui, Zubiaurre, nuevo campo).



No hay ningún club en el mundo que represente a un pueblo como lo hace el Athletic; por ese pueblo juega, con ese pueblo vive en comunión, a ese pueblo se aferra en centenaria tradición elevada a digna filosofía. El fútbol de siempre, la esencia de la lucha, la sal de la tierra batiéndose en la arena. Esto es el Athletic, y esto ha sido siempre, no busquemos más.Ahora que la realidad es más dura que la épica, sólo hay dos opciones: o nos empeñamos en que la filosofía se coma a la Historia, o la Historia se come a la filosofía, porque el curso de los acontecimientos nos ha demostrado que somos presa fácil del apetito globalizado.


Si dejamos que la Historia nos engulla, nos espera a la vuelta de la esquina la vulgaridad. Dejaremos de ser el Athletic y seremos otra cosa. Pero si de verdad estamos dispuestos a resistir, algo muy importante falla. En los momentos de crisis, siempre es buen síntoma mantenerse apegado a lo que uno es, a lo que uno quiere y a lo que uno representa. Los cambios traumáticos es mejor dejarlos para cuando pase el trauma colectivo.El tiempo pasa, las notas se repiten, y existe la penosa sensación de que el héroe no va a aparecer de nuevo en escena hasta el final del tercer acto. Si nada lo remedia, los manicomios se pueden llenar de locos vestidos de rojo y blanco ...

Duncan Dhu- En algún lugar
Fotos: El Correo

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