sábado, junio 30, 2007

La lógica de la (des)ilusión.


Aquí hemos defendido siempre que el fútbol es el juego infinito, y uno de los argumentos principales es su capacidad para renovar y crear ilusiones de la nada constantemente. Como en un laberinto sin salida, echa a andar, se desarrolla y termina para comenzar de nuevo siguiendo los mismos pasos (acaba la Liga, primeros fichajes, Intertoto, previa de Champions, Supercopa, …) . De manera que si no fuese tan habilidoso a la hora de generar nuevas ilusiones en los aficionados, no tendría ningún sentido.

La derrota tiene una serie de lugares comunes, entre los que destaca la necesidad de nombres propios, siempre muy efectivos hacia fuera y efectistas hacia dentro porque excitan al aficionado y al ojo público y demandan más esfuerzo a un vestuario más competitivo. Manejar las ilusiones siempre fue más cómodo que manejar la pelota, y en este mundo de urgencias ficticias y necesidad de presente, las apuestas son inmediatas y se alejan del balón. En el fondo, es un ejercicio de usar y tirar: se ficha un nombre para el banquillo o el césped para reforzar la imagen y olvidar un fracaso, y si la apuesta inmediata no sale bien, se le abandona a su suerte, esperando que otro incauto necesitado de ilusión urgente la vuelva a utilizar. Como ejemplos hay tantos, nos fijamos en el más reciente y lustroso: al estrépito del fracaso del Barça esta temporada ha seguido el estruendo de la llegada de Henry, con lo que el aficionado ya no se rasga las vestiduras sino que se relame combinando en el campo a su colección de figuras.

A todo esto, ha llegado el Real Madrid y ha invertido esta lógica: trajo a Fabio Capello a un equipo que llevaba tres años sin ganar nada, con una actitud sospechosa y mayor compromiso con la publicidad que con el juego, prometiendo disciplina, rigor y resultados. Cumpliendo la promesa y solucionando los males (campeones de Liga, en envidiable comunión con la grada y con un compromiso a prueba de bombas), se prescinde del nombre propio para generar nuevas ilusiones esta vez desde el éxito.
En el fútbol del pragmatismo y el hoy por mañana, esta medida debe resultar tan obscena como hacer “top-less” debajo de la sombrilla.
Foto: EFE

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miércoles, junio 20, 2007

Silva y la ciudad encantada.


Valencia es una ciudad dinámica y emprendedora, empeñada en crecer para seguir asomándose al mundo y enseñar a todos sus nobles intenciones y sus bellos atributos. Sus últimos proyectos la han convertido en el escaparate de proa de toda España ante los demás sin perder sus raíces y tradiciones. Todo ese progreso y consenso urbano encuentra su contrapunto en su equipo de fútbol, que parece convertido en el lugar donde se desahogan todas las miserias que nadie ve. Mestalla parece hallarse bajo un embrujo que envuelve a cualquiera que se detiene por allí en una lucha fratricida e interminable, que ha terminado por afectar a sus fieles peregrinos. El Valencia, uno de los templos sagrados del fútbol español, arboleda de ácidas discusiones e inconfesables aspiraciones, Valencia es un poema.








Lo decía Bukowski: "Un poema es una ciudad llena de calles y cloacas, llena de santos, héroes, pordioseros, locos, llena de banalidad y embriaguez, llena de lluvias, truenos y períodos de ahogos. Un poema es una ciudad en guerra preguntando por qué a un reloj ..."
Si no supiéramos que Bukowski murió hace años y que entre sus múltiples adicciones no se encontraba el fútbol, pensaría que dedicó este poema al Valencia, más aún cuando anuncia que "la noche está en cualquier lado ... mientras los hombrecillos deliran sobre cosas que no pueden hacer".
El Valencia parece una ciudad encantada que vuelve locos a todos los que residen en ella y los condena a sacarse los ojos hipnotizados por un dominio que, a lo que se ve, nunca es suficiente.








Pasan los presidentes, los directores deportivos vienen y van y se suceden los entrenadores. Lo mismo da. El espíritu de trinchera permanece.
Hay quien piensa que el propio fútbol se ha vengado del equipo desde que consiguió trocar su estilo de siempre. Tradicional adalid del fútbol de ataque, el equipo "che" inició el camino de "perdición" con Ranieri, y Cúper consagró la escalada a la cumbre sin importarle en absoluto el balón. Para entonces, la pelota ya había conjurado su maldición, y Benítez lo aprovechó para armar un equipo diabólico y llenar las vitrinas con títulos extraídos del infierno.
Carboni ha sido la última víctima del maleficio mientras, desde fuera, todos nos preguntamos de qué demonios se quejan los aficionados.



Entre tanta locura, llama la atención un hombre sereno: Silva. Parece el único inmune al hechizo y juega al fútbol con el aire despistado del que prefiere no enterarse de lo que sucede a su alrededor. Se ha cosido a su bota izquierda la pelota para espantar los conjuros y ha aprendido a salir de cada problema un segundo antes de que se complique. Capaz de demostrar que caracolear no es complicarse, sino todo lo contrario, es un soplo de aire fresco en el asfixiante Valencia y en el mediocre fútbol español y la esperanza que aguardaban los valencianistas para agarrarse a la armonía del balón.
Silva se hizo famoso cuando jugaba en el Éibar porque, ante un rival dolorido en el suelo, renunció a marcar un gol a puerta vacía, con lo que ya demostraba en la distancia dos cosas: que se puede ser inteligente sin ir de listillo, y que para ser pícaro no hace falta hacer trampas.








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miércoles, junio 13, 2007

Ventaja comparativa.



Siempre he pensado que el Real Madrid tiene una ventaja emocional sobre el Barcelona. No tengo claro si esa ventaja creció desde la convicción o a causa de la confusión, pero no dudo de que se trata en todo caso de una ventaja competitiva. Tampoco acierto a determinar si llegó un momento en que adquirió altura competitiva y después la historia se ha escrito a partir de esa lógica o si en la propia historia terminan apoyándose sus éxitos.
Lo cierto es que el Real Madrid demuestra una capacidad de supervivencia y de adaptación al medio admirable que le permite agarrarse a un clavo ardiendo o al brillo de su blanco universal cuando el presente no augura un futuro acorde con su pasado. La verdadera cara de un equipo sólo se muestra en tiempos de dificultad.




Por su parte, el Barça tiene una ventaja intelectual. Aquí no cabe duda de que al aire cosmopolita de los catalanes les hacía más propensos a influencias futbolísticas del exterior. Necesitados de un diferencial del que enorgullecerse y que defender, tuvieron claro que la definición de un estilo era el mejor camino y les convenció la escuela holandesa. Rinus Michels enseñó el camino y Johan Cruyff demostró que disfrutar del paisaje era la clave para llegar con la cabeza bien alta al destino.
Desde entonces, el barcelonismo lo tiene claro: cuando pierde el rumbo vuelve la vista a su aprendizaje diferencial: se construye en torno a la pelota, acelera las transiciones y abre el campo a más no poder con valiente cortesía. Reinventa su propia idea y se confía a un entrenador holandés.




Tener claras las dos dinámicas explica en parte por qué en el Bernabéu se exige tanto al talento y se premia el sudor. Las bases son los símbolos de su cantera y la calidad y categoría de foráneos con una personalidad especial para jugar allí. Aquí se acaban las ideas inamovibles del Real Madrid y empieza el mito de su leyenda.
Se entiende ahora un poco mejor, por su parte, por qué el Camp Nou es de los pocos lugares donde se entiende el sentido de un pase hacia atrás y se toleran largas posesiones parsimoniosas.
Las señas de identidad del Barça son tan innegociables como atractivas, pero jamás olvidaron la desventaja emocional con su eterno rival.



Valgan estas vagas reflexiones para intentar descifrar algunas decisiones y acontecimientos que se pueden desencadenar la próxima semana.

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miércoles, junio 06, 2007

Con sangre entra.


España es un país diferente y apasionante, lleno de contrastes de todo tipo que lo convierten en un cuadro heterogéneo de sensibilidades, un crisol de vanidades separadas que siempre han nacido y muerto juntas y una ventana a distintas culturas con toda una historia con mayúsculas por detrás. Un país que combina como pocos el deber y el placer, con un disgusto común: el deporte, ese mundo en el que se lucha bajo bandera y todos se sienten representados en paz, sólo le da alegrías individuales o secundarias, porque el equipo que más ilusiones aglutina nos tiene acostumbrados a la desazón de la derrota. Ya son tantas las pretendidas explicaciones a la ausencia de éxitos que lo más razonable parece concluir que no tenemos talento ni tradición para colocar el nivel de exigencia en lo más alto, y centrarnos así en aspectos puramente deportivos y de preparación, dejando a un lado iniciativas que intenten ayudar desde otro prisma.

Como una de tales iniciativas podría entenderse la idea del Comité Olímpico Español de crear una letra para el himno nacional. Sólo por valiente y por sus buenas intenciones, la propuesta merece un aplauso, pero conociendo el percal, acaso lo mejor sea no perder el tiempo en algo que desembocará irremediablemente en polémica y discusión. Porque España es también un país poco acostumbrado a respetar la diversidad y, lo que es peor, a diversificar el respeto, en una persistente ignorancia y escaso cariño a su propia Historia, una de las más ricas del mundo. Es temerario no ser consciente de en qué país vive uno, como lo es no entender ni aceptar la distancia que separa lo que España debería ser para todos, de lo que realmente es para algunos.
Decía un viejo refrán referido a la educación que “la letra con sangre entra”. En este caso, o la letra ya fluye por la sangre porque representa sentimientos verdaderos, o tenemos poco que hacer.

Los deportistas parecen apoyar la idea y los políticos (¡horror!) parecen dispuestos a ponerse manos a la obra. Si verdaderamente un deportista español necesita una canción para acercarnos al triunfo, y la clase política española encontrase una sola estrofa que no se tradujese en número de votos, yo estaría de acuerdo. Mientras tanto, e intentando ser consciente del país en que vivo y apoyar a los deportistas españoles, sigo creyendo que la música amansa a las fieras y las palabras hacen más daño que las armas, así que cantar “Lo, lo, lo, lo,lololo, ..” es de los pocos mensajes incapaces de generar división.
Foto: www.elmundo.es

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domingo, junio 03, 2007

El vértigo de la FIFA.


La última propuesta de la FIFA para mejorar e impulsar el fútbol ha sido la de prohibir los partidos internacionales a más de 2.500 metros de altura, que es casi tanto como vedar los Campeonatos del Mundo a países como Ecuador o Bolivia en lo que parece una medida de presión de Brasil y de Argentina. “We care about football”, reza el lema del máximo organismo que gobierna este deporte. Ya …

Desde siempre, el hombre ha sentido una atracción casi irresistible por las alturas. Elevarse en el aire, mezclarse con las nubes, contemplar el mundo desde el cielo, espiar a un enemigo, salvar obstáculos infranqueables, en definitiva, volar y dominar también las alturas como obsesión contra natura. Pero no sólo lo soñaron, sino que muchos lo intentaron, desde el mítico Ícaro hasta el investigador alemán Otto Lilienthal, y perecieron, uno literariamente, el otro mientras probaba un artefacto en 1896 poco antes de que los hermanos Wright acercaran al ser humano a los cielos por primera vez.

Es posible que nunca dominemos las alturas, pero hemos logrado llevar hasta ellas nuestra baja pasión mas confesable. Parece mentira que quien sólo ha de trabajar por el bien y la expansión del fútbol desconozca los secretos de su éxito: su sencillez, que le permite ser jugado casi en cualquier condición, y las reglas no escritas, como la de que quien organiza el partido, pone el campo y la pelota. Y olvida además la fuerza integradora de este juego, que permite al pobre recibir en su propia casa al rico y discutirle y al humilde diseñar un plan para meter el dedo en el ojo del poderoso.

Dos razones pueden haber motivado esta medida: proteger la salud del deportista requiere de otras actuaciones (nadie ha muerto aún por jugar en La Paz), y evitar buscadas ventajas climáticas o geográficas exige también prohibir jugar bajo las heladas moscovitas o en Sevilla a cuarenta grados, por poner dos ejemplos.
Como siempre, quien se obsesiona con las alturas y desafía la fuerza imparable de la gravedad se lleva un costalazo, el mismo que quien desafía la fuerza imparable del fútbol por obsesionarse con las normas.
Foto: diario.grumpywolf.net

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