martes, mayo 22, 2007

Desde lo más profundo.




Dicen que llega un momento avanzado en el sufrimiento en el que se deja de sentir dolor. No sé si se referirán a dolor físico o psicológico, pero lo mismo da. Antes de eso, hay quien grita desconsolado, quien lo pretende compartir y estamos al final los que nos recogemos todo lo que podemos en espera del eco de alegría que presagia Campoamor tras cada grito de dolor.
Así que escribo desde el mismo lugar en que se encuentra toda la familia del Athletic: lo más profundo del abatimiento.

Nada ni nadie representa a Bilbao y al pueblo vasco como el Athletic, nada ni nadie simboliza en cien años, dos colores y un emblema la vitalidad conmovedora de una sociedad que, en ocasiones, se mira demasiado el ombligo. Dado que acumular excesivos argumentos termina por desvirtuar la esencia de la cuestión, sólo queda concluir que, en lo más profundo de la pasión, ésta se confunde con una comunión natural.

La parte más profunda del corazón debe de ser la que alberga el alma. Allí donde no llega a fluir ya la sangre habitan bajo siete llaves los sentimientos verdaderos que definen al ser humano. Quien asome por esos recónditos parajes, admirará esculpido el escudo del Athletic junto a la imagen de nuestros seres más queridos, y esto explica tantas actitudes como interrogantes abre a quien no participa verdaderamente del fútbol.

Hoy, la Historia se ha puesto en pie, dispuesta a despedir al último romántico del fútbol. No está en peligro un equipo, ni un club, ni siquiera una afición singular. Lo que pende de un hilo es una forma de entender este juego, y quienes jalean la caída creyendo ver hundirse un radicalismo no son más que otros radicales incapaces de distinguir lo complicado de lo simple.
Desde lo más profundo de mi alma, y con más fuerza que nunca, AÚPA ATHLETIC!!!




Aritz zarraren enborrak (El tronco del viejo Roble
loratu dau orbel barria. ha hecho germinar hoja nueva)
Fotos: MARCA

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viernes, mayo 18, 2007

Dialéctica del estilo.



Hemos asistido en los últimos días a una apasionada pero enconada disputa verbal entre dos personajes singulares del mundo del fútbol: Jorge Valdano y Rafa Benítez. L achispa definitiva fueron unos artículos del argentino en los que renegaba del juego del Liverpool con dos argumentos especialmente hirientes: primero, que como Rafa no llegó a ser un jugador de élite, no era capaz de confiar en el talento del futbolista, y segundo, que Anfield aplaudiría hasta a una “mierda pinchada en un palo”.
La respuesta de Benítez consistió en dudar de su capacidad profesional, atribuyendo a Cappa sus méritos como técnico, y en dudar de su capacidad intelectual, atribuyendo su elaborada filosofía a una copia trasplantada de la de Panzeri y Menotti.

Más allá de rivalidades personales, nos encontramos ante un nuevo episodio, con nuevos personajes, de la eterna discusión teórica entre las dos maneras simplificadas de entender este juego, que en su versión más clásica representaban Bilardo y Menotti.
También hoy, Valdano y Benítez parten de dos concepciones casi antagónicas del fútbol: uno sueña con la circulación de la pelota, el otro despierta cuando la consigue robar; un rombo es para uno la seña de identidad del centro del campo y para el otro el dibujo de cuatro hombres cuando un extremo recibe de espaldas. El dogma de fe se transforma en herejía y el discurso en concurso, y es que, como decía Niepalm, “el análisis teológico no se debe separar del zoológico”.

Se distinguen hasta en la manera de atacar al contrincante dialéctico. Valdano, que siente la seguridad de su pluma y el orgullo de su carrera sobre el césped al hablar de filosofía y estilo, entiende el fútbol como arte creativo y como medio de expresión cultural, y por eso reprocha a Benítez el peso de su pizarra y niega el valor real del aplauso de su afición. Rafa, por el contrario, detecta que hablando de planteamiento tiene todas las de ganar y que tal vez Valdano envidie su palmarés en el banquillo. Así que ni se molesta en defenderse y pasa directamente a acabar con el único prestigio que envidia del oponente: su bello discurso. El contraataque no tiene secretos para él.

Así que la contienda comenzó con dominio del equipo rojo; su defensa adelantada dominaba el campo y su mediapunta conectó dos veces con los puntas tras largas posesiones de pelota. El equipo negro reaccionó, su potente línea de medios empezó a robar balones ya cortaron distancias tras un rechace para terminar empatando en una jugada ensayada a balón parado. El partido está 2-2 y la pelota en el tejado, justo donde a ninguno de los dos le complace. La única pena de todo esto es comprobar que incluso en el fútbol de las ideas existe la falta táctica y se tiende a no respetar al rival.
Fotos: EFE

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jueves, mayo 17, 2007

Lecciones de Glasgow.


La final de la Copa de la UEFA tuvo el ritmo, la pasión y la intensidad de las grandes citas, ésas que suelen engalanar los partidos señalados yendo incluso más allá de quiénes sean sus protagonistas. Como en el mundo las distancias siempre viven demarcadas, el fútbol también es un universo polarizado y el nivel de trascendencia entre las dos competiciones europeas es evidente en todo menos en su gran final.
Así que es sencillo concluir que la élite histórica del fútbol español no vive su mejor momento, a la vista de que desde cuartos de final no sobrevive ninguna espada hispana, con el Valencia en el papel de Alatriste duro y conquistador que termina rendido en una batalla perdida. Pero la denominada clase media de nuestro fútbol es superior a la de cualquier otro lugar del mundo, sobre todo si seguimos empecinados en incluir en ella a un equipo como el Sevilla.

Tres títulos europeos en un mismo año es una orgía victoriosa de tal calibre que los efectos de la resaca aún ni se imaginan. El crecimiento espectacular del Sevilla responde a unas causas que todos conocemos y se hace repetitivo acudir a ellas tras cada gesta extraordinaria. Cuando competía entre teóricos iguales supo sobresalir con tiento y sigilo, y ahora que ha llegado al nivel de los grandes dinosaurios ha entendido desde el principio que sólo se hará un hueco a cabezazos: las reglas del juego han cambiado y el rostro del Sevilla es ya el de un grupo ganador, por lo que la general simpatía por el Espanyol habrá que entenderla como un éxito en el ingreso de los andaluces en la élite. Inmersos en una lucha diaria de tres frentes abiertos, no son aún capaces de asimilar la inusitada grandeza de lo que viven.
Unos gestores hábiles apoyados por técnicos luminosos le dieron al club fondos económicos y al vestuario fondo de armario, un himno centenario articuló la fidelidad en torno a la música, con todo su poder de seducción, y los resultados consecuentes arrojan la ambición necesaria para mantenerse arriba.

Una lluviosa noche escocesa confirmó en Europa a quienes se habían postulado hace un año y honró a los derrotados por su orgullo y respuesta tras un partido de cargas emocionales muy cambiantes. Pero además, demostró a todos que el fútbol español, aparte de seguir siendo incapaz de mecer y acunar un resultado cuando le es favorable, también se dignifica con aficiones entregadas en comunión a dos escudos legendarios y capaces de vivir tanto sobresalto en paz y armonía.

Foto: Reuters

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lunes, mayo 14, 2007

Una miss aterrorizada.



Si el fútbol es el arte de la ética del resultado que sólo somete a discusión la estética de la apariencia, la Liga es un desfile de bellas modelos que compiten en atractivo y en capacidad intelectual. Al escribir la primera reflexión de este post, caigo en la cuenta de dos cosas: primero, la costumbre de los aficionados por construir ideales femeninos en torno al fútbol; y segundo, que voy a esbozar un artículo de análisis puntual, por lo que probablemente en pocos días lo relea ruborizado por mi escaso ojo clínico.

Como decía, cuando un hombre asiste a un desfile de hermosas mujeres siente admiración y algo parecido a la impotencia, que le hace sentirse muy lejano de la mirada de quienes admira. La Liga es muy parecida aunque algunos olviden el sentimiento de admiración y se suman en la impotencia solidaria, ésa que contrasta la sensación de plena implicación en lo que ocurre con la realidad de que nada más podemos hacer que gritar y agitar bufandas. Cosas de que predominen el miedo, la tensión y los bajos instintos, supongo.

El caso es que la más despampanante de las participantes no se encuentra bien. Fue la reina del desfile del año pasado y desde entonces los excesos amenazan su corona: ha engordado de tanto elogio interesado, le duele la cabeza por el vino y rosas de la época que ha vivido y hasta parece no recordar sus brillantes ideas y discursos de tanto viaje y tanto trasnochar. De nada valieron los avisos y ahora la podemos contemplar postrada en su cuarto y con la duda de por qué lado de la cama tratar de levantarse: el derecho supone una intervención que extirpe sus problemas y reconstruya sus rasgos, con lo que conlleva mutilar una belleza salvaje; el izquierdo implica un tratamiento continuado de regeneración y un regreso a una vida sana y ordenada, pero impica el riesgo de que algún defecto permanezca latente. La duda existencial se ve amenazada por un espectro recurrente ...

Lo que más asusta en estos momentos a nuestra viciada damisela es la sombra alargada de su rival de siempre, una mujer robusta, de rasgos duros y vestida con sobrios y elegantes trajes de chaqueta, que ha terminado por seducir a los dioses de la fortuna con su fe en sí misma y su oratoria convincente. Sin comprender las nuevas reglas del desfile, nuestra protagonista siente miedo ante quien brilla más en la forma que en el fondo, quien presume de apuesta a falta de propuesta .¿Quién dijo que el terror psicológico atenaza más que el sanguinario?
Fotos: AP, Marca

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jueves, mayo 10, 2007

Dos conductas humanas.



Pocos pueden escapar a la seducción de lo lejano, de lo desconocido. Es un mecanismo humano que nos hace valorar por sistema lo que soñamos por encima de lo que disfrutamos. Debe ser el mismo mecanismo que condena al hombre a sentirse morir cuando aleja lo más importante de su vida, sin dejarle opción a percibir ese miedo antes, en una especie de gen suicida que nos acerca a la infelicidad sin apenas merecerlo.
Como ya hemos repetido que el fútbol es un espejo de la sociedad, sus protagonistas deben serlo de la gente corriente, así que tal vez empecemos ahora a entender por qué los mismos que no tiemblan con la posible emigración de Ronaldinho, Villa o Etoo son quienes insisten en el beneficio colectivo de disfrutar en primera persona a Kaká, a Cristiano Ronaldo o a Henry. Si el fútbol es de los futbolistas, a nuestra Liga le hacen falta virtudes para ser virtuosa (respetar al aficionado y al balón, ante todo), pero no precisamente nombres propios. Hay quien sigue confundiendo los proyectos como meros apellidos y así nos luce el diagnóstico ...

José Fouché fue un tenebroso personaje de la Revolución Francesa. Clérigo de apariencia física desvalida, mostró una despiadada habilidad para desplazarse por todo el espectro político alineándose con la corriente que dominaba en cada momento de aquellos tiempos convulsos. Su falta de escrúpulos le llevó de ser ordenado sacerdote a ordenar la quema de iglesias y de ejecutar los mandatos jacobinos a propiciar la ejecución de Robespierre.
Si cambiamos la revolución burguesa por nuestros días, comprobaremos que otra conducta humana contamina el mundo del fútbol. Dado que se trata de un juego que transforma emociones abstractas en resultados concretos, hay muy pocos que sepan convencer a través de las sensaciones, y se limitan a acogerse a los números para demostrar lo cauteloso de su impostura.

Defender una idea y una emoción es un desnudo ideológico; cobijarse en los resultados sólo lleva a rasgarse las vestiduras una y otra vez, lo que es una inconsciencia, pues los ropajes camuflan debilidades, y una falta de respeto en público.
Así que desconfío de los coros que alientan la remontada del Real Madrid, de los que presienten la necesidad de que Mourinho deje el Chelsea e incluso de los que aplauden la veterana sabiduría del Milan de Ancelotti. Por inconscientes e impresentables.
Fotos: AFP, Newstec

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lunes, mayo 07, 2007

La prisa del campeón.


Hay que admitirlo: nuestra sociedad vive deprisa, siempre esperando el porvenir, siempre atenta a un mañana que, a lo que se ve, nunca muere.
Así, los políticos siempre hablan de perspectivas, y no de disyuntivas, las tiendas de ropa exhiben la próxima colección de invierno cuando disfrutamos de las primeras tardes de primavera, y así múltiples ejemplos más.
Hay un capítulo de "El principito" en el que el protagonista se encuentra a un vendedor de pastillas que calman la sed. Si tomaba una a la semana, no se sentía la necesidad de beber. El vendedor le explica al curioso principito el porqué de esas pastillas:
"Es una gran economía de tiempo. Los expertos han hecho cálculos; se ahorran cincuenta y tres minutos por semana". Y el principito pensó: "Si yo tuviera cincuenta y tres minutos para gastar, caminaría lentamente hacia una fuente ..."
En ese ansia por devorar el tiempo, ya no recuerdo dónde olvidamos la normalidad.

Icono de la modernidad, Cristiano Ronaldo es hijo de su tiempo: posa el primero, viste a la última y transmite una prisa vertiginosa en todo lo que hace. Uno tiene la sensación de que, cuando entra en juego, al partido le sube el ritmo y la temperatura y cambia por completo.
Ser preciso a altas velocidades es muy valioso, pero lo es más saber serlo a la velocidad que requiera la situación en cada momento. Cuando hace falta serenidad, Ronaldo enciende de nuevo su interruptor y pone patas arriba el espectáculo mientras crece la convicción de que, si aprendiera a desenchufarse cuando el fútbol se lo pide, sería un jugador mucho más maduro.

Cristiano corre todo lo que puede, y sólo entonces disfruta; cuando aprenda la inversa ganaremos todos. La naturaleza le ha dado cincuenta y tres pasos más que al resto y aun así le parecen pocos para saciar su sed de gloria. Como es un talento superior, no le podemos exigir que recupere la normalidad, pero al menos sí la pausa necesaria para que el tiempo no se gire y termine por devorarle.

Foto: Deportista Digital.

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