miércoles, octubre 25, 2006

Lio Messi como excusa.


Érase una vez un deporte que disfrutaba alrededor de una pelota. Se la pasaban de unos a otros, burlaban a rivales con ella y se lanzaba a la portería contraria. Los mejores de ese deporte eran, en buena lógica, los más habilidosos, veloces y precisos con esa pelota; o, en otras palabras, los artistas. ¿No consiste esto en meter más goles que el contrario? La lógica de los primeros pasos siempre es convencional.

Cuando a los equipos de ese deporte empezaron a crecerles pares de ojos en la nuca y la espalda, la atención y el disfrute ya no sólo se dirigían a la pelota: tan válido pasó a ser quien antes llegaba a ella que quien siempre la tenía, tan brillante quien sólo sabía quitársela a los demás que quien la escondía con delicado celo. Ese deporte, el fútbol, se democratizó, porque ya no quedaba reservado a los artistas, sino que otros muchos gremios encontraron cabida. Atletas, jefes militares y hasta albañiles fueron acogidos con clamor. Como quiera que son más, y menos discretos por lo general que los artistas, el concepto del fútbol cambió. La sociedad y sus urgencias ayudaron lo suyo: todos se fijaban en lo que venía antes que el balón, y olvidaban el después, todos discutían por el cuándo, sin importar el cómo ni el por qué. Las prisas, que son malas consejeras.

Por suerte, de vez en cuando aparecen futbolistas distintos, que crecen antes, durante y después de la pelota, que nos devuelven la esencia y la lógica primeras de este deporte. Suelen tener un aspecto inocente y un aire despistado cuando visten de calle. Pero generan torrentes de emociones si se visten de corto. Bueno, la verdad es que suelen ser como Messi.

Lio sale al campo y ya sólo se fija en el balón. No necesita nada más, a veces no necesita ni a nadie más. En alguna ocasión hemos hablado de la segunda intención que debe latir tras cada acción, para que ésta tenga algo de sentido. A Messi no se le ocurren segundas intenciones, no le hacen falta; sortea rivales conforme le salen al paso, maravillosamente confiado en que la jugada se le aclarará. Y se le aclara. Mide los tiempos entre su pie, el balón y el contrario como nadie: es una bomba de relojería artesanal, precisa e infalible.
Arranca, acelera y frena en décimas de segundo, con el balón cosido al filo de la bota: el tiempo es oro, y además Messi reluce.
La pelota siempre metida en la cabeza y el oponente a sus pies, Messi invierte la lógica del tiempo y define el ánimo de los escépticos. No le comparen ni pretendan otorgarle título sucesorio alguno: dentro de muchos años, todos discutiremos en busca del "nuevo Messi".
En cuanto perfeccione la potencia, determinación y contundencia ante la portería, lo difícil será encontrar sus fisuras. Y, como queriendo escapar a su propio destino, al fútbol se le ha ocurrido hacer crecer a Lio en este Barcelona. Es la única manera que ha encontrado de que a un artista así le lluevan los elogios desde el principio.

Messi recuerda a los grandes del pasado, y nos aporta el optimismo necesario de cara a las figuras del futuro. Por eso, es el principal motivo de duda que les queda a los defensores de la ética del resultado, y la excusa perfecta para que los habitantes del mundo artístico de la estética mantengan viva su fantasía.


Fotos: www.fcbarcelona.com, www.deportistadigital.com

sábado, octubre 21, 2006

Traductor de emociones.


Hubo un tiempo en que Portugal se disputaba el dominio de la grandes rutas de los descubrimientos con España. Era la época del dominio naval ibérico, del descubrimiento de América, de las carabelas, el Cabo de Buena Esperanza, ... Los portugueses poseían una enorme fuerza política y marítima, lo que sólo se razona a través de grandes hombres, audaces, orgullosos y emprendedores. Casi directamente venido del siglo XVI parece José Mourinho, con su semblante provocador, su barba desaliñada, su abrigo raído y su insoportable petulancia.
Mou vive el fútbol, como la vida, en permanente estado de conflicto, lo que le resulta elemental en la búsqueda del éxito. Y ese éxito y ese conflicto se basan en una personalidad a prueba de bombas, en un amor propio rayano en lo antipático y en una inteligencia descomunal en la dirección técnica de un equipo.

Si algo ha demostrado en todos estos años es que vive un desafío eterno contra la mediocridad: no le sirve de nada hacer las cosas bien y planificar a medio plazo si la meta que adivinaba entre sus fervientes ojos no se alcanza. Siempre busca un mañana, pero el hoy no le gusta si no se corresponde con lo que esperaba ayer. Así respira y piensa Mourinho, por eso no le preocupa disfrutar el camino; lo va a afrontar igual sea de rosas rojas o un empedrado traicionero. Cosas de ganadores, supongo.

Todo lo dicho explica la introducción histórica: mucho tiene en común con Vasco da Gama, marinero de vocación e inconformista por definición. Un rey (Manuel I) confió en él la expedición definitiva, surcó los mares cargado del dinero y el apoyo del poder, jamás hizo un amigo, exploró y conquistó todo lo humanamente posibe y se retiró como virrey con una placentera vida palaciega y quedando para la posteridad en los anales de la Historia. Quien siga sin ver en el entrenador del Chelsea a un gran hombre heredero de navegantes así, que espere unos años a su retiro dorado en alguna villa exótica, bramando para siempre sus aventuras y desventuras, sus trunfos y escasas derrotas.

Estudioso como pocos y motivador como ninguno, es capaz de preparar un partido con meses y años de antelación y de prever qué debe hacer cada uno de los once jugadores en cada situación del balón y del partido. Además, uno se lo imagino hiriendo en lo más profundo del orgullo de cada futbolista justo antes de cada partido. Sólo así salen con los ojos inyectados en sangre, con el ansia de competir y de victoria que a Mou le gusta.
En un vano intento de desprestigiarle, se le recuerda a veces su humilde llegada al fútbol, cuando se dedicaba a traducir a Robson en las ruedas de prensa en el Barcelona. La réplica que dio a un periodista catalán el año pasado muestra el intocable concepto que tiene de sí mismo: "Sí, la vida me ha cambiado y he progresado; la pena es que tú sigues igual que hace diez años".

Porque Mourinho sabe que una parte importante de su trabajo sigue siendo traducir; pero ya no traduce preguntas y respuestas, sino emociones. Y en eso es el mejor. Puede manejar al mismo tiempo tantas sensibilidades como quiera para ponerlas en beneficio del equipo, conoce a fondo a todos sus jugadores, se fija en su estado emocional y todo lo traduce en veintidós atletas hipermotivados e hiperprofesionales que rumian la derrota de su rival desde mucho antes de jugar. Hay quien cree que si, cuando va a comenzar un partido, abres la puerta del vestuario del Chelsea y metes con cuidado un balón, te lloverán en cuestión de segundos repetidos pelotazos a la cabeza. No sabes cómo ni por qué, pero así funcionan los equipos de Mourinho.

Ahora, vuelve a cruzarse en el camino de uno de esos grandes hombres portugueses un navío español. Mou nunca olvida que si hace naufragar al Barcelona, el camino a la gloria sólo dependerá de él y de su fiera tripulación. Un proverbio vasco dice que "La historia no se repite, tartamudea". Y en su brillante ansiedad de triunfo, Mourinho es de los pocos que lo saben.


Fotos: www.chelseafc.com , AP

viernes, octubre 06, 2006

Un tamiz de porcelana.


Pocos dudan que para que el fútbol tenga algo de sentido, debes contar con jugadores con sentido. Sentido de la orientación, por un lado, que canalice el norte y el sur de cada jugada y la dirección de cada impulso del juego; y sentido del tiempo, por otro, que tiene que ver con el ritmo y la temperatura del partido.
Cuando en el eje cuentas con algún jugador que exhiba ambos sentidos, todo se vuelve más sencillo y consecuente.

Por eso, tiene sentido hablar de Fernando Gago. No sólo porque la atención mediática en España se haya vuelto hacia él, con la esperanza de un nuevo pulso Madrid- Barcelona, sino fundamentalmente porque el fútbol argentino nos obsequia de vez en cuando con un “5” delicioso. Y es que el fútbol sudamericano en general (y el argentino en particular) sobreviven al margen del devenir europeo, apoyados en dos vértices clásicos: el “5” y el “10”, o el medio centro y el enganche. Como quien sabe de dónde viene acaba teniendo claro hacia dónde va, los que amamos el fútbol de siempre nos devanamos los sesos tratando de buscar acomodo en Europa a estas piezas delicadas que entienden el fútbol como todo hijo de vecino en Argentina: a partir de la pelota.

Gago es objeto de deseo madridista porque todos recuerdan aún al gran Redondo, y el Barça se fija en él porque los latidos del mercado se contagian.
Quien necesite una brújula y un tamiz, que pregunte por Gaguito. Primero, porque orienta la jugada en el momento y lugar precisos, tiene clara la dirección, la circunferencia y las agujas, y sólo le falta el necesario cristal que lo recubra.
Y segundo porque se siente la referencia del juego, y empezando por ahí, filtra cada acción, separa cada intención, define la situación y convierte un aparente barullo en un ataque pleno de sentido. Todo un tamiz de porcelana.

La escuela argentina marca, y por eso pierde el sitio de la articulación para intentar aparecer en la definición. Nicolás y Marquinos destacaban su falta de respeto a la diagonal del posible pase, por lo que creían (y yo también) que necesita a su lado, o al menos cerca, un compañero que cubra esa carencia. Eso sólo se explica si en su mente verde y rectangular sueña con terminar la jugada que nació en sus botas. Pierde el sitio porque siempre espera el momento de aparecer en otro para finalizar.
Gago no sólo orienta y tamiza, sino que protege. No protege su área ni su defensa, ni siquiera su zona de influencia; Gago protege la pelota (ya hemos dicho a partir de qué se entiende esto del fútbol por Argentina), y lo hace además de maravilla. Es decir, escuela argentina pura y dura.

Un proverbio chino decía aquello de que “cuando un sabio apunta a una estrella, el tonto le mira el dedo”. Eso pasa cuando nos dirigen la atención hacia cualquier estrella y no nos queremos fijar en la forma y el brillo auténtico de aquélla. Si queremos a Gago, que sea por algo, para algo y para rodearle de algo. Y algo bueno pasará.


Fotos: Eurosport, Libertad Digital

martes, octubre 03, 2006

El arte de vivir bien.


Decía Thomas Edison que “el genio es un uno por ciento de inspiración y un noventa y nueve por ciento de sudor”. No mencionaba expresamente al talento, pero es de suponer que lo encuadraba en la primera parte de su frase. Sólo ver a Etoo durante un partido cualquiera, fijarse en el tren inferior hiperdesarrollado de Ronaldinho o recordar la calva siempre empapada de Zidane nos demuestra que algo de cierto tiene la cita aplicada al mundo del fútbol.
Sin embargo, casos como los de Romario o “Mágico” González nos obligan a dudar, porque se trata de dos talentos como dos soles con una vida tan disipada como envidiada y que sólo conocían el sudor propio de broncearse en la playa.
Como no podemos discutir que son genios señalados de esto, habrá que poner en cuarentena la proporción calculada por Edison, o bien lamentarnos de haber podido disfrutar únicamente con el uno por ciento de Romario.

Le recordamos, como sensación más cercana, en su breve etapa en el Barcelona, como un “jugador de dibujos animados”, en inigualable definición de Valdano. En una época que no conocía aún el pay-per-view, saber que el fin de semana se emitía un partido del Barça suponía relamerse día a día pensando en la próxima maravilla del genio.

Baixinho acaba de fichar por el Adelaide United de la Liga australiana (la A-League) a sus cuarenta años, procedente del Miami de la Segunda estadounidense. Para quien se toma el fútbol en serio como competición contra sí mismo y contra los demás, sería poco menos que dar tumbos (o aquello de no saber retirarse a tiempo); para quien, como Romario, importan mucho otros factores antes que el propio fútbol, es el paraíso bendito.

Y no engaña a nadie, no se pierdan lo que ha dicho este genio del balón respecto a su fichaje: “Agradezco la oportunidad de vivir en Australia. Ya estuve allí dos veces y sé que es un bello país, famoso por las playas, por los canguros, el vino y las mujeres bonitas”. ¿Han leído algo sobre fútbol? Bueno, también ha apuntado otra motivación más justificada: llegar a los mil goles en su carrera, para lo que, según la estadística más fiable entre la multitud que se elaboran, le faltan 16 dianas.
Así que, entre juerga y juerga, escarceo y escarceo, visita a arrecifes de coral y catas de vino, Romario se pasará por algún entrenamiento y jugará algún partido que otro.

Casos de jugadores maravillosos que se quedaron muy lejos de donde podrían haber llegado hay cientos. Unos por culpa de lesiones dramáticas, otros por no haber trabajado lo suficiente y los hay, como Romario, que en vez de vivir para su profesión, jugar al fútbol, juegan al fútbol de vez en cuando para vivir muy bien.
A veces, nada hay más lejos de la excelencia que la propia genialidad.


Foto: www.sambafoot.com