lunes, julio 30, 2007

Fútbol en medio de la guerra.


Irak se proclamó ayer campeona de la Copa de Asia ganando por uno a cero a Arabia Saudí en la final. El tema exige un análisis que vaya un poco más allá del puramente futbolístico, porque lo cierto es que es todo un hito para el fútbol iraquí y toda una sorpresa en el continente asiático. Así que dejaremos a un lado al inesperado equipo campeón, sus históricas victorias como el día ante Australia o la evolución de Akram, El Hamd o Younis Mahmoud.

A pesar de repetirse, no deja de sorprender la fuerza de este juego, que irrumpe sin pensárselo donde nada ni nadie se siente capaz. Un torneo de fútbol ha llevado a un país destrozado a un baño de gloria, olvidando por unas horas los baños de sangre a los que están acostumbrados; lo ha sacado de la crónica de sucesos para darle relevancia en la jubilosa información deportiva internacional; le ha dado un motivo para la esperanza en medio de la desesperante situación que vive.

Cincuenta personas murieron celebrando el pase a la final, y escribo sin saber ni querer imaginar cuántos lo harán festejando el título. Allí donde la muerte ha perdido su individualidad y la vida su valor y su sentido, el fútbol es motivo de alegría y de perder el miedo a reunirse en mitad de una calle. En un lugar donde unos mueren en nombre de no sé qué dios, matando a quienes viven su religión de otra forma y a quienes allí han acudido en nombre de no sé qué principios, en ese lugar, sólo el fútbol ha servido como excusa para ser felices por un tiempo.
Lo que no han conseguido la diplomacia ni la democracia, la guerra ni la dictadura, los soldados ni las elecciones, lo ha logrado el fútbol: la selección, integrada por sunníes, chiíes y kurdos, aglutina y representa a todo un país y deja en paños menores a la religión exacerbada, la integridad racial o las convicciones políticas como factores de cohesión. Y además no se le ocurre excluir a nadie.

Mientras unos sigan considerando al fútbol como un mero juego que ha derivado en negocio y espectáculo de masas y otros desconfíen de él por creerlo extramuros de la cultura, no serán conscientes de la imparable fuerza que le acompaña.
Valdano y Benedetti coincidían en señalar que lo mejor del fútbol son los futbolistas por su origen común y por ser guardianes de una cultura muy particular. El fútbol, con sus guardianes a cuestas, ha mostrado un camino que no vio ni el más fino de los analistas geopolíticos. Lástima que nadie vaya a interpretarlo, ni mucho menos aprovecharlo.
Foto: Getty Images

Etiquetas:

lunes, julio 23, 2007

La excusa extraterrestre.



Cuando un juego arrincona el talento, los signos suelen ser preocupantes: el enganche se confina a una banda, el extremo en peligro de extinción, Brasil gana la Copa de América sin balón y con “trivote”, … Ante tanto intento cuerdo de racionalizar una locura, siempre es de agradecer que aparezcan dementes rebelándose contra el orden establecido y evocando el lado salvaje del fútbol. Y uno no recuerda un talento más rebelde y salvaje que Messi en muchísimo tiempo.

Messi sólo piensa en la pelota, sólo se relaciona con ella, y eso es un soplo de aire fresco en la trigonometría agobiante de nuestro fútbol. Sortea rivales conforme le salen al paso, maravillosamente confiado en que la jugada se le aclarará. Y se le aclara. Mide los tiempos entre su pie, el balón y el rival como nadie: es una bomba de relojería artesanal, precisa e infalible. Arranca, acelera y frena en décimas de segundo, con la pelota cosida al filo de la bota; el tiempo es oro, y además Messi reluce. Con la pelota metida siempre en la cabeza y el oponente a sus pies, Messi invierte la lógica del tiempo y define el ánimo de los escépticos. Y, como queriendo escapar a su propio destino, al fútbol se le ha ocurrido hacer crecer a Lio en este Barça. Es la mejor manera que ha encontrado de que a un talento así le lluevan los elogios desde el principio.

Recuerdo haber leído a Carl Sagan, uno de los más afamados investigadores en el campo de la ufología, decir lo siguiente: “ A veces pienso que hay vida en otros planetas y a veces pienso que no. En cualquiera de los dos casos, la conclusión es asombrosa.” Sabiendo como sabemos que los genios suelen distinguirse por sus manías, por ser obsesivos y cuadriculados, empiezo a tener claro que Messi, harto como todos de la eterna y fracasada búsqueda de un heredero de Maradona, se ha obsesionado con seguir los pasos de Diego sobre el césped: calca sus jugadas antológicas, define y gambetea con la misma soltura, incluso demuestra una innata capacidad para hacer trampa y no ser descubierto. No busca ser ungido sucesor de Diego: sabe que, dentro de algún tiempo, nos hartaremos todos de buscarle un heredero a él.

Las sensaciones que transmite Messi jugando al fútbol nos evocan siempre grandes momentos, estar viviendo un instante que será recordado. Nos recuerda a los mitos del pasado y nos aporta el optimismo necesario de cara a las figuras del futuro. Por eso, es el principal motivo de duda que les queda a los defensores de la ética del resultado, y la excusa perfecta para que los habitantes del mundo artístico de la estética mantengan viva su fantasía.
A veces da la impresión de que Messi es de nuestro planeta, y a veces da la sensación de que no. En cualquiera de los dos casos, la conclusión es asombrosa.
Fotos: www.lionelmessi.org
(artículo también publicado en Siempre Fútbol)

Etiquetas:

jueves, julio 19, 2007

El teatro del absurdo.


Parto de la base de que los futbolistas son profesionales y, dado que se ganan la vida con esto, miran por sus propios intereses más allá de colores y pasiones. Como cualquier otra persona, es comprensible que aspiren a unas mejores condiciones de trabajo, un mejor salario o un mayor reconocimiento y prestigio social.
Ahora bien, los futbolistas deberían partir de otra base: los clubes son ahora empresas, pero nunca han dejado de ser un poso indeleble de sentimientos, recuerdos y de la identificación de miles de personas. Por eso, deberían manejarse con sumo cuidado en la fina línea que separa el corazón de la cabeza, pues de otro modo se convierten en auténticos agresores. El Villarreal, club modelo en crecimiento sostenido y gestión deportiva, ha sufrido en poco tiempo dos casos de jugadores que se manejan mucho mejor con la pelota que con las formas.

Riquelme es un futbolista como la copa de un pino. Juega como los ángeles, ve lo que casi nadie más puede ver y hace jugar a un equipo de cojos. Pero uno no es futbolista a tiempo parcial, y por eso se está fichando también a una persona. Román es un tipo excéntrico como la copa de un pino, transmite amargura hasta en la más dulce de las victorias y un amago de implicación resignada que hierve la sangre. Se siente acreedor de cualquier privilegio sabedor de su talento y de toda prebenda dada su trascendencia en el juego. Si su forma de pensar se llevase a la práctica, aún debería estar pidiendo disculpas por su fallo en el penalti ante el Arsenal el año pasado.

Ayala es uno de los mejores centrales del mundo, y ha protagonizado una operación sorprendente. Dejó el Valencia no se sabe muy bien por qué, firmó con el Villarreal no se sabe muy bien cuándo, y sin debutar se ha marchado al Zaragoza no se sabe muy bien por cuánto. Y todo ello en apenas unas semanas.
Dice Fabián que no ha hecho nada contrario a la ley, a modo de convincente razonamiento. Cierto, en tal caso, en vez de dar explicaciones delante de un micrófono, las daría ante un juez.
Quizá lo más indignante sea el vídeo que envió desde Venezuela, mostrando su orgullo amarillo y demás parafernalia del recién llegado. Salvo en casos excepcionales, uno no entiende esa necesidad postural de besar el escudo y enseñar viejos pósters de la infancia para tratar de ganarse a la gente desde el recibidor. El aficionado sólo valora la implicación en el campo y el esfuerzo día a día, justo lo que no aparece en los pósters ni se demuestra lanzando besos.

Cuentan que cuando al malogrado John F. Kennedy le reveló el servicio secreto que su amante Marilyn Monroe se acostaba con el capo de la mafia Sam Giancana, dijo con antológico estoicismo: “Al menos, espero que cambie las sábanas”.
El aficionado sólo exige compromiso y máxima entrega sobre el campo. Ya sabemos que son profesionales y se ganan la vida con esto, pero al menos que no manchen nuestras sábanas y nuestros colores con su teatro y sus milongas.
Foto: AP

Etiquetas:

lunes, julio 16, 2007

Dungarizados.


Brasil ganó anoche su octava Copa de América goleando a Argentina en la mejor final que un podía planear por tres a cero. Los protagonistas repitieron la cita y el desenlace de hace tres años, confirmándose tanto la capacidad de Brasil de ganar cuando menos favorita le hacen las apuestas como la maldición albiceleste en el torneo, que no alza desde el 93. La Copa de América más atípica y goleadora que se recuerda tuvo una final marcada por las ausencias: Kaká, Ronaldinho o Lucio habían dimitido previamente, Robinho, Messi, Tévez y Román se abstuvieron anoche. Así que quedaba espacio para la intervención de actores secundarios, y en ese papel siempre se ha hallado cómodo Baptista, quien gusta de aparecer con furia cuando los focos no le apuntan a él, y Dani Alves, cuyo carácter indomable le confiere una capacidad de adaptación a cualquier medio asombrosa.

Las dos grandes americanas (Uruguay necesita renovar algún éxito con urgencia si pretende reivindicarse ahí) no depararon una gran final porque Brasil se encargó de que no aparecieran las virtudes históricas de ambas. Muy loable y de admirar su espíritu de equipo y su actitud defensiva ante los ataques interiores de Argentina y sus jugadas de estrategia, no tanto su propia renuncia al llamado “jogo bonito”, término que los entendidos del momento aplican casi a cualquier cosa pero que sólo saben desarrollar los brasileños.

La verdad es que a uno se le rompen los esquemas cuando observa a una selección brasileña que no quiere el balón, que cede campo y arma un dispositivo especial desde la preocupación por las estrellas del rival. Más aún cuando su estilete atacante son contras tras robo de pelota en cualquier zona del campo y realiza más del doble de faltas que los rivales. Y no les quiero contar si se asocian a la “seleçao” términos como “trivote”, triquiñuelas para perder tiempo, falta táctica, marca al hombre y máxima atención defensiva en acciones a balón parado y en rechaces de su propio meta. Dunga, ¿esto qué es?

La “dungarización” está aquí, también Brasil se halla poseída por las fuerzas que obligan al juego a modernizarse según unas nuevas exigencias si se desea ser competitivo. Sólo que precisamente Brasil era la última esperanza para los que creíamos que el triunfo, en ciertos casos, siempre parte del balón, del ataque, de la alegría y la danza. Dunga ha hecho olvidar el fracaso de hace un año en el Mundial y las bajas voluntarias de sus estrellas más rutilantes. Sólo parece entender la victoria en el fútbol como la consiguió en Estados Unidos’94 como jugador, quizá olvidando que un equipo puede renunciar a su estilo por coyuntura necesaria y nunca como estructura voluntaria.
El título es un éxito para Brasil hoy, pero sólo trae malos augurios para mañana. Tratándose de quienes se trata, más que de “dungarización”, yo hablaría de vulgarización.

Foto: AP

Etiquetas:

lunes, julio 09, 2007

El sombrerero.



Entre un hombre consciente de un error y uno arrepentido de corazón hay casi la misma distancia que entre un soltero feo y un sacerdote: la conciencia tranquila. Porque saberse en un aprieto no es lo mismo que mirarlo de cara y asumir las consecuencias, aprendiendo para un futuro una lección impagable.


En el camino que separa el descanso de la contrición debería hallarse la conciencia de Ronaldinho, ejercitando su abdomen y su sonrisa en pos de la paz tranquilizadora, porque se ha equivocado de medio a medio y, en el proceso, ha arrastrado la ilusión de miles de personas y ha minado la postrada admiración del fútbol hacia él. Como a las personas de quienes esperamos las mejores alegrías perdonamos antes las peores lágrimas, el Barça en particular y el fútbol en general han montado un confesionario de campaña y aguardan al astro con las exigencias claras.




En el fondo, recuerda el momento a la célebre fábula de Félix María de Samaniego sobre un penitente sombrerero:

A los pies de un devoto franciscano acudió un penitente:
—Diga hermano,¿qué oficio tiene?
—Padre, sombrerero.
—¿Y qué estado? —Soltero.
—¿Y cual es su pecado dominante?—Visitar a una moza.
—¿Con frecuencia?—Padre mío, bastante.—
-¿Cada mes? —Mucho más. —¿Cada semana?—Aun todavía más. —¿La cuotidiana?—Hago dos mil propósitos sinceros...
—Pero dígame hermano, claramente:¿Dos veces al día? —Justamente.
—¿Pues cuándo diablos hace los sombreros?




Ronaldinho era feliz jugando al fútbol, triunfando, trabajando y levantando títulos colectivos e individuales como quien saluda a un amigo. Acaso lo más importante es que era capaz de hacer felices a la vez a muchas personas y de arrastrar a miles de almas al campo o al televisor cada pocos días persiguiendo con la boca abierta su trasero respingón y sus malabares al viento.
El aficionado azulgrana tenía el corazón contento y los demás alegrábamos nuestra retina futbolística.




Ahora ha incurrido en un pecado dominante: la vida dispersa y contemplativa. Se revuelve entre las sábanas, se desliza por discotecas o se distrae con la comida. O todo a la vez, lo mismo da.
El Barça necesita su figura, el socio su sonrisa y el fútbol su regreso como excusa creíble frente a los agoreros del momento: este juego no puede tornarse aburrido.


Con la admiración de un devoto y la paciencia de un franciscano : Ronaldinho, ¿cuándo diablos vas a jugar otra vez al fútbol?
Casi siempre, el sentido común es la más efectiva de las críticas.
Fotos. Deportista Digital.

Etiquetas:

miércoles, julio 04, 2007

La (des)ilusión de la lógica.


La noticia de la salida de Fernando Torres del Atlético de Madrid ha convulsionado al fútbol español, más que nada por la carga simbólica del jugador y la carga mediática del club. Siendo objetivos, la verdad es que se va el único futbolista con carisma de un equipo carismático, el único que demuestra orgullo ganador en un entorno demasiado acomodado en la derrota. Es curioso cómo valoramos todo lo que ocurre según qué circunstancia: muchos de los que defienden que el fútbol es un negocio, los clubes son empresas y los jugadores profesionales de élite, no entienden qué está pasando aquí.

Tengo al Atlético de Madrid por un equipo grande por su historia y su base social, pero muy pequeño en cuanto a ideas claras y amplitud de miras. El proceso suele ser el siguiente: se colocan un listón lo suficientemente alto como para que su trabajo y categoría les impidan alcanzarlo y después se refugian en su propia desdicha como si fuera una condena inapelable e inherente a su naturaleza (“somos el Pupas”, “Papá, por qué somos del Atleti”) . Después de una crisis profunda, que les llevó a Segunda, se han empeñado en saltar los escalones de tres en tres partiendo de abajo cada año, y ya hasta se acostumbran a volver al punto de partida con los morros ensangrentados. Decía Churchill que una crisis es mitad una desgracia, mitad una gran oportunidad. Por eso, resultan tan cobardes algunas actitudes, que se limitan a compadecerse de sí mismos, a enquistarse en el odio al rival ciudadano y a mullirse en la comodidad del que no tiene nada que perder. Atrás quedan otros tiempos en que el Madrid rojiblanco paseaba orgulloso sacando pecho con los pulmones repletos de triunfos y no de una identidad perdedora que se utiliza como parapeto.

A todo esto, en medio del desconcierto, hubo quien resguardó sus esperanzas en un niño de ojos pícaros y piernas endiabladas, con un talento por pulir incuestionable y una madurez insultante. Dada la cobardía de parte del personal, se cargó al chaval con el escudo del equipo cuando era un adolescente y se le obligó a crecer deprisa como un ganador. Rodeado de mezquindades y exigido por los mezquinos, el niño apretó los dientes, aprendió todo lo que pudo de todo el que le quiso enseñar y se buscó su propio sueño de grandeza: devolver al Atlético la grandeza que todos le recordamos.

Esto no es ningún cuento, es la vida real y el tiempo pasa, y aunque para algunos lo haga en balde, otros crecen y cambian, y los niños se hacen hombres. Parece que casi nadie lee poemas campesinos. “Un niño nace con la esperanza, un hombre crece con el mañana; un niño vive con emociones, un hombre vive con estimulaciones; un niño crece para hacerse hombre ,un hombre vive para hacerse sabio, loco o malvado”.
Fernando Torres no es un niño, Peter Pan no existe y sólo queda el recuerdo de unas pecas salpicadas y una mirada traviesa. Ha llegado su momento.
Foto: Marca

Etiquetas: